VI.

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Después de casi una hora de caminata, el chico llegó a su casa y entró pasando directamente a la cocina, para tomar uno de los fideos listos de la nevera y ponerlos a calentar en el microondas.

Mientras se preparaban, el chico subió a su habitación y dejó allí las bolsas que había traído.
Salió nuevamente de la alcoba para después volver con los fideos y los palillos, encendiendo la luz.

Colocó los fideos en el estante de metal y sacó todo lo que había en esas bolsas. Que eran:

Unos aerosoles de grafiti que había encontrado en un callejón y que le habían dado una idea. Un tarro de pintura blanca que compró junto a una brocha, cinta, hilo, puntillas, un almanaque grande y una libreta de notas despegables blancas.

Tomó nuevamente los fideos, se sentó en el suelo frente a los objetos que estaban en el espacio que antes ocupaba su escritorio y comenzó a comer, mientras miraba con atención la cortina que cubría la ventana que estaba atorada ya que daba al baño de la siguiente habitación.

Su rostro reflejaba tranquilidad, todo lo contrario a lo que realmente sentía; Su mente daba vueltas pensando en lo que estaba por venir: el arresto de Pah, la pelea con Moebius, la pelea con Valhalla, entre otras.

Pronto un insistente sonido lo hizo despertar de su trance. Giró la cabeza buscando al responsable y se topó con que el sonido venía de su uniforme, tirado a centímetros de distancia. Se estiró tomando la sudadera y sacando de un bolsillo, el aparato que sonaba.

Aunque el número era desconocido, contestó al recordar lo que Hinata le dijo en el parque.

—¿Bueno?

—Takemicchi, por fin contestas —esa voz lo hizo congelarse de inmediato ¿hace cuánto que no escuchaba a Mikey así? Era un golpe mental pero sería mejor que ese tipo de cosas dejaran de afectarlo. Tenía que enfrentarse a sus amigos tarde o temprano.

—Lo... Lo siento, yo...olvidé mi teléfono aquí en mi casa —respondió con dificultad, dejando el plato ya vacío a un lado.

—Eso significa que estás en tu casa ahora, ¿no?

—Sí, acabo de llegar.

—Bien entonces...

—Oe Mikey —una voz del otro lado de la llamada interrumpió al chico y Takemichi supo de inmediato quien era el azabache dueño de ella—. Chifuyu está esperando afuera, así que Mitsuya y yo ya nos vamos. Pah se quedó dormido en tu cama; adiós.

—¡Qué no se atreva a tocar mi toalla! —gritó el rubio cenizo, haciendo que Takemichi se alejara un poco del teléfono.

—Vamos Mikey ¿Quién querría tocar esa sucia toalla? —se burló la voz dulce de aquella rubia haciendo sonreír ligeramente al oji-azul.

Cierto... Ellos… están bien, y además parece que se divierten.

El rubio sintió como si su corazón fuera un poco liberado y se levantó del suelo con un poco más de ánimo.

—Ya no hay respeto —bufó Mikey indignado—. Perdón por eso Takemicchi, mis amigos tuvieron la ridícula idea de reunirse en mi casa. Y son bastante molestos.

—Suenan geniales —respondió el menor, dejando el teléfono en su cama con el altavoz encendido.

—El único genial soy yo —refunfuñó el rubio cenizo con reproche.

¿Y quién salvará a Takemichi? Donde viven las historias. Descúbrelo ahora