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Respiré profundamente varias veces, creo que estaba hiperventildo.

Intenté calmarme, no debería de resultar tan difícil.

Había tenido algunas cuantas reuniones más: por ejemplo, fui a Florida para reunirme con mi madre Leto y con Apolo para contarles todo lo que sucedió en mi viaje, con lujo de detalles.

También visité el campamento musical en el que estaba Calipso, llegué justo a tiempo para ver como mandaba a volar con un espíritu del viento a un chico demasiado insistente.

Visité varios campamentos de mis cazadoras, y es que tengo varios grupos de entre veinte y treinta chicas que se mueven independientemente por diferentes partes del país.

También, una de mis manifestaciones se quedó sola, no haciendo más que observar las estrellas y recordar a viejas amigas como Calisto y Zoë.

Y sí, también tuve una pelea interna conmigo misma, parece ser que a Diana no le gustó demasiado la idea de abandonar el consejo olímpico. Es decir, entendía que era lo mejor, pero aún así no estaba muy contenta al respecto.

Sin embargo, la mayor parte de mi concentración estaba en la puerta delante de mí.

Upper East Side Manhattan, un edificio de apartamentos, una puerta, y olor a galletas recién hechas que venía desde el otro lado de esas paredes.

Después de diez minutos, logré controlar mis nervios.

Abrí la puerta.

Percy estaba sentado en un sillón de la sala, manteniendo un duelo de miradas con las tares que había evadido durante seis meses.

Se veía físicamente bien, no mostraba signos de heridas y no estaba cubierto de sangre y polvo de monstruo.

Aún así, el brillo de sus ojos verdes estaba apagado, su postura era triste y un tanto deprimida. Todo el ambiente en ese normalmente alegre hogar era un tanto lúgubre.

Titubeé al cruzar la puerta, me recordé a mi misma que habían pasado dos semanas, en las cuales la única noticia que él había tenido de mi era que había regresado al Olimpo.

—Hola...—saludé tímidamente.

Percy se sobresaltó, antes de verme. Luego, se quedó muy quieto mirándome.

—Hola...—murmuró.

Nos quedamos mirándonos en silencio durante un minuto.

—¿Puedo...?—hice una seña con la cabeza.

Percy me entendió.

—Adelante.

Entre con cautela al departamento, cuidando cada uno de mis movimientos, no sabía si debía saltar emocionada a sus brazos. O intentar entablar un conversación casual. O lo que fuera. Estaba demasiado nerviosa.

Me senté frente a él, y nos quedamos así durante casi cinco minutos, viéndonos a los ojos. Había extrañado la sensación de perderme en esos orbes verdes.

—Escuché que volviste al Olimpo—dijo él—, que volviste a ser una diosa. Felicidades.

Estiré una mano hacia él, pero me detuve en el último momento.

—Yo... renuncie a eso...

—¿A ser una diosa o a lo nuestro?

—¡No...! No... al Olimpo—expliqué—. Al consejo, abandone mi puesto.

Percy se me quedó viendo.

—¿Hablas en serio?

Asentí con la cabeza, poco a poco me fui relajando más y mis movimientos eran menos tensos.

—Sí... yo... yo solo ya no podía más con todo eso—admití—. No pertenezco más a ese lugar. Quiero decir, si me llegarán a necesitar estaré allí, siguen siendo mi familia, o algo así. Pero si puedo evitar pisar el Olimpo, prefiero hacerlo.

Percy asintió con la cabeza.

—Eso suena... como la mejor decisión—dijo—. Al menos para ti, te apoyo.

Sonreí.

—Gracias, me alegro—lo decía en serio, tuve que hacer un esfuerzo consciente para no explotar en una llama plateada y llamar a toda la naturaleza salvaje al departamento de los Jackson.

Percy se recostó en el sillón.

—¿Y cómo se lo tomó Diana?—preguntó—. Reyna me dijo una vez que no es muy romano rechazar el poder, así que...

—Uf, si te dijera—me reí un poco—. Me vez muy normal y todo, pero dentro de mí hay una guerra civil entre ambas personalidades.

Él ladeó la cabeza.

—Entonces... ¿quién eres ahora? ¿Artemis o Diana?

Lo medité por un minuto.

—La verdad, es que no lo sé—admití—. Artemisa... Diana... dejémoslo en la diosa helénica de la luna y la caza, ¿está bien?

Percy se rió un poco.

—Eso es demasiado largo—dijo—. Pero da igual, dime, mi querida diosa, que la trae de vuelta a mi hogar.

Entonces, ya no me pude contener y salté a sus brazos. El imlpuso volcó el sillón y ambos caímos al suelo, pero no nos importó. El me rodeó con sus brazos y me abrazó. Yo respondí de la misma forma, rodeándolo con los brazos y apretándolo con fuerza.

No quería volver a separarme de él ni en un millón de años.

Llevé mis labios hasta los de él, nos besamos. Fue corto pero apasionado, diría que incluso un poco necesitado. La cosa iba más allá que el deseo, era más.

Nos separamos después de un minuto para poder tomar aire.

—Yo...—murmuró Percy—. Creía que ya no querrías verme—dijo—, pensé qué tal vez tú... me odiarías.

Lo miré a los ojos.

—No digas estupideces—ordené con tono serio, entonces volví a sonreír y a inclinarme sobre él.

Seguimos disfrutando el uno del otro por varios minutos más, en ese momento solo estaba feliz. No necesito otra palabra, estaba feliz de estar de vuelta.

Después de unos diez minutos, me recosté sobre su pecho y respiré profundamente para recuperar el aliento.

—Quiero estar contigo—murmuré—. Quiero que vengas conmigo y con la caza, no tendrás que preocuparte más por las tareas o por el futuro. Podremos construir juntos nuestro propio destino.

Él me rodeó con sus brazos y sonrió.

—Sin tareas, sin escuela, y mucho estar con Arty, me apunto.

El mundo era perfecto, no me tenía que preocupar por el consejo olímpico. Kronos, Gaia, Setne, Los emperadores, Pitón, todos estaban muertos. El futuro se veía brillante, había recuperado mi divinidad, y más importante, estaba con la persona que amaba. ¿Qué más podría querer?

Ah, sí. Creo que ya había mencionado que quería retomar mi travesía nocturna con alguien especial.

—Y dime, Perce—le dije—. ¿Qué te parecería un pequeño paseo por el cielo nocturno?

Él me sonrió.

—Me encantaría.

Volvimos a acercar nuestros rostros, podía sentir su aliento en mi piel y oler su aroma a brisa marina.

—Ejem...

Sally Jackson estaba parada en el umbral de la cocina, mirándonos con una ceja alzada.

Percy y yo nos le quedamos viendo, congelados en nuestra posición sin saber que decir o que hacer.

Sally simplemente señaló la mesa junto a nosotros. 

—Percy, si vas a dejar los estudios deshazte de esos libros de una vez. Artemisa, que bueno volver a verte. Y ahora, ¿qué tal si me cuentan lo que de verdad pasó en su viaje? Y quiero decir todo, porque claramente se estuvieron guardando cosas la última vez.

Las pruebas de la luna: La Torre de NerónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora