Los diarios de Sabrina

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¿Qué podría haber roto la incansable sonrisa de Silvana de Robledo y Astoria? Ni siquiera eso, ¿qué podría ser tan desastroso como para ponerla a llorar a cántaros sin pensar en su máscara de pestañas?. El grupo de jovencitas se encontraba arremolinado en una especie de capullo, en algún punto del cuidado jardín de la secundaria a la que asistían; ofrecían sendas caricias a la espalda de Sil, quien sufría como María Magdalena.

—Y dijo que yo era solo una diversión, que había conocido a otra mucho mejor, y más guapa. Que yo era apenas una niña que no sabía lo que quería, o lo que era ser mujer.

—Espera, ¿cómo que no sabes ser mujer? ¿no te habías acostado con él ya? —Cuestionó una de las chicas, medio escandalizada.

—Pues no, no me acosté con él. De hecho, no me he acostado con nadie aún... por Dios, Ana Pau, eres realmente estúpida si crees que una niña de catorce años ha tenido sexo. Eso déjaselo a las nacas. —Confesó Silvana, tosiendo entre jadeos de dolor intenso, dolor de alma, de orgullo.

—La única estúpida aquí eres tú, hay que ser idiota para no acostarse con alguien como Francisco, tiene dinero y es muy guapo, y...

—¡Yo también tengo dinero, Ana Paula! Puedo tener a quien se me plazca, pero lo quiero a él, quiero a Francisco. —Protestó, echándose a llorar descontrolada.

Sabrina recorría el cabello de su amiga con los dedos, lentamente, con una mirada llena de contemplación y reserva; a pesar de estar ante el llanto de una persona, esta tenía el gesto invadido de paz, como si disfrutara del panorama, es más, cualquiera hubiera jurado que sus labios dibujaban una sonrisa sutil. En cuanto la chica levantó la mirada, se encontró con los vidriosos ojos azules de Rebeca, quien estaba sinceramente consternada por su amiga; Sabrina se aseguró que nadie le prestara atención con una apreciación de soslayo a la situación, y al encontrar el camino libre, elevó la mano que tenía desocupada hacia sus labios, y lentamente irguió su dedo índice, revelando por fin aquella sonrisa macabra, con esos ojos que erizaban la piel de cualquiera y el gesto de silencio rematando su intimidación, perturbando a la rubia, quien apartó la vista completamente asustada, centrándose en dar apoyo a su amiga.

—Dime, ¿acaso todo lo que quieren los hombres es sexo? Es que... ¿acaso no soy lo suficientemente bonita e interesante como para ser considerada alguien que tenga mucho más que ofrecer? Dímelo, Sabrina, ¿no lo soy? —Imploró saber, captando la atención de la jovencita, quien había vuelto a su actitud inicial.

—Eres mucho más que eso, Silvana, eres...

El estómago de Sabrina le prohibió continuar la frase, tuvo que levantarse y controlar sus impulsos de vomitar mientras sus pasos, veloces, acortaban la distancia que la separaba del baño de chicas. Una vez ahí, empujó violentamente la puerta de un cubículo y se arrodilló frente al inodoro, devolviendo la comida con total dramatismo; naturalmente, el grupo la había seguido, y una de ellas decidió ayudarla sosteniendo su larga melena, mientras ella se crispaba violentamente, apoyada en la frialdad de la taza. Silvana observaba preocupada y llorosa, Rebeca permanecía indolente, con un gesto desaprobatorio en el rostro. Finalmente, Sabrina se incorporó con la piel totalmente erizada y el rostro enrojecido del esfuerzo, sin mencionar sus ojos llorosos, caminó hacia los lavabos y se aseó cuidadosamente, recibiendo el chicle de fresa que le ofrecía Ana Paula.

—¿Qué fue eso? No nos digas que te estás volviendo bulimica. —Exigió saber, la Magdalena.

—Desayuné pizza de anoche, tal vez me cayó mal, la calenté apenas. —Respondió sin ápice de culpa en el rostro, mientras se peinaba nuevamente.

—Sí, seguro que fue la lactosa lo que te tiene así. —Sugirió Rebeca, cruzando los brazos bajo su pequeño busto, cambiando el habitual semblante cándido, por uno acusatorio, mismo que relajó inmediatamente después de percibir la mirada amenazante de Sabrina a través del espejo—. En serio, yo no soy intolerante, pero siempre me da dolor de estómago cuando bebo leche helada. —Finalizó, con aquella dulzura e ignorancia que la destacaban tanto.

Imperio. [#2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora