Una de las mejores cosas de ser Emperatriz era, sin duda, el gran alcance social que se podía tener con el título. Y no hablo precisamente de la influencia sobre las masas o los otros líderes de estado, sino, de todo el ambiente que engloba a una royal contemporánea, un mundo donde las brillantes telas se convertían en auténticas obras de arte bajo las manos de famosos diseñadores, donde las joyas y piedras preciosas deslumbraban los ojos de dueños y extraños, un ambiente bañado por almíbar de fresas Sembikiya y con eterno aroma a Dom Pérignon. Las brillantes y elaboradas invitaciones a fastuosos desfiles de grandes casas de diseño o prometedores artistas de la moda no cesaban de llegar, y fue precisamente una de éstas tantas invitaciones, la que me hizo llegar al regazo de mi esposo, en afán de informarle de mis planes para ese fin de semana de Junio, a pocos días de su cumpleaños; aquella mañana decidí dormir hasta tarde, por lo que tuve que salir de la cama en bata e ir a buscarle en su oficina, y en cuanto empujé la puerta doble, me encontré al rey del pelo largo con una coleta miniatura, una pose relajada y la edición diaria de El Imperio entre sus manos, se disponía a iniciar su lectura, pero mi presencia lo frenó.
—Al parecer no tenías muchos deberes para hoy, ¿cierto? —Cuestionó el Emperador, separando la silla giratoria de su escritorio, palmeando su muslo derecho.
—No, solo tengo que responder unas cartas y evaluar ciertos proyectos de ley que son bastante ligeros. —Comenté, tomando lugar donde me indicaba, rodeando su cuello con los brazos—. Ya falta muy poquito para tu cumpleaños, ¿qué se siente estar cerca de la tercera base?
—¿Has venido a restregarme la edad o a darme un beso de "buenos días"?
—Las dos cosas. —Reí, besando los labios de mi esposo con alegría incalculable, preparándome para atacar—. Por cierto, mi amor, el fin de semana lo tengo bastante ligero, y quería aprovechar para salir con mamá, las dos solas.
—Espero que no vayas a pedirme que te deje salir sin seguridad, Marina, porque si es así, más vale que te vayas olvidando de esa idea tan loca.
—No, no, me refiero a que no llevaré a Laura o a tu hermana, ¿crees que les ofenda?
—Yo lo dudo, es tiempo de calidad con tu madre, no se han visto en años. ¿Qué necesitan? Sin incluir el transporte y la seguridad, sabes que puedes gastar lo que quieras, pero, confío en tu frugalidad. Que, por cierto, ¿a dónde irán?
—Ah, habrá un bonito evento en Bellas Artes, y luego iremos de compras. —Los ojos de Víctor se encontraron con los míos, y este elevó una de sus cejas con cierta incredulidad—. Bueno, Alfonzo Guiván sacó una nueva colección, y mamá nunca ha sido muy asidua a eventos de ese tipo... entonces, ahora que puedo costear esos caprichos, ¿por qué no?
El Emperador esbozó una franca sonrisa, asintiendo unos segundos antes de acribillarme con besos y arrumacos, un ataque al que solo pude responder con risitas tontas, mientras trataba de alejar sus traviesas manos, que apretaban a propósito, pequeñas porciones de mis muslos, completamente al aire, pues la bata no era precisamente una prenda capaz de cubrirme por completo. Pero antes de que esos juegos pudieran con la libido de Víctor, conseguí levantarme y huir hacia la puerta doble, refugiándome en el hueco que había entre la misma y el pasillo.
—Que sepas que si "no me dejabas", iba a ir también. ¡Nos vemos! La modista real y mamá me esperan en nuestra habitación.
Antes de oír su respuesta, corrí hacia la alcoba riendo a carcajadas, con la algarabía de quien se sale con la suya. Una vez llegué, tan agitada como solo solía estarlo durante mi más tierna infancia o la más terrible época universitaria, es decir, cada final de semestre; mi madre me recibió entre sus brazos, con una sonrisa confusa, pero totalmente conmovida.

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Imperio. [#2]
RandomTras la Revolución y nuestro ascenso al trono las cosas en México mejoraron mucho, y es que la presencia de los oligarcas y la burocracia excesiva entorpecía enormemente las labores del Estado. La economía se potenció notablemente y la seguridad au...