Salvador se dio cuenta de lo mucho que extrañaba México cuando abrió la caja de golosinas que había mandado traer desde el país azteca; entre Pulparindos, Picafresas, cucharitas de tamarindo y cachetadas, se puso a recordar las tardes de invierno en su casa de Metepec, cuando sus padres se juntaban para llevarlo a dar un paseo o quedarse en casa a jugar con él, cosa que apreciaba mucho ya que sus compañeros de la escuela no gustaban demasiado de juntarse con él, decían que era hijo de un narco y que sus papás no les permitían jugar con esa clase de gente. En un inicio, él no tenía idea de qué era un narco, o por qué llamaban a su papá con ese apodo, Salvador era una víctima de las circunstancias en ese entonces, y aprendió a la mala que los trapos sucios se lavan en casa cuando le contó a una maestra que su papá le disparaba a quienes lo hacían enojar; para su mala suerte, la docente era una mujer piadosa y con grandes convicciones de justicia que quiso salvar al pequeño de aquel ambiente tan denso al que estaba condenado a pertenecer, una mujer que tuvo el mismo final que toda la gente que molestaba a su papá.
La campana del mediodía sonó de repente, los Cuidadores eran muy insistentes con la puntualidad, por lo que se apresuró a ponerse los tenis, guardar uno que otro dulce en los bolsillos de su uniforme deportivo y esconder la caja bajo su cama. No tenía que quejarse de la comida del internado, las cocineras eran bastante buenas dentro de lo que cabía, pero le hacía mucho ruido que los europeos no implementaran el picante en sus comidas de manera recurrente, no tanto como hacían los mexicanos, no como lo hacía su nana Carmen. La cuadragenaria mujer que servía en casa desde antes de que él naciera se había encargado de alimentarlo, limpiarlo, acompañarlo y cuidarlo cuando su papá o su mamá no estaban, además de ser la única mujer de la servidumbre que podía retar al patrón sin llevarse un balazo entre las cejas, una situación que era mucho más distinta para las demás mucamas, a quienes Salvador había visto caer y manchar el inmaculado piso de mármol de Carrara con su asquerosa sangre de gata inservible, que era como la llamaba su padre. Mientras se dirigía al comedor se dio cuenta de la falta que le hacía Carmen.
Le gustaba mucho que pusieran música clásica para acompañar la hora de almuerzo, le traía recuerdos de cuando su papá se encerraba a conversar con la gente que sus hombres metían a la casa, nunca comprendió por qué le subía tanto el volumen a la música, o por qué le parecía escuchar uno que otro grito saliendo del cuarto, lo que si le parecía extraño era que nunca vio salir a las visitas de la habitación en donde se reunían, tan solo veía a los hombres de Francisco llevándose bolsas que parecían pesar horrores, bolsas que luego se llevaban en una camioneta o quemaban dentro de un cilindro de metal. O al menos, no hasta que su papá le explicó que esas personas habían sido castigados con una muerte peor a la de un perro debido a que traicionaron su confianza, y que ese era el único destino que merecía todo aquel que faltase a su palabra.
Finalizada la hora de comer todos fueron llamados al gimnasio, nunca usaban la piscina en invierno, por lo que supuso que jugarían un poco de básquetbol; la cancha daba mucho que desear, siempre pensó que la que tenía en casa era mucho mejor pues estaba siempre limpia y reluciente, equipada con lo mejor de lo mejor para los partidos que Salvador y su padre jugaban cada fin de semana. Él nunca había sido realmente bueno en los deportes, solo jugaba para distraerse un rato y pasar tiempo con Francisco, era por eso que siempre lo mandaban a las bancas o a dar vueltas por el lugar.
Aprovechaba esos momentos para salir a caminar por los jardines traseros del internado y ver de lejos a la hija del conserje, la chica vivía en una humilde casa anexada al internado, era apenas unos cuántos años mayor que él y al ser la única mujer joven en kilómetros a la redonda se convirtió en el sueño húmedo de media institución, la otra mitad eran maricones o tipos con mucha suerte, pues ya habían logrado colarse entre sus piernas; Salvador no sabía su nombre, a decir verdad ni siquiera le interesaba saberlo, solo sabía que tenía unos senos firmes y muslos gruesos por los que deseaba pasear su lengua, su primera paja había sido pensando en ese escenario, en la hija del conserje vestida con una elaborada lencería y joyas muy costosas, repitiéndole una y otra vez que él era el único hombre en la tierra que se merecía todas las mieles de la vida por el solo hecho de existir.

ESTÁS LEYENDO
Imperio. [#2]
Ngẫu nhiênTras la Revolución y nuestro ascenso al trono las cosas en México mejoraron mucho, y es que la presencia de los oligarcas y la burocracia excesiva entorpecía enormemente las labores del Estado. La economía se potenció notablemente y la seguridad au...