Miércoles 8 de Abril

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Querido diario:

Blair Wagner ha asistido a clases. Me pregunto si acaso se ha enterado de los rumores. Siento un poco de vergüenza, porque no quiero que malentienda. ¿Cómo puedo hacerles entender que me dejen en paz? O quizá, es algo a lo que ya está acostumbrada, y no le interesa en absoluto.

Hoy una chica ha pasado por mi lado en la dirección opuesta y me ha empujado, fingiendo que no me había visto, luego rio con sus amigas, y me dolió el brazo. Moira, que caminaba junto a mí, se mordió el labio y se contuvo, pero supe que quería encarar a la chica en cuestión. La chica es de cuarto año, es muy bonita, pero parece muy pesada.

Moira ha dicho:

—¿De qué te sirve la belleza si es tan desagradable?

Pero, diario, mi querido diario, ¿en qué lugar quedo yo albergando resentimientos? ¿Acaso aquello no me hace fea también?

Al acabar las clases por la tarde, vimos que la gran mayoría de las chicas corrían a la sala de música. Moira y yo fuimos hacia allá, pero al acercarnos, escuchamos a un grupo de chicas diciendo que se trataba de Blair Wagner, que tocaba el piano.

—Tal vez no sea buena idea si te quedas aquí —me recomendó Moira.

Querido diario, ¡el piano! ¡Blair Wagner tocaba el piano! Pero yo no podía disfrutarlo. Sentía cómo todo mi ser se lamentaba en un eco de profunda angustia.

Me pregunto qué me hubiese ocurrido si acaso me hubiese quedado allí, escuchando cómo tocaba el piano. Una vez en mi antigua escuela, un grupo de chicas arrastró a una compañera hasta el chico que le gustaba y la obligaron a confesarse frente a él, lo cual fue muy vergonzoso para todos, especialmente para la chica. Me pregunto si acaso es algo así lo que Moira tenía en mente en aquel momento.

—Vámonos a la biblioteca.

Sin embargo, tuve una idea, y le dije a Moira que primero iría al baño.

Me encerré en un cubículo. Ya que el baño está ubicado justo al lado de la sala de música, si te encierras en el cubículo del fondo y abres la ventana, puedes escuchar la música que escapa a través de las ventanas de la sala de música. Así que estuve de pie por más o menos unos diez minutos, apoyada contra la pared, mirando hacia uno de los jardines detrás del edificio.

Su melodía parecía ser improvisada. Algunas veces era lánguida, otras veces atropellada. Tenía el tono de alguien que lloraba y lloraba de ira y tristeza, que suspiraba, que miraba a la nada con los ojos nublados de llanto, y cuyo corazón agotado se apaciguaba solo para continuar llorando desconsoladamente. La música parecía abrirse en ondas y ornamentaciones, en su mayoría notas altas. Si acaso hubiera palabra que pudiera describir lo que sentí cuando escuchaba su música... ¿angustia? ¿melancolía? ¿desesperación? Aquella aflicción aguda que sientes cuando sufres de desamor. El desgarro en el pecho al saber que la persona que amas nunca será tuya, y que nada volverá a ser como antes.

La melodía acabó unos segundos antes de que sonara el segundo timbre, y las espectadoras se dispersaron por los pasillos. Algunas aplaudieron y también pude oír que otras felicitaban a Blair, sin embargo, no podía oír su voz. Yo salí del baño con un nudo en la garganta, inmersa en el sentimiento que su música intentaba expresar, pero satisfecha de haberla oído. No sabía que Blair Wagner toca el piano, y que lo toca tan apasionadamente. ¿Sería una composición propia, o una interpretación?

Me sentí extraña después de salir. La luz del baño estaba apagada, pero una vez que salí, el pálido brillo que entraba por las ventanas del pasillo hizo que todo pareciera un sueño. Todo a mí alrededor era distante, triste y tonto.

Al pasar por la puerta de la sala de música, sin detenerme, tuve un atisbo del cabello rubio de Blair que le caía a cada lado de la cabeza, de modo que creaba una barrera que me impedía ver su rostro. Estaba a solas, sentada frente al piano, con la cabeza agachada y las palmas sobre las rodillas. ¿En qué estaría pensando?

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