31 | Huésped por dos semanas.

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Sábado 06 de Julio

—Si subimos a mi habitación puedo hacértelo ahora —dice Emily caminando hacia la salida de la cocina.

—Sabes que está conmigo ¿No? —Lucca entra en la cocina—. No puedes llevártela a tu habitación así como así...

—Ohh, tranquilo hermanito, no tengo las mismas intenciones que tú al llevarla a mi habitación. Conmigo quizás grite por dolor, contigo no sé si puedo decir lo mismo.

Emily lo mira con los ojos entornados, acusándolo. Ella duerme en la habitación contigua a la de Lucca, por lo que no me es extraño que escuche absolutamente todo lo que pasa en la de él.

—No puedes quejarte —replica Lucca ladeando la cabeza.

—Oh, sí que puedo. Y mis oídos también.

—Entonces eres injusta porque yo ni siquiera abrí mi boca cuando escuchaba como tu y la chica aquella...

—Mejor cállate, idiota —la cara de Emily se torna de color rojo fuego—. Vámonos antes de que mi estúpido hermano me exponga.

Lucca suelta una carcajada arrogante mientras nosotras abandonamos la cocina y nos dirigimos hacia las escaleras. Nunca me había fijado en la frase de que cada habitación es un mundo aparte hasta que entré en la de Emily. La que comparto con Klara siempre está ordenada a diferencia de la de Lucca que tiene ropa desparramada en cada rincón. Lizzie duerme en una cama colgante que instaló en el garaje de su casa y lo autoproclamó como su habitación. La de mamá es más bien una oficina y así, pero la de Emily... la suya parece un fan club de diferentes artistas.

Es la quinta o sexta vez que entro en su habitación en estos dos días que llevo quedándome en su casa y por quinta o sexta vez el poster del chico que sostiene un micrófono en el aire llama mi atención.

—Es sexy, ¿verdad?

Emily me mira de reojo mientras sus manos se mueven con rapidez dentro del cajón de su escritorio.

—¿Quién es?

—Corbyn Hood —señala su cama—. Siéntate ahí.

Hago lo que me ordena dejando de lado al castaño que guinda en la pared. Emily se sienta frente a mí en la silla giratoria de su escritorio. Deja una botella de alcohol, una jeringa en su empaque, guantes y un piercing con una pelotita brillante.

—¿Vas a ponerme este?

—Sí, mientras cura la perforación te dejaré este, luego puedes cambiarlo por el que más te guste.

Asiento con un casi inaudible sonido a la vez que ella empapa un algodón con alcohol y me lo pasa por la nariz. Se pone los guantes y acto seguido saca la jeringa de su empaque.

—Respira hondo. A mi me funciona aguantar el aliento para que no me duela, pero si prefieres puedes ir soltando el aire de a poco.

Cierro los ojos cuando ella me toma de la barbilla para acomodar mi cabeza.

—¿Estás alumbrándome la nariz? —pregunto aún con los ojos cerrados sintiendo la iluminación en mi rostro.

—Es para ver si tienes venitas, si te perforo alguna te va a sangrar un poco y no quiero hacerte más daño del necesario.

—¿Quién te hizo tus piercings?

—Me los hice yo misma.

Y entonces siento como la aguja perfora el cartílago de mi nariz a la vez que de mi ojo derecho caen dos lágrimas que corren por mi mejilla hasta terminar encima de mi regazo.

Polvo de estrellas [✓]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora