Viernes 5 de Junio

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Querido diario:

Aunque ha hecho mucho frío estos días, hoy ha habido un sol precioso.

Sabía lo que iba a hacer hoy justo después de despertar, e incluso antes de que ella llamara...

Me sentí ansiosa durante toda la jornada escolar, pero el buen tipo de ansiedad. Cuando esperas que algo bueno ocurra y no tienes ninguna duda de que ocurrirá sin problemas.

Hoy pasé por el aula de música. El piano de cola estaba allí, su superficie brillaba donde la luz del sol golpeaba. Allí no había nadie. Entré y me senté en el taburete. No sabía tocar el piano, pero, diario, mi corazón latía con fuerza. Lo sé, muchos dedos han tocado esas teclas y muchas melodías han salido a través de esa sala de música, pero ella también había estado allí. Su melodía había atravesado las ventanas, había llenado el aire afuera y había flotado en el aire hacia el cielo. Había llegado al resto del mundo.

Moira y yo volvimos a nuestras casas justo después de que terminaron las clases. Ella tenía una cita con el dentista.

Mamá me recibió en el vestíbulo cuando llegué.

—Noelia, tu amiga Blair acaba de llamar. Pidió permiso para invitarte a su casa.

—¡Sí! ¡Mamá, te iba a pedir que me dejaras ir!

—¡Dios mío! Recuerdo que cuando estaba en la escuela me pasaba lo mismo a mis amigas y a mí, era la sincronización de energías, así le llamábamos.

Me apresuré a entrar en mi habitación y me cambié de ropa. Me puse mi vestido color jade oscuro sobre una blusa blanca y medias blancas. Luego, bajé las escaleras directamente a la cocina, manos a la obra. Antes de salir de casa, me abrigué y me calcé mis zapatos Mary Janes, con destino a la parada de buses.

Me bajé en la esquina de su calle, y esta vez entré a la floristería y compré un arreglo de rosas blancas.

La casa de Blair permanecía en completo silencio. Me quité el abrigo, la bufanda, y subí con el arreglo floral.

Sin embargo, hoy, de todas las veces que he estado allí, las cortinas estaban abiertas y el aire era un poco más ligero, no tan polvoriento como otros días...

Ahí estaban los muebles, las escaleras, las barandas, los marcos de las ventanas, todo de madera barnizada en un oscuro granate. El interior con su aspecto lúgubre, frío, y solitario. La luz del exterior entraba a través de las ventanas de cierta forma forzosa, a pesar del brillante y fresco clima allá afuera, la luz en el interior era pálida.

Pilas de libros repartidas por todas partes. A un costado de los escalones. Viejos y nuevos. Como decoración sobre algunos de los muebles, en estantes. Como mesillas para plantas sin hojas. Solo había visto tantos libros en las librerías y la biblioteca de la escuela. También había un sinnúmero de antigüedades, como, por ejemplo, un teléfono antiguo de comienzos del siglo pasado, de madera maciza y metal dorado, con su disco de marcar y su adornado auricular. Un gramófono, relojes antiguos en paredes y de repisa con péndulo, algunos aún funcionaban, y otros permanecían ahí como decoración. Cuadros, esculturas de diferentes tamaños, ornamentados portalámparas de pared en los sombríos pasillos y sobre muebles, cornucopias, candelabros, y un enorme espejo en la pared en la sala de estar. Daba la impresión de que, en algún punto, el tiempo se hubiese detenido en el hogar de Blair Wagner. Pero no era la obvia edad de los objetos ubicados al interior de la casa, lo que marcaba el tiempo, sino que la enorme cantidad de polvo sobre ellas. Había polvo en todas partes. La sirvienta de los Wagner se había marchado, sin comprender qué era lo que ocurría en aquella casa. Me preguntaba cuándo fue la última vez que alguien, además de mí, Alex y Blair había puesto pie al interior de su casa.

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