Capítulo 1 parte A

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El tren que lo llevaría a Nueva York ya había anunciado su salida. En su reservado, Terry suspiró hondamente con el último pitido de la locomotora. También, aprovecharía el trayecto para descansar y dormir.

Para hacerlo, el joven actor levantó el cuello de su chaqueta, se cruzó de brazos, se acurrucó en su asiento y cerró los ojos, no viendo así al par de hombres que aparecían por la plataforma y corrían veloces y paralelamente junto al convoy.

El teatro, así como lo pidiera Candy, se visitó. Sin embargo, allá se hubo informado de la partida de la persona solicitada. Sin saber qué hacer, los empleados perdieron valioso tiempo pensándolo.

Llegado a un acuerdo, uno partió hacia el restaurante y el otro hacia la estación ferroviaria, aunque, ¿a quién estaba buscando? se preguntó un par de veces al no conocerlo físicamente, sino un nombre y una profesión.

— Bueno, también se nos dijo que va a Nueva York.

— Ese — se apuntó el tren, — va para allá —; y en ese preciso momento unas ruedas comenzaron a moverse.

Guardia y mensajero también, siendo inútiles sus intentos por hacerse ver por aquél que había cerrado los párpados, los cuales, cinco minutos después, se abrieron.

A Terry le resultaba imposible conciliar el sueño; y es que en su mente la imagen de ella, parada en ese maloliente lugar, su persona en medio de gentes vulgares y lo peor... viéndola llorar, le martirizaba cruelmente y lo hacía despertar de lo que él consideraba una pesadilla.

— No, hubo sido tan real su visión que...

El joven actor echó hacia delante su cuerpo para apoyar sus codos sobre las rodillas y llevarse las manos a la cabeza que negaba, lo mismo que sus pensamientos.

Los pasados debía dejarlos atrás, así como el tren iba dejando Chicago. Nueva York volvía a ser su futuro y en ello...

— Susana — Terry la mencionó regresando su espalda al respaldo de su asiento; y rodando su cabeza hacia la ventana decía: — Nunca me detuviste. Adonde fuera y regresara, nunca me preguntaste; sólo sonreías y me decías, "cuídate". En cambio, yo, cuando estoy contigo sólo siento dolor, porque no puedo dejar de pensar en Candy. Candy, ¿cómo espero que seas feliz si yo no puedo hacer feliz a Susana? — la cual en su casa...

— ¿Te llevo ya a la cama? — inquirió otra madre que vivía pendiente de su hija. Esa que respondía:

— No. Todavía quedan unos pocos rayos de sol. Quiero aprovecharlos y...

— ... seguir esperanzando a que él aparezca

— Lo hará. Sé que sufre en estos momentos, pero... vendrá. Hoy quizá ya no. Podría ser mañana, pasado o...

— ¿Si no lo hiciera nunca?

Susana sonrió levemente ante el pesimismo de su progenitora, pero en su facción había seguridad, igual que sus palabras al sentenciar:

— Mientras yo viva, ella no lo aceptará. Me salvó para que me quedara con él. Y él, a pesar de haberle sugerido fuera detrás de ella, me eligió a mí. Así que, no puede cambiar de parecer. Ninguno de los dos.

Lo dicho por la rubia ex actriz consiguió se cuestionara lo siguiente:

— Entonces, ¿sabes dónde pudiera estar?

— Sí; pero no lo anunciaré todavía. Le voy a dar un poco más de tiempo.

— Bueno, yo mientras tanto iré por una frezada. Está sintiéndose demasiado fresco.

— Gracias, mamá — dijo la joven ojo azul tomando el libro que descansaba en su regazo.

Hojeadas dos páginas, la histriona renunció a la lectura ya que no pudo concentrarse en ello.

Frente a su madre y a todos, Susana debía mostrarse fuerte; pero interiormente le dolía y le mortificaba mucho que Terry verdaderamente hubiera ido detrás de Candy y decidieran retomar su relación excluyéndola a ella que lo había dado todo. Por eso...

— No, él tiene que volver — dijo Susana para no flaquear de su propia aseveración, y la mirada la posó en el cielo. Y a lo que existiera detrás, le pedía con fervor... su regreso.

Retorno que el segundo empleado aguardaba con impaciencia; y es que en Rockstown, Elinor Baker no reaccionaba, empero, sus signos vitales marcaban un ritmo normal.

— ¿Qué piensa hacer si el hijo de esta señora ya no está en el pueblo? — preguntó el encargado del restaurante que había facilitado un cuarto trasero mediamente amueblado.

— ¿Qué pienso hacer? Es una buena pregunta que también me cuestiono — pensaba Candy. — Mi propósito es... seguir buscando a Albert, pero... ¿voy a ser capaz de dejar a un ser en lamentables condiciones de salud?... No debería por haber hecho un juramento médico. Sin embargo... él, aunque hubiera recuperado ya la memoria pudiera volver a caer enfermo y... hacerme responsable de ella en caso de que su hijo ya no se encontrara aquí, significaría aún así devolverlo a mi vida que en estos momentos tiene otras prioridades y...

— No lo sé — Candy contestó ante el llamado a una puerta.

La persona que apareciera y diera el malo reporte, la puso mayormente pensativa. También el encargado al decirle que ahí no podía seguir teniéndolas.

Recordando el hotel que viera de camino al restaurante...

— ¿Podría hacerme un último favor? — Candy pidió y un hombre asintió; por consiguiente, se solicitaba: — Ayúdeme a llevar a la señora al Hotel Rox, me pareció era su nombre.

— Sí, lo es; y el único en este lugar.

— ¿También será posible envíe un telegrama a Chicago?

— En la misma dirección está la oficina postal.

— Gracias — dijo Candy; y los hombres se hicieron cargo de su pedido.

DESDE QUE PERDÍ TU AMORDonde viven las historias. Descúbrelo ahora