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Como conté en una ocasión anterior, el señor Carlos [1] fue un hombre que me hizo pasar un mal rato, por ser alguien tan excéntrico. Sin embargo, no puedo negarle una cosa: hace los ramos de flores más preciosos que pude haber visto.

Solo se puede encontrar bajo unas circunstancias específicas: está solamente en parques de la ciudad de manera aleatoria, y solo aparece en su extravagante carrito de artilugios a las tres de la tarde. Cuando una vez quise cómprale unas flores a Patana y todos los demás floristas no me ofrecían algo que me gustará acorde de mi presupuesto, me dijeron que acudiera al señor Carlos. También me deseaba suerte sí es que acaso lo encontraba.

Todos ellos tenían razón: Carlos era el castillo vagabundo. La única pista que tenía era sobre su hora de trabajo y los lugares que frecuentan, pero a pesar de eso, casi nunca podía verlo. Era incluso, incluso más probable que viera una estrella fugaz rosa en el cielo diurno a encontrarlo a él.

Tal vez ya no estuviera enamorado de Patana, pero aun así quería un obsequio para Cindy, ya que pronto se acercaba una cena importante para nosotros y quiero darle un detalle, una vez que esté con ella. Así que bajo esto, y aunque volviera a obtener el dinero para comprarle unas flores a Carlos, quisiera verlo nuevamente, así sea para saludarlo.

Aposté mis tardes en varias zonas de la ciudad donde era probable verlo. Pasé tardes tras tardes, esperando durante varios días entre las tres a las horas nocturnas su aparición, y aunque tuve esperanza algunos de esos días al ver reflejos de su persona, aun así eran en vano. Fue el último día, horas antes de verme con Cindy, que volví a apostar la última tarde que me quedaba antes de irme.

Me senté en un banco del parque ubicado al norte de la ciudad, y me quedé esperando ahí. A las tres ya estaba listo para mi cita, con mi traje usual que en esa ocasión lavé y planché a medida, y de vez en cuando echaba una ojeada por los circulares caminos de la zona verde. No estaba seguro de su aparición, sólo tenía una corazonada.

Cuando ya esa misma corazonada se había marchitado, fue cuando por fin pude ver el carrito a tan solo unos metros de distancia, tan solo a unas horas antes del anochecer.

Fui corriendo antes de que se fuera a la salida del lugar, gritando su nombre. «¡Señor Carlos, señor Carlos!» gritaba «¡Carlos Cardenales: pare el carrito!»

Él se había detenido, y así voltearse a ver. A pesar de que ya había pasado tanto tiempo desde la última vez que vi a Carlos, todo seguía en su lugar, y aunque el señor Carlos era viejo, aun así se veía de la misma manera: un gigantesco y esbelto pájaro turpial con su ropa de trabajador agrícola, y su tan multicolorido carro que empujaba con las más bellas y vivas flores que pude haber visto en una ciudad.

A primera vista, no podía saber si él podía reconocerme, y menos a esas horas donde ya se iba. Yo tan sólo venia cansado de haber corrido de manera tan veloz, que no era capaz de levantar mi cara. Trate de hablarle, pero el aire me faltaba tanto que en serio me costaba respirar. Él dijo:

—A tan tarde la hora en que viene a comprarme algo. Qué belleza de personas son aquí.

—Señor... Carlos —dije, a duras penas—... No sé... Si usted... Me recuer...

—Sí, sí —contesto, como molesto— Ya sé de tu existencia, Mario Hugo. Ya ha pasado tanto tiempo desde que me pediste un ramo para una pajarita verde. ¡Ay! Déjame darte algo.

Su carro sigue dándome tanto nuevas como viejas sorpresas, y el té recién hecho era una de esas viejas sorpresas. Todavía tenía las vajillas de porcelana blanca que había visto, que eran tacitas de té decoradas con pinturas de flores de color dorado. También estaba la estufa, quien en una olla seguía hirviendo el agua que se encontraba allí. De su cajón de herramientas, saco una botella que no recordaba, echando un poco de su espeso liquido amarillo en una taza de té recién hecho. Ya me entero que eso que colocó era miel.

🌾;; Flufftober Marindy | 31 MinutosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora