Capítulo 15 parte A

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Sin mucha suerte, Candy y Terry salieron de la terminal naviera. Y por lo mismo...

— No debes temer. Tu padre estará bien mientras tanto.

— Quisiera en verdad inyectarme un poco de tu entusiasmo, pero...

— Una semana se pasará rápido.

— Quizá. Pero no te olvides de las que deberemos pasar en altamar.

— ¡Si Stear estuviera aquí!

Ignorando que el simpático inventor otro camino ya había tomado, después de su comentario, Candy zapateó. Y por haberlo hecho tan infantilmente consiguió una sonrisa en Terry quien indagaba:

— ¿Y para qué?

— ¡¿Cómo que para qué?! — un enojado mohín ella dibujó y le dedicó, así como la ironía de sus palabras al decir... — Para que nos construyera un avión y...

— ¡No, no, gracias! — expresó un asustado actor al recordar el funesto final del aeroplano de su padre. — Prefiero aguardar ocho días y...

— Todo va a estar bien — la rubia se le acercó para abrazarlo y pasarle sus ánimos debido a su repentino y consternado semblante.

— Me imagino que sí —. Terry se aprovechó de su cercanía para dejar, como antaño, un beso en la blanca frente. — Y esperemos que resista mientras llegamos. ¿Vamos a la oficina de correos para informarlo a su abogado?

Conforme se hubo cuestionado, una mano se tomaba. Y la dueña de ello asintió, emprendiendo a la par el camino hacia el lugar señalado. No obstante, una cuadra antes de llegar, de frente y por la misma banqueta, Terry reconoció una presencia.

Se trataba de un reportero que como otros ya conocía la noticia de las puestas en escenas que sí se llevarían a cabo en el Teatro Stanford como homenaje póstumo a la fallecida joven actriz: Susana Marlowe, la cual en el momento de haber dejado la morgue hubo sido llevada a una casa funeraria donde el encargado del lugar mortuorio estaba al frente de prepararla para la gran ocasión. Una donde él —al ser divisado, aproximado y cuestionado— por supuesto no estaría presente.

— ¿Por qué? — lo hostigó el periodista; — además de haber sido su compañero de tablas, era su prometido, ¿no es así?

— Me imagino que sí.

— Entonces, ¿por qué no estará presente?

— Porque... — ya una noticia también se había dado; así que sería oportuno informar: — se me ha enterado que mi padre está enfermo y debo viajar urgentemente a Londres para verlo, lo que ya no es posible con la señorita Marlowe al ya no pertenecer ésta al mundo de los vivos, así que... tenga por seguro que lo que menos hará será echarme de menos. Con permiso —. Terry fue un tanto rudo en el camino que se pensó en obstruirse.

Ayudado por Candy, las piernas de los jóvenes los alejarían de ahí y llevarían rápido a su destino. Resguardo que los mantendría por un buen rato al no tener el reportero intenciones de irse por habérsele olvidado preguntar ¿quién era la joven rubia que de la mano había huido junto con él?

Bueno, si leyera una nota pasada hubiese sabido que se trataba de la enfermera de la diva Elinor Baker quien en su residencia recibía la visita de un elegante licenciado conocedor de las leyes norteamericanas, las cuales en algunos asuntos eran livianas; en otras severamente estrictas, sobretodo en momentos bélicos como los que vivían y donde ya un barco de pasajeros había sido víctima de la guerra. Por ello las medidas de seguridad para los pasajeros se habían tornado más difíciles, y ese caso como el que se exponía lo hicieron decir...

— Lo primero que pudiera hacer... sería localizar a su familia adoptiva —; y uno de ésta ya venía de camino a Nueva York, sólo era cuestión de que el tren avanzara por sus rieles unas cuantas horas y...

El evento que se anunciaba por toda una página de la sección de espectáculos lo habían llenado de mucha intriga. Susana Marlowe no sólo se había quitado la vida sino sería homenajeada con todas las obras shakesperianas en las cuales participó.

El escalofrío que Albert sintió lo hicieron decir traicioneramente:

— Pobre Terry.

— ¿Dijiste algo, William? — lo preguntó la madre de Archie; y el tío de éste...

— No, nada — contestó, viendo el rubio como la señora Cornwell volvía su máscara a los ojos para protegerlos de una claridad solar.

Quien disfrutaba de ella era el señor Cornwell. Éste se había dirigido a la sección de fumadores.

Allá y entre otros pasajeros, el tema de la guerra salió a flote. Y aunque para él era muy doloroso, las políticas que estaban envueltas lo hicieron participar en la conversación, enterándose ahí que no era el único padre con un hijo caído. Eso lo animó más; y su molestia se mezcló con la de otros que estaban en contra de la estadounidense intervención. No obstante, cuando el momento más acalorado estaba...

Mi muerte no debe ser motivo de discusión. Piensa en mí por todo lo que di: mi vida, para que tú y mi nación puedan volver a vivir rodeados de paz.

Eso justamente llegó como un susurro a su oído y fue suficiente para que el señor Cornwell dejara no sólo su charla sino su asiento para volverse a otro junto a su esposa y pariente que le preguntaba:

— ¿Todo bien?

— Sí, William. Gracias —; y el padre, sonriendo, se dispuso a cerrar también los ojos para revivir una y otra vez el claro sonido de la voz de Stear.

DESDE QUE PERDÍ TU AMORDonde viven las historias. Descúbrelo ahora