Los Secretos de Caín

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Las convocatorias militares habían sido un éxito desde las reformas que se tomaron para hacer el servicio a la patria un trabajo más rentable y con miras a recuperar la gloria que tenía en el pasado; y esto hizo más sencillo el formar las escuadras contempladas para la misión especial que requería el Imperio. Las noticias volaron por cada rincón de la nación, y naturalmente tuvieron que llegar a oídos de un espectador constante y silencioso, quien no dudó en mover cielo y tierra para contactar al Emperador directamente; aunque realmente, no tuvo que buscar demasiado.

—Buenas. —Contestó Víctor al teléfono, tan seco como de costumbre. Se le hacía raro que un contacto desconocido tuviera su número personal—. ¿Con quién tengo el gusto?

—Saludos, Majestad. —Respondió una voz grave y profunda al otro lado de la línea—. Le habla Francisco Correa Salas, la gente decente del Imperio me llama Caín.

El Emperador tuvo que recargarse en el muro más cercano y permaneció en silencio durante algunos segundos, no podía permitirse sonar dubitativo ni mínimamente confuso.

—Francisco, ¿a qué se debe una llamada tan... espontánea? —Víctor ardía en deseos de preguntarle quién carajo le había dado su número personal, pero eso sería darle demasiada ventaja.

—Verá, señor Hernández, vengo a presentarle una oferta bastante sencilla y beneficiosa para ambos. He recibido información de que la inusual fijación con fortalecer las líneas militares no es coincidencia, y déjeme decirle que sus planes son buenos, pero no lo suficiente como para capturar a esas ratas; créame cuando le digo que conozco a los míos y pronto se sabrá lo que el Emperador desea hacerles. Ahí las cosas podrían tornarse feas, tanto para usted, como para la Emperatriz y los Príncipes, incluso para el resto de sus familiares.

—¿Está usted condicionándome a aceptar su oferta para poder salvar de morir? —El tono desafiante, burlesco y ciertamente relajado en la voz de Víctor delató que por unos segundos, su ego había ganado a la razón.

—Para nada, Majestad. Lo que deseo es que trabajemos juntos en el escenario más distópico posible, yo le entrego ubicaciones, nombres y datos que lo pondrían cien pasos por delante de mis colegas... y usted no se mete ni conmigo, ni con la gente de mi asociación. —Zanjó Francisco, esbozando la sonrisa de un gato ladino.

—No comprendo cómo eso podría apoyarme, supongo que al estar tan informado ha de saber que el Servicio de Inteligencia no es ni similar a lo que era. Lo veo innecesario, contraproducente.

—Nadie habla como tú, Víctor, a veces me parece comprender por qué Sabrina quería ser tu mujer con tanta intensidad. —Francisco imitó el suspiro de una niña enamorada, y chasqueó la lengua contra el paladar—. Que, por cierto, creo que sería mejor hablar de esto en persona, considéralo una buena oportunidad para conocer a tu cuñado perdido. Te estaré esperando el próximo sábado por la mañana, puedes preguntarle a Miranda por mi dirección, y te recomendaría discreción, nada de Teslas o limusinas con banderillas al frente.

La comunicación se cortó de repente, dejando a Víctor completamente desconcertado, pero ansioso por la llegada del sábado, necesitaba saber qué era lo que Sabrina había tenido con el tipo ese, y qué tanto sabía Miranda del tema, sus razones para no haberle comentado algo en cualquier otro momento. Recordó entonces que su mujer se encontraba de visita en casa de sus padres, y pidió cancelar todas sus citas de las próximas horas para poder confrontar a su hermana en ese preciso instante.

I think your accent is really sexy and whatever, but, why? I mean, it's like water, not wotah. Say it, say it! Wa-ter.

I'm not gonna say "water" like a bloody yankee, my lady. It 's disgusting. But I have to tell you that I miss you, damn... How do they say it there? Oh! Me traes bien pendejo. —Confesó Adam de Portland, tan ilusionado por la cercanía que le ofrecía la princesa Miranda.

Imperio. [#2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora