21 | Pulseras.

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—Todavía me duele el codo, Lucca —me quejo masajeándome la zona mientras le pasa llave al candado del galpón y las guarda en el bolsillo de su jean.

—A mi me quedaron doliendo las putas costillas y no ando ahí lloriqueando —me saca la lengua y sonríe.

Cuando terminamos de jugar y aclaramos que ya había finalizado todo, me acerqué a él haciéndome la cariñosa y le propiné un tiro en las costillas, a no menos de un metro de distancia.

—Eres un bruto —le doy un suave golpe en las costillas a propósito y él hace un mohín.

—Y tú una mañera —responde.

—¡Te me tiraste por encima, Lucca! —le pego en el pecho esta vez—. ¡¿Cómo quieres que lloriquee?!

Entremedio de los pasillos hay un pequeño espacio que da perfecto como para que alguien se meta ahí dentro. Lo descubrí mientras corría en busca de un escondite y no dudé en hacerme finita para entrar. Todo iba bien hasta que sentí como una araña me subía por el brazo, aguanté y aguanté hasta que llegó a mi hombro y no pude reprimir un grito de asco. Entonces fue cuando Lucca descubrió mi paradero.

Se lanzó sobre los fardos de paja y cayó encima de mí con fardo y todo. De lleno y con fuerza. ¡Cómo mierda quiere que no me duela si le cayeron setenta kilos encima! ¡Podría haberme quebrado un maldito hueso!

—¿Quieres que te pida perdón por haberme tirado encima de tí? —pasa su brazo por encima de mis hombros.

Subo mi mano hasta la altura de la suya y entrelazo nuestros dedos.

—Eso no cambiará el moretón que me quedará en el codo ni en las nalgas, de nada sirve tu perdón, quiero dinero por daños y perjuicios —digo evidentemente en broma.

—Dí una cifra —responde él.

—Es broma, Lucca. Ni que me hubieras matado.

Abre la puerta del lado del copiloto y espera a que entre para cerrarla. Rodea el auto y se mete también.

—Le avisaré a Klara que ya vamos —murmuro estirándome hacia los asientos traseros para agarrar mi bolso.

—Quieta, rubia —pone su mano en mi pecho deteniendo mis movimientos—. La noche aún no acaba y nosotros tampoco.

—¿A dónde más iremos? —saco mi celular del bolsito y me fijo la hora. 1:42 am. y siento que el tiempo pasó rapidísimo, salimos poco más de las once y media de casa.

—Creo que es buen momento para comenzar a contar nuestras recompensas.

Su mano viaja a mi muslo y lo aprieta con delicadeza haciendo que mis hormonas se aloquen como de costumbre.

—Conté cuarenta y nueve en tu chaleco, siete en tu piel, nueve en tu pantalón y cuatro en tu casco —roza mi piel de arriba a abajo con sus dedos provocando que se erice—. Son 69 tiros en total, rubia.

Su voz hace que me recorra electricidad por todo el cuerpo y se acumule en la parte baja de mi vientre.

—Yo conté dos en tu casco, quince en tu chaleco y una en tus pelotas.

—Las del chaleco deberían descontarse, técnicamente fue trampa.

Mi cuerpo se queja cuando él aparta su mano de mi muslo y la pone en el volante, pero no digo nada.

—Entonces descuenta tu también.

—No, gracias —sonríe de lado—. Me gusta el sesenta y nueve, ¿a tí no?

Alza las cejas y entonces me percato de que no se refiere al número en sí.

—¿Queda mucho camino? —contraataco a su pregunta.

Polvo de estrellas [✓]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora