El Jardín Borda

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La brisa fresca de Cancún se disfrutaba mucho mejor de madrugada, eso creía Sabrina, pues desde que llegó, había convertido sus paseos por la extensa terraza de su anfitrión, en casi un ritual. Al principio, la muchacha se sentía completamente libre y sola, caminando descalza sobre el mármol beige, ataviada con unos shorts bleached, un ligero cardigan tejido a crochet y de color blanco, además de un coqueto bikini de cerezas, escondido bajo la primera capa de ropa; pero después del primer par de mañanas, presentía alguna mirada ajena y extraña, empezó a creer que se trataba del hermano de Francisco, ansioso por algún tipo de contacto físico más allá de los besos y manoseos ocasionales que habían compartido (y compartirían) a lo largo de esa semana, pero Sabrina nunca fue conocida por tener la razón en la boca, sino, todo lo contrario.

Aquella madrugada de Abril, la jovencita inició su paseo con el habitual ritmo cadente, melancólico y mórbidamente sensual, que solo sus delgadas y torneadas piernas pubescentes sabían llevar, armada con un par de cigarrillos, el zippo de su "amante" a lapsos y su célebre barra de labios roja. En cuanto sintió la presencia de un ajeno, hizo una parada para repasar su carnosa boca con el carmín artificial, sin pasarse de las líneas a pesar de no contar con un espejo; este acto, aunque vacuo para la mayoría de espectadores promedio, causó un insostenible deseo en el stalker que vigilaba los pasos de la tierna nínfula, un deseo que lo hizo emerger de su escondite, con la excusa de ofrecer fuego a la dama, quien sostenía un cigarrillo casi tan largo y delgado como sus pálidos dedos. Francisco se acercó a la chica lentamente, disfrutando de cada centímetro acortado por sus pies, con el deleite único del depredador acechando a la víctima, y su morbo solo se acrecentaba con la sonrisa soberbia y la mirada sugerente de la hermosa Sabrina, quien, una vez el hombre encendió la llama, acercó el tabaco aprisionado entre sus labios rojos y tomó una profunda calada, misma que exhaló con los ojos cerrados.

—¿Qué haces despierto tan temprano? —Le preguntó a su inesperado acompañante, reanudando la caminata, acompañada por el narco.

—Silvana se durmió apenas, salí a comer algo, y te vi caminando sola, como loquita.

—¿Quieres que crea que eres tan bueno cogiendo como para durar toda una noche de corrido? —Se burló la chica, pasándole el cigarrillo manchado de escarlata, mismo que Francisco se quedó viendo con fascinación durante algunos segundos.

—No tienes que creer lo que puedes comprobar. —Sugirió Francisco, antes de tomar una calada.

—¿Qué dices? Eres novio de mi mejor amiga. Además... —Sabrina se giró, quedando justo en frente del joven—. mi mami me dijo que no ande con extraños.

—Yo conozco a tu mami, ¿sabes? Y a tu padre, estaba enterado de que estaban casados, pero no tenía idea de que tenían hijos. ¿Qué eres? ¿La mayor o algo así?

—Soy la segunda, el mayor es Víctor. ¿Cómo es que conoces a mis padres? ¿Eres abogado además de narco? Qué dicotomía más grande.

—Un tío mío era el dueño del primer despacho donde tu padre trabajó, recuerdo haber llevado un encargo de mi madre y verlo ahí, obviamente yo era un mocoso aún, pero me invitó una nieve de fresa. Es extraño creer que ahora sea tan cotizado, tan costoso, dime, ¿le alcanza para tenerte como la reina que eres?

—¿A qué viene la pregunta? Si quieres saber si soy rica, sí, mi familia tiene dinero, y mucho, y conoce a mucha gente importante. ¿Y qué piensas hacer al respecto?

—Bájale dos, fierecilla, no te pongas así. Solo se me hace extraño que te hayas besado con mi hermano ni bien llegaste aquí, debes de darme la razón en que guapo no es, y solo una muerta de hambre se metería con él de buenas a primeras. ¿A tu novio no le molesta tener cuernos?

Imperio. [#2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora