Capítulo 2 parte B

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En la plataforma de la estación ferroviaria, se veía cómo dos hombres cargaban: uno, a una mujer; y dos, a una silla de ruedas.

La enfermera que iba por delante subía al tren para indicar a los varones dónde colocar a la paciente.

El doctor que los seguía, se sentía incómodo debido al corbatín que llevaba atado al cuello de su almidonada camisa.

Hacía mucho tiempo que Martí no vestía tan propiamente; pero para ir a la ciudad de Nueva York y primordialmente como el médico de cabecera de Elinor Baker, era necesario.

Una mujer tan famosamente reconocida como ella, no se vería bien llevando a un galeno todo desaliñado y con aliento alcohólico. Galeno que se checaba por enésima vez.

No percatado, el divertido hombre lo celebró para sí. Había sido muy incómodo para él presenciar el gesto de la bella actriz al reaccionar.

Habiéndola visto girar discretamente la cabeza hacia un costado, el doctor Martí se alejó para cederle el paso a Candy quien preguntara en el instante de verla consciente:

— ¿Cómo se siente?

— ¿Dónde estamos?

— En una habitación de hotel en Rockstown.

— ¡Oh! — exclamó Elinor a la mención del suburbio ya que se asustó e intentó enderezarse.

— No — dijo Candy al ver su acción y la sujetó con delicadeza. — No lo haga tan precipitadamente —, y la devolvió a la cama.

— Terry — la madre nombró a su hijo; y la rubia enfermera tuvo que revelarle:

— Se ha marchado a Nueva York

— ¿Cuándo lo hizo?

— Mientras usted y yo platicábamos en el restaurante.

— ¡Gracias al cielo! — exclamó con fervor y hacia arriba la actriz; luego hacia Candy: — Gracias, hija. Tú... has sido la responsable de ello. ¿Cómo pagarte lo que has hecho por él? Por mí... — al saberse en una cama y verse en otras ropas.

— No. Lo de usted... es mi trabajo.

— Ahora yo debo volver al mío — sentenció la mujer y volvió al intento de enderezarse.

Ayudada, Elinor fue puesta de pie; empero, al soltarse y tratar de dar un paso, las piernas le flaquearon y estuvo a punto de caer.

Oportunamente, Candy alcanzó a sujetarla; y el doctor Martí pidió fuera puesta en la cama para revisar unos reflejos.

Las facciones del médico eran preocupantes.

— ¿Qué pasa? — preguntaron las dos rubias.

— Debilidad.

— ¿Nada más?

— ¡Claro! — el regordete personaje trató de sonar convincente; — acaba de salir de su letargo. Démosle tiempo al resto de su cuerpo a reaccionar debidamente.

— Yo debo partir a Nueva York en este mismo momento.

Con la resolución escuchada, tanto enfermera como doctor se miraron mutuamente, diciendo una de las dos personas:

— No creemos que sea lo conveniente, Miss Baker.

— ¡Candy! — se estiró una mano que se atrapó. — Tú sabes muy bien los motivos que tengo para hacerlo.

DESDE QUE PERDÍ TU AMORDonde viven las historias. Descúbrelo ahora