Adviento

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—Majestad, el Emperador solicita su presencia en su oficina, de inmediato. —Enunció César, el Ayuda de Cámara de mi marido, en cuanto ingresó a la biblioteca.

Aparté la mirada del libro y lo cerré con parsimonia, me levanté y lo dejé en su sitio, preguntándome qué era lo que apremiaba tanto. Seguí a César muy presurosa, era medianoche, y se me hacía sumamente extraño que Víctor solicitara una visita a esa hora, por lo general, prefería trabajar en soledad cuando trasnochaba.

Los pajes de la entrada anunciaron mi llegada, y cerraron la puerta doble tras de mí, dejándome a solas con el monarca, quien se encontraba apoyado sobre las palmas de sus manos encima del escritorio, concentrado en algo que reposaba sobre este.

—Espero que sea un asunto de vida o muerte, querido, estaba a punto de irme a la cama. —Murmuré, aproximándome a su lado.

Lo que Víctor observaba con tanta devoción, era una docena de papeles tamaño oficio, escritos a mano, con el juego de estilográficas que Máximo había obsequiado a su hijo mayor. En el título se leía claramente: Coalición Latinoamericana. Y a continuación, una serie de especificaciones y amparos legales que certificaban la validez del movimiento, además de contar con espacios donde se apreciaban ciertas líneas sobre los nombres de las naciones, en donde irían las firmas de sus líderes, si decidían colaborar con la empresa.

—Este es solo el primer paso a la absoluta libertad, Marina. No solo nuestra gente, sino la tuya, y la de todos nuestros hermanos... podrán tener mejores oportunidades. Latinoamérica será lo que siempre debió haber sido. —Corrigió su postura y me abrazó de repente, correspondí al gesto, casi al borde de las lágrimas, casi tan emocionada como Víctor—. Nuestra Victoria nacerá para gobernar un terreno fuerte y altivo, ella continuará con nuestro trabajo, y nos llevará al frente de todo esto.

—Victoria es nuestra esperanza y la luz que regirá todo el sendero que trazamos desde tan jóvenes. Te lo aseguro, cariño, será maravilloso. —Víctor tomó mi mentón con cuidado y me besó tiernamente, y se inclinó, para poder besar mi vientre, cubierto por el satén del pijama.

—Mañana tendremos aquí al presidente Almeira y a su esposa, esperemos que sirvan de inspiración para el resto, instándolos a seguir sus pasos.

Diciembre llegó con la ajetreada temporada de visitas de Estado, muchos de los principales líderes latinoamericanos y sus primeras damas, habían sido atraídos hacia las oficinas del Emperador, tanto para comprobar si la información proporcionada por Brasil era correcta, como por convocatoria directa de Víctor. Fui testigo de la incertidumbre que causaba la "rebelión" de una región meramente abastecedora, ante las grandes potencias, el revolucionario prometía una separación pacífica, algo que podía ser avalado legalmente, sin derecho a refutarse pues existían textos y Cartas que respaldaban la empresa, pero aún así, seguía siendo un terreno inestable para estos países.

La futura Coalición Latinoamericana se selló en un compromiso que pesaba sobre el pliego de papel con las rúbricas de los intrépidos, y la del Emperador, nada especialmente legal, tan solo palabra de hombre y determinación.

Algo que odiaba de Víctor era que tomase mis cosas sin avisar, no tenía absolutamente nada en contra de compartir nuestras pertenencias, era solo que odiaba tener que hacer todo el trayecto desde donde estuviera, hasta su oficina, únicamente para buscar un sello o cierto tipo de pluma faltante en mi estuche; eso sin contar que debía permanecer más tiempo del deseado tratando de hallar el dichoso objeto entre su desorden.

Entre tantos papeles y abrir y cerrar de cajones, me topé con uno que no cerraba bien, me fijé de más para cerrarlo adecuadamente y noté que era una caja la que entorpecía el fluir del cajón; lo extraño era que tenía una nota escrita en una letra completamente distinta a la de mi marido, pero iba dirigida hacia mí.

Imperio. [#2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora