Escarbando el pasado

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Gabriel se encontraba frenético, había sido invitado por la mujer más poderosa de todo México para convivir en la intimidad de su hogar, acompañados por el Emperador, y con una jugosa oferta de alianza o comercio que serviría muchísimo para levantar la reputación de su empresa en tierras aztecas. El bonaerense salió temprano del trabajo y tomó su tiempo para pasar por una floristería y comprar un arreglo de tulipanes rojos con al menos dos docenas de estos, todo para poder sorprender de mejor manera a su esposa, pues no le hacía ese tipo de regalos desde hacía algunos meses. A su llegada a México, los León se asentaron en un lujoso penthouse ubicado en Interlomas, mismo que la señora se encargó de amueblar a su costoso gusto, pues Gabriel consideraba que Eugenia debía entretenerse con lo que fuera para evitar dejarse vencer por el peso que traía consigo la pérdida de su último intento de ser mamá.

Eugenia consumía sus días paseando descalza por los casi setecientos metros cuadrados que su esposo había procurado para su bienestar, arropada entre frescas batas de Victoria Secret y sorbiendo ávidamente una copa de appletini que siempre tenía refill; a tan solo cuatro meses de haber perdido a su último feto, y tras asimilar que la maternidad no era lo suyo, su vida se resumía en recibir los costosos muebles que mandaba a traer de pretenciosas casas europeas que revestían los hogares de los más adinerados. Pero ahora, la nueva obsesión de la señora León consistía en ver las noticias, un pasatiempo extraño y anacrónico a vista de quien no tenía idea del porqué, y esto solo se volvía más inusual cuando reparaban en que su atención se volcaba de lleno hacia los reportajes acerca de los avances de los Emperadores, siendo más precisos, de los logros de Víctor Hernández; mismos que ella presenciaba desde un cómodo sofá con una sonrisa extraña, desviada, perdida entre pensamientos que eran un misterio para quienes servían en la casa de Gabriel.

—¿Cómo que no sabés dónde está la señora? No me dijo que iba a salir, ella no desaparece así nomás. —Eugenia oyó la voz de su marido hablándole a la ama de llaves y alcanzó a apagar la televisión de inmediato, acomodando su bata y posición para que simulen que había estado tomando una siesta—. ¡Aquí está! —Anunció el bonachón marido, tirando su saco sobre la cama, abordando a su mujer "recién despierta" con una cálida sonrisa y el hermoso ramo de tulipanes—. Sos divina, aunque te hayas despertado recién.

—Hola... ¿Qué hacés acá tan temprano? —Recibió el beso de Gabriel y las flores con un gesto de agradecimiento muy notorio, dejándolas a un lado para apresar a su marido rodeando su cuello con los brazos y sus caderas con las piernas—. Cagaste, de acá no salís más.

—Tengo que contarte algo, dejá que tome un baño y vuelvo. —Ofreció entre risas el resignado hombre, aguantando el peso de su cuerpo en sus manos y la rodilla que tenía apoyadas sobre la cama.

—¿Qué baño? Hueles delicioso, además, te extrañé mucho. Callate y usá la boca para algo más útil.

Si algo sobraba entre Eugenia y Gabriel, era pasión y deseo carnal, la rubia había conseguido la completa devoción del millonario gracias a sus dotes de cama tan selectos, adquiridos en base a tiempo y constante práctica. La esposa de Gabriel era un fuego que ardía constantemente, y esto no le disgustaba para nada al empresario, pues aunque este era aproximadamente diez años mayor que su adorado pedacito de sol, lo hacía sentir vivo cada que Eugenia estallaba y temblaba de placer entre sus brazos. Todo hombre tiende a tener el ego condicionado por su rendimiento sexual, pero para Gabriel, la máxima prueba de que aún era un jugador titular y no uno relegado a las bancas, eran los orgasmos de Eugenia, llenos de la teatralidad y el escándalo suficiente como para hacer dudar de su veracidad.

—La Emperatriz nos invitó a almorzar con ella este viernes. —Le dijo Gabriel a su esposa, quien encendía un Marlboro clásico—. Dame.

Eugenia le pasó la caja de cigarrillos y el encendedor, mientras le daba una furtiva calada al que tenía en la mano, esbozando una amplia sonrisa. Ni siquiera tuvo que esforzarse para precipitar el encuentro con Víctor, y eso le hacía pensar en que tal vez era su destino volver a ver a su amor de adolescencia.

Imperio. [#2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora