El inicio del fin:

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Cuando uno viaja por Washington se imagina que verá unas cuantas serpientes con ropa humana. Aún así, me preocupé cuando una boa constrictora bicéfala subió a bordo de nuestro tren en Unión Station.

La criatura se había embutido en un traje de oficina de seda azul, metiendo el cuerpo por las mangas de la chaqueta y las perneras del pantalón para que pareciesen extremidades humanas. Dos cabezas sobresalían del cuello de su camisa como un periscopio doble. Se movía con extraordinaria elegancia para tratarse de algo que básicamente era un enorme animal hecho con globos y se sentó en la otra punta del vagón de cara hacia nosotros.

Los otros pasajeros no le hacían caso. Sin duda la Niebla distorsionaba su percepción y les hacía ver a un viajero más. La serpiente no hacía ningún movimiento amenazante. Ni siquiera nos miraba. Parecía simplemente un monstruo currante que volvía a casa.

Y sin embargo, no podía darlo por sentado...

Me incliné levemente hacia uno de mis costados.

—Buitre...—susurré a mi novio mientras lo sacudía ligeramente.

Percy alzó la vista mientras despertaba, parpadeando para espantar el sueño, se limpió la baba de la boca con la manga y me preguntó con la mirada qué sucedía.

—Monstruo— susurré.

¿Y por qué susurrar? Se preguntarán. Bueno, es mejor que gritar y alertar al monstruo, eso y que estábamos en el vagón silencioso del tren.

Señalé a la criatura con la cabeza. Mientras el tren se alejaba de la estación, su cabeza izquierda miraba distraídamente por la ventanilla. Su cabeza derecha sacaba su lengua bífida y la metía en una botella de agua sujeta en la espiral que hacía las veces de mano.

—Es una anfisbena—murmuré, y acto seguido añadí para aclarar—: una serpiente con una cabeza en cada punta, el espécimen original nació de la sangre de medusa que Perseo dejó caer en el desierto libio. Éste debe de ser uno de sus descendientes.

Percy frunció levemente el ceño, se llevó la mano al bolsillo y extrajo su bolígrafo, pero no hizo nada más, se volvió a recostar en su asiento.

—Parece bastante tranquila—susurró—. Pero estaré al pendiente por si intenta algo.

No era la respuesta más satisfactoria, pero tampoco es como si tuviéramos muchas más opciones en un vagón lleno de pasajeros.

Esperaba con desesperación que el viaje fuera tranquilo. En la última semana, habíamos luchado contra una manada de centauros salvajes en Kansas, nos habíamos enfrentado a un espíritu de la hambruna furioso en el Tenedor más grande del mundo en Springfield, Missouri, y habíamos escapado de un par de drakones azules de Kentucky que nos persiguieron varias veces por el hipódromo Churchill Downs. Después de todo eso, una serpiente bicéfala con traje quizá no era motivo de alarma. Desde luego no nos estaba molestando en ese momento.

Traté de relajarme.

Percy recargó la cabeza en el respaldo de su asiento y movió su bolígrafo entre sus dedos. No había cambiado mucho en los meses que llevábamos viajando, seguía siendo alto y teniendo complexión de nadador. Sus ojos verdes destelleaban con diversión y rebeldía. Eso sí, su sonrisa torcida había quedado medianamente escondida bajo una corta pero descuidada barba negra que le había salido durante nuestro tiempo viajando, sin tiempo para preocuparse por aspectos de la apariencia tan secundarios.

No diré que le quedaba mal, pero estamos hablando de la corta y descuidada barba de un chico que estaba apunto de cumplir dieciocho, no le quedaba mal, pero podría ser mejor.

Las pruebas de la luna: La Torre de NerónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora