Renaissance

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La mañana del veintiséis de noviembre fue especialmente silenciosa, Sandra se encargó de despertarme cuando el cielo aún conservaba matices de oscuridad y el resto de empleados aún dormía; afuera, me esperaba el Tesla, y estando en el umbral del sueño y la lucidez, no me preocupé por preguntar por mi equipaje, tan solo subí al asiento del copiloto y me relajé en este.

—Me alegra que hayas decidido venir, no sabes lo mucho que estuve planeando esto, te aseguro que no te arrepentirás. —Aseveró Víctor, con mucha más vitalidad de la acostumbrada.

—Cállate. —Bufé, harta de ese falso optimismo, tan irritante y condescendiente. O tan solo, eran el embarazo y las hormonas, convirtiéndome en una perra—. Tengo hambre, ¿podemos pasar por un Oxxo para comprar algo?

—En realidad, la camioneta que va detrás de nosotros tiene comida, la idea es desayunar en Valle de Bravo, y... —Víctor hizo silencio cuando mi mirada asesina se posó en su rostro—. Y creo que es una idea maravillosa comprar chucherías para el camino.

Hicimos una parada en el Oxxo más cercano a nuestro último lugar de discusión, Víctor preguntó qué era exactamente lo que se me antojaba, pero no recibió respuesta alguna, y no le quedó mayor remedio que traer de todo un poco. Abrí una bolsa de Panditas, y el olor tan familiar me transportó a los viajes familiares por carretera, antes de que la muerte de mi padre consternara lo suficiente a mamá, tanto como para apagar ese sentido aventurero tan característico de ella.

El camino se hizo ligeramente más largo que de costumbre, pude fijarme que habíamos pasado de largo por la cabaña de sus padres, pero no quise preguntar el por qué, confiaba en que Víctor no hubiera resuelto asesinarme o deshacerse de mí para poder casarse con su amante. Hacia las nueve o diez de la mañana, el auto desvió por un camino relativamente desolado, y pronto emergió una interesante barda de piedra y elaboradas rejas lacadas en negro, las puertas se abrieron de par en par para nosotros, y al fondo se apreciaba una encantadora casa de campo, con una bella fuente de mármol justo frente a la puerta principal; a pocos metros junto a la casa se encontraba una estructura de cristal, un invernadero ni muy grande, ni muy pequeño. Víctor abandonó el auto, yo hice lo propio, y mientras esperaba que mi marido hablase con el cuidador de la casa, me puse a curiosear la fuente con una amplia sonrisa, era hermosa.

—¿Te gustó? —Preguntó el Emperador, muy atento a mis gestos. Yo solo asentí, emitiendo un profundo suspiro—. Es tuya. —Anunció, entregándome las llaves del lugar—. Bienvenida a su residencia de verano, Majestad.

—No hablas en serio. —Murmuré, recibiendo las llaves, viéndolo a los ojos con cierta incredulidad. Pero su rostro no tenía ni una pizca de mentira—. ¡No me jodas!

Víctor asintió con total condescendencia, y me sentí libre de explorar la casa de arriba a abajo; tenía la cantidad idónea de habitaciones para invitar a quedarse a unos pocos amigos o familiares, algo muy íntimo y alejado de todo tipo de distracción citadina; el encanto de la vivienda residía en su estilo rústico y perfecta ubicación, que dosificaba el sol y las corrientes de aire, de manera que podías broncearte sin morirte de calor. Además, el Emperador había sido lo bastante considerado como para instalar dos de las cosas que más me gustaban en una casa vacacional, una grandiosa piscina y una soberbia caballeriza, que no podía usar de manera inmediata, pues mi vientre sobresaliente entorpecía gran parte de las labores que antes consideraba sencillas. Supe que Víctor tuvo que ausentarse toda la tarde por temas de trabajo, lo cual fue sumamente oportuno, y aunque sonara cruel, me alegraba no tener que lidiar con su presencia en todo ese tiempo.

Esa soledad se extendió hasta bien entrada la noche, compartimos un breve momento de completo silencio durante la cena y me retiré apresuradamente, tomé como excusa un agotamiento abrasador, pero sinceramente estaba mintiendo, pocas ganas tenía de verle la cara o escuchar sus ruegos sin fundamento. La situación me recordaba a cuando era una adolescente y me aburría de los chicos que intentaban ligar conmigo, solía aburrirme muy rápido de ellos, y se me hacía fácil dejar de frecuentarlos o de responder sus llamadas, incluso, me había convertido en una maestra del escondite, pues los evitaba incluso si me los topaba en la calle.

Imperio. [#2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora