Batallas perdidas:

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"Muerte a mis enemigos" era un magnífico grito de guerra. Un auténtico clásico, pronunciado con convicción.

Sin embargo, se perdió parte del dramatismo cuando Nerón pulsó el botón y las persianas de las ventanas empezaron a bajar.

El emperador soltó una maldición—quizá una que Meg le había enseñado—y se lanzó a los cojines del sofá, buscando el control remoto correcto.

Meg había desarmado a Emilia, como había prometido, y ahora blandía su espada prestada mientras más y más hermanos adoptivos la rodeaban, impacientes por participar en su ejecución.

Nico y Percy se abrían paso entre los germani. Eran más de una decena contra dos, pero sus espadas mágicas no tardaron en infundir un saludable respeto. Hasta los bárbaros saben superar una curva de aprendizaje pronunciará si es lo bastante afilada y dolorosa. Aún así, sabía que Nico no podría aguantar mucho más, sobre todo porque las lanzas de los germani tenían mayor alcance, y el ojo de Hades solo podía ver con el ojo derecho. Vercorix gritó a sus hombres y les ordenó que rodeasen a los semidioses. Por desgracia, parecía que al teniente canoso se le daba mucho mejor reunir a sus fuerzas que entregar controles remotos.

Percy se concentraba en cubrir el lado ciego de Nico con su escudo, mientras se defendía el mismo con su espada, pero aún así, la batalla se veía complicada.

En cuanto a mí, ¿cómo puedo explicar lo difícil que es usar un arco después de haber sido apuñalada en el costado? Todavía no estaba muerta, y eso confirmaba que el puñal no había tocado ninguna de las arterias y órganos importantes de mi cuerpo, pero cuando intentaba levantar el brazo me daban ganas de gritar de dolor.

Había perdido sangre. Sudaba y tiritaba. A pesar de todo, mis amigos me necesitaban. Tenía que hacer lo que estuviese en mi mano.

—Mountain Dew, Mountain Dew—murmuré, tratando de despejar la cabeza.

Primero, le di una patada más a Lucio en la cara y lo dejé inconsciente. Luego disparé una flecha a otro semidiós imperial que estaba a punto de apuñalar a Meg por la espalda. No quería matar a nadie, recordando la cara de terror de Casio en el ascensor, pero le di a mi objetivo en el tobillo y le hice gritar y andar como una gallina por el salón del trono. Eso me dejó buen sabor de boca.

Mi mayor problema era Nerón. Con Meg, Nico y Percy sobrepasados por los enemigos, el emperador tenía tiempo de sobra para buscar controles remotos en el sofá. El hecho de que las puertas blindadas estuvieran destrozadas no parecía haberle hecho perder el entusiasmo por inundar la torre de gas venenoso. Tal vez, al ser un dios menor sería inmune. Tal vez hacía gárgaras con gas sasánida cada mañana.

Disparé al centro de su cuerpo; un tiro que debería haberle partido el esternón. En cambio, la flecha se hizo astillas contra su toga. Quizá la prenda contaba con alguna forma de magia protectora. O eso o la había confeccionado un sastre muy bueno. Con gran dolor, coloqué otra flecha en el arco. Esta vez apunté a la cabeza de Nerón. Recargaba muy despacio. Cada tiro era un suplicio para mi cuerpo torturado, pero apuntaba bien. La flecha le dio justo entre los ojos. Y se hizo añicos infructuosamente.

A Nerón también lo había confeccionado un sastre muy bueno, al parecer.

El emperador me miró frunciendo el entrecejo desde el otro lado del salón.

—¡Basta!—Y acto seguido volvió a buscar su control.

Me desmoralice aún más. Estaba claro que Nerón todavía era invulnerable. Luguselva no había conseguido destruir sus fasces. Eso significaba que nos enfrentábamos a un emperador que tenía tres veces más poder que Calígula o Cómodo, y ellos no habían sido precisamente unas presas fáciles. Si en algún momento Nerón dejaba de preocuparse por el aparato del gas venenoso y nos atacaba, estaríamos muertos.

Las pruebas de la luna: La Torre de NerónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora