Las

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En mi condición de diosa, podía dividirme en múltiples partes. Podía existir en muchos sitios distintos al mismo tiempo.

Por ese motivo, no puedo decirte con absoluta certeza cuál de los siguientes encuentros se produjo primero. Léelos en el orden que prefieras. Estaba decidida a volver a ver a todos mis amigos, estuviesen donde estuviesen, y a concederles la misma atención más o menos al mismo tiempo.

Quería conducir la luna por el cielo, pero tendría que esperar a que anocheciese. Estaba deseosa de ver de nuevo a mis ciervas, pero sabía que estarían bien, mis cazadoras se habrían encargado de cuidarlas apropiadamente y de sacarlas a ejercitarse.

Aún así, la emoción me estaba pudiendo, estaba más que emocionada de retomar mi travesía nocturna por el cielo. Aunque esa vez esperaba poder compartirla con alguien en especial.














En el Campamento Mestizo me dieron una bienvenida clamorosa y emotiva.

Había decidido aparecer con la misma apariencia que había tenido en mi período como humana: diecisiete años, mis facciones un tanto amortiguadas, cabello castaño rojizo un tanto menos vívido y ojos amarillo plateado. Y sí, con varias cicatrices, no todas ellas, sólo las importantes.

Lo primero que noté; aunque habían pasado sólo dos semanas, los campistas novatos que tan pequeños y torpes me habían parecido la otra vez se desenvolvían ahora como semidioses veteranos. Vivir una batalla importante (perdón, "excursión") produce ese efecto. Quirón parecía tremendamente orgulloso de sus aprendices, y también de mí, como si fuese una de ellos.

—Estuviste bien, Artemisa—dijo, agarrándome el hombro como el padre afectuoso que no había tenido—. Siempre eres bienvenida en el campamento.

Llorar a moco tendido no habría sido adecuado para una importante diosa del Olimpo, así que me alegraba de haber renunciado a ese puesto.

Me encontré con mis sobrinos Kayla y Austin, los abracé por varios minutos mientras les expresaba finalmente lo agradecida que estaba con ellos por toda la ayuda que me dieron.

Pregunté por varias personas: Meg se había ido. Regresó a Palm Springs, a la antigua casa de su padre, con Luguselva y sus hermanos adoptivos de la Casa Imperial de Nerón. La idea de que Meg manejase a un grupo de semidioses tan volubles con la única ayuda de BarbaLu la Pirata me inquietaba.

—¿Está bien?—pregunté a Austin.

—Sí. O sea...—Tenía una mirada de angustia, como si estuviese recordando las numerosas cosas que todos habíamos visto y hecho en la torre de Nerón—. Ya sabes. Estará bien.

Asentí con la cabeza.

—¿Y Percy?

—En su casa, con sus padres—contestó Kayla—. ¿O debería decir tus suegros?

Hice una mueca.

—Mierda, los chismes corren rápido.

Austin y Kayla cruzaron miradas.

Las pruebas de la luna: La Torre de NerónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora