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Yo no estaba seguro de ir a aquella fiesta cuando me invitaste.

—Será una fiesta que hará mi vecino, el que vive dos pisos arriba de mí. Pensé que podrías venir —dijiste mientras hablábamos por teléfono.

—No estoy seguro. Allí no conozco a nadie, Cindy.

—Estarás conmigo, así que puedo presentarte a mis vecinos si quieres.

Tal vez no me gustaba la idea porque hace tiempo que no convivo con gente nueva de mi entorno, siendo que siempre fueron Tulio, Bodoque, Juanín, Policarpo y Patana. Después de pensarlo, ya sé porque siento que no conozco a mucha gente; hasta ni hablo tan seguido con ellos.

—Será divertido. Te puede gustar.

—¿Prometes estar cerca de mí? Me sentiré perdido hasta para encontrar la dirección de tu vecino de arriba.

—Tú llega a mi departamento y yo te llevo después a la fiesta.

A horas de la noche ya me estaba preparando. Como siempre, me puse mi ropa de trabajo, ya que siempre se me olvida comprar algo nuevo y decente. Aunque siempre me vea genial con mi gabardina azul y camisa clara con corbata, se volvía aburrida a los días. Temía que la gente nueva, los conocidos de Cindy, pensaran lo mismo, porque ya me lo han dicho antes. «Qué aburrido eres, Mario Hugo», era algo que escuchaba regularmente en un lugar de este estilo, aunque a decir verdad ya me da igual; la situación era casi igual que mi anterior tono de voz: aburrido y monótono. Y al igual que mi voz, con el tiempo lo cambie.

Diez menos veinte. Ya estaba presenté en la entrada de tu residencia, así que toqué tres veces, esperando a que me abrieras para yo poder pasar. Cuando abriste, preste atención a tu vestimenta: un vestido blanco con una chaqueta corta gris. Tus aretes dorados resaltaban en tus orejas. Te veías bellísima.

—Te ves bellísima.

—Tú también te ves bastante genial —Sonreíste. También me acomodaste la corbata—. Siempre te ves guapo.

Cerraste la puerta del departamento y entonces nos dirigimos en dirección a la fiesta. Tuvimos que subir por las escaleras unos cuantos pisos, y en ese trayecto todavía no estaba del todo cómodo. Me sudaban las manos, que muchas veces secaba en mi ropa, pero seguía goteando a tal punto que ya hasta me pregunté cuando me iba a deshidratar. Me encorvaba, muy temeroso, y a cada paso que daba sentía la barrera invisible que evitaba que siguiera.

Al cabo de un minuto, llegamos a la puerta del departamento: el departamento número 5-B. debajo de su puerta, entre la rendija, ya se veían las luces de colores centellando y parpadeando al ritmo de la música, la cual era muy animada y frenética. Llamaste a la puerta y mientras esperábamos a que contestaran, notaste mi estado.

—¿Sigues nervioso?

—Te dije que no conozco a nadie.

—Y te dije que iba a estar a tu lado. Déjame —agarraste mis muñecas. Entonces pasaste mis palmas por mi ropa—; listo, ahora está bien. No te separes de mí para que no estés solo.

La puerta se abrió. Justo al frente de nosotros se encontraba un tipo muy alto; un ave, con un pico alargado y gris. Tenía una cara redonda con plumaje negro y cuerpo amarillo, sosteniendo lo que parece una botella de cerveza o un de refresco, igual no recuerdo. Parecía bastante joven, y tal vez un poco menos que mi edad, pero su estatura que llegaba al marco de la puerta no le ayudaba en nada a reflejarla.

Posó sus ojos en mi con cara de extrañeza, para luego ver la tuya y finalmente alegrase.

—¡Cindy, llegaste al fin!

🌾;; Flufftober Marindy | 31 MinutosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora