Víctor sabía que no podía mantenerse en la cama y sin hacer una mierda durante mucho tiempo, estaba muy enojado consigo mismo por lo que le había hecho a Marina, pero era consciente de que sobre sus hombros pesaba una corona muy difícil de llevar, y no planeaba decepcionarse aún más; pues si no podía ser un esposo capaz, al menos sería un Emperador competente. Fue así que se levantó de la cama y ordenó la habitación con su habitual rapidez, tambaleándose y con un fuerte dolor aquejando su cabeza debido a la violenta cruda que se cargaba esa mañana, tomó un baño de tina y la servidumbre le alcanzó el remedio de tomate que le había ofrecido a su esposa alguna vez, y por primera vez en años, se sintió un bicho remojado en finos aceites esenciales.
Al concluir su baño, se vistió con uno de sus trajes más nuevos y añadió unas mancuernillas de oro, mandó a traer su corona y esperó pacientemente frente al espejo, ciñéndola cuidadosamente sobre su cabeza una vez se la alcanzaron, sobre la coleta desobligada que tanto le gustaba llevar; y se dispuso a salir del hueco al que se había exiliado, causando una reacción positiva en todos los empleados de palacio, quienes se mostraron muy dispuestos a acatar sus órdenes, incluso prepararon su desayuno favorito, pero el Emperador apenas bebió su café, pues no se encontraba listo para comer aún. Bajo la concepción de Víctor, en la vida se podía disfrutar muy limitadamente de los placeres para evitar caer en el hedonismo, y si ya no podía gozar del placer otorgado por tener a Marina cerca, o siquiera en buenos términos, buscaría la manera de volver a tenerlo, picoteando de otros placeres para evitar atentar contra su propia vida o afectar su desenvolvimiento como gobernante.
El Emperador abandonó el castillo a bordo de su flamante Tesla negro, aquella mañana los ánimos estaban tensos, pues después del primer asalto a los del crimen organizado, las operaciones se habían disparado y agilizado, de manera barbárica, para evitar fugas; ahora tan solo bastaba reunirse con Francisco para finiquitar el trato que habían acordado bajo palabra hacia no mucho tiempo. Víctor apretó sus manos alrededor del volante, suspiró y cerró los ojos con solemnidad, aprovechando la pausa que ofrecía un semáforo en rojo, no estaba seguro de lo que haría, pero estaba seguro de que no era posible echarse para atrás; y poco tiempo después, fue recibido en el apartamento que su cuñado había adquirido en la Ciudad de México, dejó su saco con una de las mucamas y caminó a la terraza, donde ya se encontraban los dos Generales, Isaura y Correa, este último, bebía de buena gana y observaba plácidamente la vista desde su penthouse, sintiéndose libre por primera vez en décadas.
—Miren quién decidió acompañarnos al fin, tenía la sospecha de que ibas a faltar por ponerte borracho, y llegaste hasta con la corona puesta. ¿Es que te sientes muy orgulloso de lo que hicimos o quieres darte un subidón de ego? —Preguntó Francisco, con una sonrisa bobalicona, ofreciéndole algo de tequila a Víctor, quien negó débilmente.
—Preferiría un café, estoy bastante crudo y quiero despertarme un poco. —Víctor tomó asiento junto a Isaura, quien respondió una llamada, con un sencillo: "Que suban". A lo que Francisco se mostró confundido—. Ah, hemos decidido que, de ahora en adelante, nuestras reuniones futuras estarán vigiladas por la Guardia Imperial, nunca sabemos de dónde puede venir una emboscada.
—¿A qué reuniones futuras te refieres? Esta es la última, solo necesito tu firma en un documento que garantiza tu cumplimiento con la parte del trato que se te asignó, y nunca más nos volveremos a ver las caras, cuñadito. A no ser que quieras invitarme al baby shower de tu heredero, y tal vez al bautizo.
—Estaría cagado que un narco asistiera a eventos oficiales de la Familia Imperial, pero sí, tienes razón, lo lógico sería que dejáramos de frecuentarnos. —El Emperador dio un sorbo a su taza de café, y levantó la mirada hacia sus guardias, quienes comprendieron la señal y apresaron rápidamente a los hombres que Francisco tenía dispersos en varias zonas de la casa, despojándolos de sus armas y concentrándolos a todos en el salón especial. Víctor permaneció sentado, tranquilo, pues ambos Generales se encontraban apuntando a Correa, aprovechando que lo tenían rodeado—. En realidad, considero que tampoco puedo arriesgarme a que tu chantaje continúe, ¿qué sucederá el día en que te canses de guardar el secreto de mi hermana? No, Francisco, un monarca nunca va a dar su brazo a torcer, mucho menos con un hombre de tu clase.
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Imperio. [#2]
RandomTras la Revolución y nuestro ascenso al trono las cosas en México mejoraron mucho, y es que la presencia de los oligarcas y la burocracia excesiva entorpecía enormemente las labores del Estado. La economía se potenció notablemente y la seguridad au...