Eco

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De mí se pueden decir muchas cosas, pero una de ellas no es que suelo huir de los problemas, no en la mayoría de situaciones, al menos; y sabía que para poder procesar todo el cagadero de Víctor, se necesitaba mucho más que simplemente abandonar el castillo, eso me hizo pensar en pasar una merecida temporada en algún destino lo bastante cerca de casa como para poder volver inmediatamente si surgía algún asunto que lo amerite, y lo suficientemente alejado como para que Víctor no fuera capaz de irme a buscar, esto, sin mencionar que di órdenes expresas de revelar mi ubicación o dirigir algún viaje del Emperador hacia Acapulco, en cualquier vehículo oficial.

Me negué en todo momento a ser acompañada por alguna asistente o mucama, así aprovechaba el tener un poco de autonomía y libertad para desahogar mi rabia y tristeza a cualquier hora, sin perturbar el sueño de nadie que no fuera yo, y estar alejada de cualquier protocolo iba a ser más que idóneo.

El lugar que albergaba mi miserable existencia, era la residencia de verano que Víctor nos había regalado en nuestro tercer aniversario de bodas, una casa cubo hecha de un cristal que permitía tener completo acceso al campo de visión desde el interior sin ser vistos desde fuera, además de haber sido blindado, como prácticamente todas las ventanas de nuestras propiedades; pero ni siquiera el sonido del mar y la protección del vidrio pudieron protegerme de lo que vino a tan solo veinticuatro horas después de haberme ausentado del hogar. Tal vez, la parte más dolorosa de una infidelidad tan abrupta, no era precisamente el hecho de tener que dormir sola o de ya no tener a alguien que te deseara buenos días; sino, el darse cuenta de que, a pesar del esfuerzo puesto en ser una monarca amada por todo el pueblo, la pasión por los chismes y las habladurías fuera lo suficientemente cegadora, tanto para la prensa como para los miles y miles de mexicanos, quienes leían ávidamente las páginas detalladas con todo aspecto de Víctor y su debilidad por la carne argentina.

—¿Quién fue el hijo de puta que habló? —La imagen del Emperador había cambiado drásticamente de un día para otro, parecía ser solo un recuerdo la pulcritud del simpático hombre trajeado que caminaba por todo el castillo con una coleta al mismo estilo de Eren Jaeger, oliendo a Paco Rabanne y café; ahora, Víctor apestaba a whisky caro y cigarrillos baratos, tenía la misma camisa de hacía un par de días, y su largo cabello caía salvaje sobre su rostro claramente molesto—. ¡Les hemos dado trabajo y una buena vida durante todos estos años que han servido a nuestro lado! ¡Quiero saber quién fue el cabrón que contó lo que pasó con la Emperatriz!

Los empleados del castillo mantuvieron la mirada fija en el suelo, asustados por la violenta y razonable reacción del Emperador ante los rumores de la prensa rosa, él nunca había tenido ese tipo de tratos hacia sus trabajadores, por lo que era normal que tuvieran esa actitud. Obviamente, ninguno tenía idea de quién había sido, pero aquello fue esclarecido por uno de los hombres del Emperador, quien se aproximó hacia este de manera presurosa, y antes de que mandase a ejecutar a toda la fila de sirvientes que tenía en frente, susurró a su oído el nombre de quien había soltado toda la información.

—Señorita Felipe, haga el favor de pasar al frente, y los demás... Les ofrezco una disculpa, por favor, vuelvan a sus ocupaciones. —Tan pronto el salón del trono se quedó vacío, tan solo en compañía de la asistenta de cocina y los guardias, el Emperador volvió su terrible mirada hacia la joven mujer, quien era la encarnación del miedo—. ¿Hay algo que quiera decir?

—Majestad, no tengo justificación para lo que sucedió con la prensa, pero mía no es la culpa de que la Emperatriz lo haya abandonado, es solamente suya. —Musitó con la vista fija en los zapatos de Víctor, quien rió a carcajadas, aproximándose a la mujer, sosteniendo su barbilla entre un par de dedos.

—No te estoy culpando de lo que sucedió con Marina, te estoy responsabilizando de ventilar las intimidades de la familia imperial, lo cual es un delito tipificado como traición a la corona... cuya pena es la muerte. —Víctor apartó bruscamente su mano, y dio un par de pasos en dirección contraria a la chica—. Soy consciente de que fui yo quien propició todo esto, pero no te da derecho de exponer a la Emperatriz a más cargas emocionales, ni siquiera tuviste contemplación por todos estos años de servicio, o por su estado de salud; se te hizo fácil venderla por unos cuántos miles de pesos. —Así como yo tampoco tuve autocontrol para no cagarla, pensó—. Llévensela, y asegúrense de que su ejecución siga todos los protocolos legales.

Imperio. [#2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora