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Corrí a tu casa cuando me contaron que estabas enfermo. Me pregunto si es por la vez que compartieron vaso en el estudio.

Cuando llegue, apenas tenias la fuerza para recibirme en la entrada. Estabas todo pálido, con un tono verdoso en la piel, y te cubrías con una manta. Vi que traerte solo una cobija, siendo que ya la tenías, fue bastante inútil.

Cuando te apoyabas en la puerta, tus ojos apenas recibían la luz, y los entrecerrabas. Te inclinaste hacia delante y yo atrás, tapándome la nariz. No quería infectarme... De lo que sea que te haya dado, y te juro por todo que en serio quería ayudarte, pero era mejor preservar mi seguridad en caso de que tuvieras algo viral.

—¿Qui... quién es? —Tu voz también estaba muy congestionada— Yo... Yo ahora no estoy de humor para traba...

—No te preocupes, no vas a trabajar. ¿Qué tal si me permites guiarte de nuevo hacia adentro?

Te agarre del brazo con cuidado y te lleve en todo un recorrido por tu casa, ya que ni siquiera me acuerdo en donde se supone que estaba el baño.

De ahí llegamos a tu habitación, y con todo el cuidado que pude te dejé en la cama, pero cuando trataba de salir, todos tus perros salieron disparados de la puerta. Me caí debido a que pasaron por encima de mí, y apenas capté lo que había pasado. Me levanté, todas tus mascotas estaban alrededor tuyo: oliéndote, gimoteando, colocando una pata a la orilla de la cama. Era tierno ver como toda tu legión de perros seguían preocupados por ti. Sin embargo, soltaste un quejido: resultaba que todos ellos gimoteaban sin cesar, y debido a que tenias un dolor de cabeza, te cubrías con la cobija y te revolcabas en tu cama.

Fui y los espante a todos de tu lugar. Deje a tus mascotas afuera diciéndoles que te verían más tarde, sacándolos en grupo y finalmente cerrarles la puerta. Me asome por encima de mi hombro: te encontrabas en posición fetal, todo cubierto de pies a cabeza y con un pijama holgado. Titiritabas aunque estuvieras así de acurrucado. Me dirigí a tu baño, agarre un termómetro y al cabo de unos minutos confirme.

—Ay, Dios —exclamé—, son cuarenta centígrados.

Volví a verificar con la palma en tu frente. Sí, ardía bastante.

Me preocupe un poco, mientras estaba sentada en la orilla de tu cama, viendo como seguías temblando con esa fiebre. Miré por todos lados, hasta que recordé sobre tu cocina. Seguido a eso, me levanté con sumo sigilo, evitando molestarte, y me dirigí hacia allá con la intensión de prepararte un té, buscando ponerte mejor.


...


Apenas podía saber si agarraba las medicinas correctas.

Para ese día les dije a los muchachos que estaba enfermo, que no podía trabajar. Como siempre, paso lo mismo cada que digo esto: Tulio me dice irresponsable y sin vergüenza por mi trabajo, mientras que Juanín le trae un té y sus necesidades. Bodoque me pide dinero, aprovechando que no estoy del todo consciente de lo que puedo decir; le gruño y le digo que no le daré nada, entonces él me deja tranquilo.

Juanín siempre fue el más considerado, y estresado. Me insistió e insistió hasta que dije repetidas veces que no.

—Pero que hay de tu-tu nota ¿Quién la va a presentar? ¡Era hoy, Mario Hugo!

—Apenas me acuerdo de mi nombre. Tengo un terrible dolor de cabeza ¿Qué quieres que haga?

Se callo y se disculpo por ello. Seguidamente, me colgó.

Dejé el teléfono en la mesa de mi comedor, y traté de dirigirme a la cocina por un bazo de agua. Mi dolor de cabeza se hacia cada vez más presente, y perdía cada vez el camino. Tomé la aspirina una vez que me dirigí al baño por una, y me senté en la cama.

No fue que no se me aliviara inmediatamente, pero todo mi entorno seguía dando vueltas y vueltas. Al instante me acosté ahí, en un intento de conciliar el sueño y ver si cuando despertara, estaría mejor, pero para mi molestia tocaron la puerta. Agarré una cobija y salí.

Sólo pude ver una gigante mancha rosa frente mío. Borrosa, y sosteniendo algo. Preguntaba por ella pero me agarro del brazo y me dirigió de vuelta a todos los rincones de mi casa. Para el momento tenia el presentimiento de ser alguien más, pero no podía hacer el esfuerzo de conectar con todo ello.

Tu voz era distorsionada, pero seguía siendo tu voz. Era entre ecos de «Descuida...» y «Y casi...». Me reconfortaba saber de tu presencia, y creo que no pudiste mirarme en ese momento, pero recuerdo que había sonreído un poco. Eso es decir mucho, porque ya te dije que el malestar era tanto que ni recordaba mi nombre.

Sacaste a mis mascotas cuando se pasaron de cariñosos, me tomaste la temperatura y hasta te fuiste a hacerme algo a la cocina. Y juraba, que no recordaba a alguien que se preocupará tanto por mí de esa manera.


...


Con cuidado te había traído tu té, porque lo había llenado hasta el borde de la taza y se podía desbordar y derramarse. Abrí la puerta con mis codos y te lo traje a la cama.

Seguías muy dormido, finalmente, en lugar de estar temblando por la fiebre alta. Me calmó bastante esto, pero sabiendo que necesitabas tomar algo, porque probablemente ni habías desayunado, traté de despertarte. Y repito: en serio estabas dormido.

—Mario —te sacudí un poco del hombro—, Mario. Mario, despierta; necesitas tomarte el té.

Poco a poco abrías los ojos, y me miraste al igual que tu alrededor. Te ayude a colocarte en tu sitio. Seguías preguntando quien era yo y por qué había venido, pero no me digne a contestar, ya que no tenias mente para saberlo en ese momento. El conforte llego a tu cara una vez que te pasé tu bebida, así que estuve feliz de que te hubiera gustado.

Agarré un libro que encontré en una estantería y me puse a leer una vez que te volviste a recostar y dormir, mientras que te veía en la silla de la habitación. A la llegada de la noche, recogí mis cosas y limpié un poco el lugar, apagando la luz.

—Gracias por venir, Cindy —susurraste por lo bajo, y caíste dormido.

Me sorprendió que, a pesar de tu estado, pudieras al fin reconocerme. Apagué la luz, te di las buenas noches y me fui por ese día.

🌾;; Flufftober Marindy | 31 MinutosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora