[Libro #6 de la saga "About Werewolves and Witches"]
NOTA: por favor, lee la quinta sección del libro Steredith antes de empezar con este.
Luego de un largo tiempo, la manada se reúne para celebrar con entusiasmo la boda del año.
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|| Stand By Me.
Scott.
La gélida brisa invernal me golpea la cara en cuanto salgo al porche trasero, provocándome un escalofrío. Ojalá también se deshiciera del olor a cloro que danza en mis fosas nasales o del aroma a oxidado que todavía puedo percibir proviniendo del lugar donde Castiel murió desangrado.
—Usaron esto para inhabilitar los teléfonos —comienza a decirme, alzando unos pocos centímetros la mano con la que sostiene un interruptor de frecuencias, al segundo en que cierro la puerta detrás de mí—. Eran solo dos cazadores, Scott, dos chicos de no más de veinticinco años ni experiencia alguna en la cacería. Los habría perseguido hasta atraparlos, pero no me pareció una buena idea dejar sola a tu hermana y a Melissa. Se me ocurrió que tal vez Gerard y su ejército esperaban que hiciera justo eso para terminar con lo que iniciaron.
—Gracias por quedarte con ellas. Por salvar a Mer —mascullo, sin moverme de mi lugar—. Nunca debimos dejarla sola, fue estúpido de mi parte pensar que estaría a salvo. Soy un imbécil.
—Los hombres de Gerard pudieron asesinar a esa chica —declara, logrando que mi ceño se frunza al desviar la mirada del suelo de madera hacia él—. Todo fue parte de su estrategia, desde el ataque a la chica hasta el intento de llevarse a Meredith.
—Él sabía que yo querría hablar en persona con el sheriff —bisbiseo, a lo que mi suegro asiente—. Realmente no se detendrá hasta asesinarnos a todos. —Mi voz se quiebra un poco al final, una sensación de impotencia empezando a crecer en mi interior.
—Estamos en guerra, Scott —manifiesta a modo de recordatorio—. Y a menos que quieras perder a todas las personas que te importan, tienes que olvidarte de hacer las paces.
—¿Pero y si encuentro la...?
—No lo harás —me interrumpe—. Gerard nunca fue del tipo de persona que cambia de opinión, ni siquiera por el bienestar de su propia familia —comenta con pesar—. Te odia, a ti, a tu manada y a todo aquel que ose estar de su lado. —No digo nada, no lo hago porque no sé cómo responder a eso. Él inhala profundo al tiempo en que se pone de pie—. Ha habido un incremento en la venta de armas. En los últimos seis años hubo un aumento considerable, sin embargo, ninguna transacción parecía sospechosa... Hasta hace tres días.
Chris mete una mano en el interior de su chaqueta y saca una hoja de papel doblada en cuatro que no tarda más de un milisegundo en ofrecerme. Yo doy los pasos necesarios para posicionarme a su lado; tomo la hoja, la desdoblo y achico los ojos para leer lo que allí encuentro.
—¿Qué es esto? —inquiero, sin comprender qué es lo que estoy viendo.
—Hace tres días la compañía fue adquirida por un comprador anónimo.
—¿Te refieres a tu compañía?
Chris me mira con una seriedad abrumadora.
—Cada arma de fuego, cuchillo, granada, caja de municiones y chaleco antibalas resguardado en 75 bodegas distribuidas por todo el país, ahora están a nombre de alguien más.
