Capítulo 1 parte B

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Frente a la situación en la que estaba, para Candy, el doctor Martí era su salvación. La de él todavía seguía siendo el alcohol, pero tratándose de una emergencia, lo olvidaría un momento para ir, horas después, al encuentro de la rubia enfermera.

El de Terry con Susana también se suscitaría, pero primero, él visitaría el teatro donde Robert Hathaway hacía bilis al expresar:

— ¡No, no! ¡Te olvidaste de dos líneas!

Un libreto cayó pesadamente al suelo; y el que se sostenía en una mano se señaló, diciendo:

— Señor Hathaway, así está escrito aquí.

— ¿Y no puedes improvisar un poco?

— Pudiera, pero...

— Ya. Déjalo así. Vamos a la siguiente escena.

Y en lo que el director daba sus indicaciones, Terry llegó para ocupar el primer asiento de la cuarta fila y mirar lo que se ensayaba.

"La Fierecilla Domada", una obra para representarse y presenciarse en casa del gobernador del Estado y pudiera éste ayudarlos debido a las bajas ventas y poca audiencia.

Las producidas por Romeo y Julieta que todavía seguía en cartelera no eran demasiado buenas. Ni la mitad había acumulado como lo hecho el día de la premier.

No habiendo actor que lo pudiera hacer mejor que él, Robert Hathaway se hubo prometido, que si Terry volvía, en el acto lo aceptaba de nuevo.

La guerra estaba alejando a la gente que iba en busca de distracción, pero al toparse con actuaciones tan pésimas, la visita a ese específico teatro, evitaban, inclusive los reporteros de hablar de ellos.

El ausente actor era noticia porque Susana, en cada visita médica, era interceptada, cuestionada y respondía de la manera más dulce y convincente:

— Creo en él y no me importa lo que otros digan.

Ahora que había vuelto, Terry repetía en su mente lo que debía decir para ser nuevamente aceptado, alegrándole a sus oídos lo dicho por el desesperado Robert...

— ¡Ah! Si Terence estuviera aquí.

— De hecho... lo está

La dueña de unos ojos que lo habían visto llegar, primero le sonrieron, ahora con su dedo índice apuntaba hacia su dirección.

El director se giró siguiendo el señalamiento; y al divisarlo...

— ¡¿Y qué esperas para venir aquí?! — se le dijo al recién llegado.

Su sentencia indicaba la alegría que le daba volver a verlo.

— Pero... — Terry expresó y azorado se puso de pie.

— ¡Las explicaciones me las darás después! —; le urgieron acercarse. — Ahora te necesito para hacer esto, aunque...

Hathaway se interrumpió; e yendo y viniendo sobre el escenario montado analizaría:

— No; ya no necesitaremos realizar esta función, sino... ¡serás nuevamente Romeo! —. Robert se detuvo señalándolo: — No te has olvidado de tus líneas, ¿verdad?

— No... lo creo — respondió Greum a pocos metros de distancia.

— Bien. Entonces... ¡Karen!

Ésta, la responsable de su descubrimiento, se acercó a él diciéndole:

— Bienvenido. Es una dicha volver a verte.

— Gracias.

— ¡Sí, sí, sí! Ahora dejen los saludos y ensayen desde la primera escena hasta la última...

— Pero, Robert...

Terry intentó alegar, y por haberlo hecho actuarían tajantemente:

— ¡Demuéstrame que puedes! y que sólo te fuiste debido a un ataque de rebeldía.

— No lo fue, pero... sí, te demostraré que puedo y que no te fallaré otra vez.

— ¡Mis oídos también se alegran de oír eso! Ahora ¡póngase a trabajar! Yo mientras tanto... no... — volvieron a interrumpirse. — Esta misma noche aparecerás en escena. Será una gran sorpresa para la audiencia que se haga hoy presente y mañana, ellos mismos se encargarán de correr la noticia. ¡Ah, tiempos victoriosos! —, unos brazos se alzaron al cielo, — ¡Cuánto los había echado de menos! ¡No los oigo! — se gritó a la pareja que se riera de la locura que se había apoderado de su director.

. . .

— Entonces, ¿qué recomienda? — preguntaba Candy luego de que el doctor Martí auscultara a la paciente que seguía inconsciente.

— Dejarla que descanse. No sabemos desde cuándo traiga esta fatiga consigo.

— Ella me comentó que hace una semana llegó a este lugar.

— Pero ignoramos si ha dormido, comido o...

— Eso fue lo que llamó mi atención. Yo la conocí hace casi un año atrás y no estaba así.

Debido a que una mano resbaló por un vientre, el doctor Martí la tomó por la delgada muñeca; y su dedo pulgar se posó en una vena en la cual se sentía un pulso normal.

— ¿Qué piensas pudiera ser? — cuestionó el galeno colocando la mano en un costado de la humanidad de Elinor.

— Opto porque sólo se trate de estrés. Y si es eso... muy pronto se recuperará. Tiene un motivo muy grande. Su hijo ha vuelto a Nueva York. Lo que significa...

— ¿Que la abandonarás?

— ¡No lo haré! — Candy intentó hablar con seguridad. — Usted podría quedarse con ella y continuará atendiéndola. Sabe más que yo y...

— ¿Tú?

— Vine aquí en busca de Albert. Debo seguir haciéndolo.

— Entiendo tu consternación por él; pero también ella es una paciente.

— Lo sé, doctor Martí. Sin embargo...

— Albert ya está bien.

— ¿Y si recae? — ella neceó. — No me perdonaré que algo malo le pase.

— Él es un hombre, Candy.

— Que por mucho tiempo estuvo bajo mi cuidado.

— Siendo así, ¿por qué temes a hacerte cargo de otra paciente?

— Porque ella... es parte de un pasado que debe quedarse precisamente allá.

DESDE QUE PERDÍ TU AMORDonde viven las historias. Descúbrelo ahora