Té.

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— ¿Mamá? Olvidaste mi almuerzo.

Escuché a mi niño subir las escaleras en dirección a mi habitación. 

— No lo hice. Ven. — Lo encontré a medio camino y le ofrecí mi mano para llevarlo abajo y entregarle su lonchera. 

— Mamá, no quiero ser un tonto conejo. 

Charlie tenía una obra de teatro por parte de la escuela en la que participaría. Su personaje sería un adorable conejo, pero a el no le agradaba mucho esa idea. 

— Cariño, será solo una obra. Habrá muchos otros conejos. Y será genial ser un conejo. 

—Son tontos, mamá.— se paró de puntillas para alcanzar mi mejilla y dejar un beso en ella a manera de despedida.— Te quiero. 

—Yo más, mi amor. 

 ***

Regresando a la habitación vi de reojo el estante de libros y recordé el que había puesto ahí hace unos días. Lo tomé y al abrirlo, una tarjeta que salió del libro cayó al suelo. Era la tarjeta de presentación de la chica, ahora sabía su nombre completo y su número telefónico con exactitud. 

Tomé un baño rápidamente y tomé el tren nuevamente, necesitaba volver a la ciudad y comprar algunas otras cosas que hacían falta para la gran fiesta de cumpleaños de Charlie. 

En el camino me detuve en un carrito de café para comprar un gran vaso, lo necesitaba. Y a pocos pasos pude ver un teléfono público, me dieron mi café caliente y caminé hacia el teléfono.

Saqué de mi bolso la tarjeta de Lisa, realmente quería llamarla desde que ví su número plasmado en aquella tarjeta, pero no sabía sí era correcto marcar desde mi celular o del teléfono de la casa y que su identificador pudiera guardar la información.

 Lo pensé varios minutos estando parada frente al teléfono publico. Me armé de valor y marqué. 

Tres tonos y no respondía, su contestadora lo hizo por ella. 

Hola soy Lisa Manobal. Deje su mensaje después de la señal. Gracias. 

Separé el teléfono de mi oído y escuché su voz justo cuando iba a colgarlo.

¿Hola?...

Hola... —estaba muy nerviosa así que mi voz salió con muy poca fuerza y tuve que repetir más alto — Hola. Ahí estás. Soy Jennie Kim, la del ventarrón. —que tonta, me regañé mentalmente.— 

¡Ah! Eres tu, ¿Y tu rodilla? ¿Le pusiste hielo? 

Si, le puse hielo, la elevé y todo lo que debía hacer, lo hice. —solté una risita nerviosa— Quería llamar y agradecerte. Y también quería pedirte tu dirección para enviarte una botella de vino como agradecimiento...

¿Dónde estás? —Me interrumpió .

¿Qué?

— ¿Dónde estás ahora?

Estoy cerca de la estación central. Casi no te escucho. 

Ven a verme. 

—¿Qué?— esta vez no pregunté porque no lograra escucharla, solo me sorprendió. 

Si. Tómate un descanso. Te haré una taza de té. 

— ¿Un té? —miré mi gran vaso de café que había comprado hace unos minutos y lo lancé al cesto de basura que estaba a un lado del teléfono. — De acuerdo

Bien. — me colgó después de eso. No me dio la dirección de su casa, creo que estaba segura de que yo sabía como llegar exactamente y no se equivocaba.

***

— Veo que no hay daño permanente. —habló mientras abría la puerta de su departamento, estaba esperándome. —Aceptamos todo tipo de aseguranza. 

—No tengo seguro médico. — le contesté un poco confundida.

—Oh lo siento, no damos caridad. —se encogió de hombros y cerró la puerta. 

Qué.

Volvió a abrir la puerta y salió sonriendo divertida. Era una chica linda y su sonrisa iluminaba todo el lugar. 

—Es un chiste. 

Me dejó pasar a su departamento y me entregó un libro que tomó de cualquier lugar. Por donde miraras había libros de todo tipo, colores y tamaños. 

—Mira esto. Primera edición de White Fang, con la sobrecubierta original. ¿Y sabes qué? Pagué 1 dólar con 50 centavos. 

—¿Y cuanto vale? —realmente no sabía absolutamente nada de libros. 

—Unas cuatro mil veces más que eso. —se acercó a un estante y me señaló— Todos estos están escritos en Thai. 

—Estudié Tailandés en la escuela. 

Pronunció algo en el idioma, entré en pánico y solo le entendí la mitad. 

—¿Qué si quiero quitarme algo? —pregunté muy confundida y asustada al mismo tiempo.

— Tu abrigo. ¿Quieres quitarte tu abrigo?— repitió esta vez en mi idioma, quedé como estúpida.

 —Claro, si. Mi abrigo... Gracias. —Se acercó a mí y me hizo una seña para que le diera la espalda. Lo hice. Sentí como sus dedos rozaron la piel de mi cuello al tomar el abrigo para retirarlo de mi cuerpo y una sensación de electricidad me recorrió desde la cabeza hasta la punta de los pies. 

Me giré y ella me miraba detenidamente a los ojos, sostenía mi abrigo en su manos. 

—No puedo quedarme mucho tiempo, tengo algunas cosas que hacer.

—Entiendo. Iré por el té, entonces. 

Lisa se fue a la cocina y seguí admirando su casa. En la mesita junto a mi estaba un gran libro abierto, pero no era un libro común, era diferente, con pequeñas puntadas en lugar de palabras plasmadas. 

—Está en Braille. 

Puso las dos tazas de té sobre la mesita junto al libro y ella se colocó detrás de mí. Me puse nerviosa al instante. 

—Cierra los ojos...—susurró.  

No pregunté por ni para qué y solo lo hice. Tomó mi mano derecha y la puso sobre las hojas del libro, podía sentir los bordes que se destacaban, eran como pequeñas bolitas bajo las yemas mis dedos. 

Mi madre me prepara un pollo.

Su pollo me hace toser,

Quisiera que cuando lo preparara, 

le quitara las plumas. 

Ambas reímos, quizá era un libro de cuentos para niños o quizá no era realmente lo que decía el libro y se estaba burlando de mi. 

Separó nuestras manos del libro pero el contacto entre sus manos y las mías no se perdía. 

—No dice eso. —abrí los ojos y giré a mirarla por una respuesta. 

Cerró el libro y pude ver el título sobre la portada. El placer de cocinar. Volví a reír y ella me no apartaba la mirada de mi. Sonreía divertida y sentí como tomaba mi mano con más fuerza. 

—Más vale que me vaya ahora. —Dije mirándola, me alejé un poco de su cercanía y solté nuestras manos en el camino.— Gracias por el té. 

—No lo bebiste... 

Me dejó ir. 










Infidelidad. - Jenlisa.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora