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Normalmente tengo es cabello muy grasoso, es por eso a veces que no dejo que juegues con él, no porque en realidad no quiera liga para el pelo encima de mí. Es asqueroso, lo admito: parece pasta o goma negra que se te pega las yemas, como viscosa... o tal vez no tanto así, simplemente es aceitosa, y se te desliza entre los dedos.

Una vez comentaste que trabajabas en una peluquería, donde cortaban el cabello dejando peinados de punta, aunque tu preferías simplemente lavar el cabello. Dijiste que te encantaba como el champú se impregnaba en tu nariz, con su agradable olor fresco que declaraba limpieza. Lamentablemente, no tengo para ello: apenas tengo dinero para mi comida ¿qué me interesa ahora un champú de dos en uno? Sólo si tuviera la plata para comprarlo.

Sin embargo una vez me preguntaste, inesperadamente:

—Mario Hugo... ¿Qué tal si te doy un corte de pelo?

No estaba seguro de esa propuesta, ya que aunque dije que supiera que tenías experiencia cortando pelo, para ese entonces no sabia nada. A pesar de que te dije que no estaba seguro de ello, y que tu me contarás todo lo que hiciste, aún seguía no conforme con ello. Insististe, e insististe «Vamos. Prometo no hacer mayor cosa contigo»; pero confiaba, en pequeña medida, en tu palabra, acepté.

Pasado unos minutos, me colocaste en el lavadero para primero limpiarme. Agarraste un montón de champús del baño, comparándolos detenidamente, siendo que al final agarraste uno de una botella grande y larga y otro pequeño pero robusto. Hiciste una mezcla entre ello, con cantidades cuidadosas, y con eso lavaste detenidamente mi cuero cabelludo, hundiendo cada vez más los dedos.

—Cindy, ¿En serio estás segura de esto?

—No te preocupes, Mario. Yo sé lo que estoy haciendo.

Al cabo de unos minutos, donde las yemas pasaban y repasaban los costados de mi cabeza, me levantaste y pediste que me secará con una tolla, en lo que te ibas para otra habitación. Cuando volviste, traías una gran secadora, una que se admiraba por su gran potencia. Al colocarme de espaldas, la secadora se encendió: un gran huracán con ventisca caliente sopla hacia mí, secándome casi al instante.

Dijiste que ya volvías, y en eso me quede admirando la suavidad de mi pelo. Era aromático, como fresco, y además ya no se sentía esa textura aceitosa, si no que ahora brillaba por sí mismo.

Cuando volviste, trajiste unas tijeras, unas muy finas y delgadas. Me guiaste a la sala, donde me indicaste sentarme en unas de las sillas del comedor, y que también me quedara inmóvil. Sentía los repasos de las hojillas cerca de mis orejas, y el cómo el sonido de las hebras que eran cortadas para caer al suelo. Hacia recorrido de mis patillas, y algunas veces de las puntas de mi pelo, y al poco tiempo sentí como sentía tomando forma.

Cuando finalizo, tu buscaste un espejo que poseías en tu habitación, y me lo pásate: me colocaste algo de flequillo, que hacia que no se me viera tanto la frente expuesta, y mi peinado estaba peinado hasta las puntas, donde ningún pelo estaba fuera de lugar, con su brillo natural.

Yo estaba impresionado, y cuando me voltee a verte, te veías muy emocionada

—¡Ves que te quedo genial! —exclamaste— Te ves precioso, y muy guapo.

Debía admitir, a pesar de mis inseguridades, que era cierto.

🌾;; Flufftober Marindy | 31 MinutosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora