Capítulo 1.

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Do an impression of a girl trying to get signal!!—dijo mi amiga Daniela detrás de su móvil grabándome.

Mery?—comencé a gritar con el móvil pegado a la oreja—. Mery can you hear me!!?—Seguí mi interpretación subiendo a la barandilla de las escaleras que estaban a mi lado—. ¿Ya?—pregunté después de haber mencionado tanto a la tal Mery.

—Sí—rió ella mientras se acercaba para enseñarme el vídeo.

—Creo que esto de aburrirse no es tan malo—comenté divertida, a lo que reímos las dos.

—Oye Ester...

—Dime bonita—susurré acariciando su mejilla a lo que me miró raro y rió aún más.

—¿Podemos subir los vídeos a Vine?

—No—dije fugazmente sin pensarlo siquiera.

—¿Por qué?—replicó igual de rápido poniendo un puchero.

—Sabes que no me gusta colgar esto en la red—le dije haciendo señas hacia mi bella cara.

—Ester... ¡Por favor!—Puso otro puchero.

—¿Para qué quieres subirlos?—coloqué mis brazos en jarras.

—Porque...—Me esperaba una buena—. Quiero hacerme famosa, conocer a Cameron Dallas, secuestrarle, casarme con él y ser feliz para siempre—dijo con una cara de psicópata que me dio mucho miedo.

—Pues creo que no va a ser.

—¡Vamos por favor!—Volvió a poner el maldito puchero.

—No sé—. Sentí que ya no era tan inmune a sus gestos de perrito.

—¡Por fis!—chilló como una niña pequeña.

—¡De acuerdo!—Pegó un saltito y dio palmaditas.

—¡No puedo esperar a ser la señora Dallas!

Solté una gran carcajada ante su comentario y me despedí de ella para irme a mi casa. Subí las escaleras hasta el tercer piso, aunque me costara (era algo vaga).
Pensé en Cameron Dallas.

Madre mía ese chico.

Mi amiga Daniela y yo estábamos totalmente obsesionadas con él y todos los MagCon boys. Deseaba ir a Estados Unidos, encontrarlos y abrazarlos hasta que se quedaran pegados a mí.

Cuando llegué a la puerta de mi casa dejé de lado mis pensamientos y saludé a mi familia.

—¡Ya he llegado a casa!—grité mientras entraba por la puerta.

—Hola fea.—Apareció mi hermano de cinco años—. Llegas tarde—comentó con chulería.

—Feo, me has echado de menos y por eso lo dices—le saqué la lengua.

—¡Ester!—gritó mi padre desde su estudio.

—¡Voy!—dije en modo de respuesta.

Corrí hacia el estudio de mi padre. Él era profesor de Historia en la Universidad Carlos III de Getafe—un pueblo de Madrid, capital de España—, dónde vivíamos.
Aunque mi padre fuera experto en Historia, amaba la música. Él me enseñó a tocar el piano y hacía sus propias composiciones.

Le encontré frente al piano de pared que teníamos en casa. Estaba contento, había terminado una canción.

—Quiero escucharla—dije sonriendo suponiendo que había terminado una de sus canciones.

Empezó a tocar con esa gran singularidad que él tenía. Movía su cabeza al son de las notas y sonreía al ver que le estaba saliendo a la perfección. Al terminar suspiró y se giró hacia mí con una de las sonrisas más sinceras que había visto jamás.

—¿Qué te parece, pequeña?—dijo mirándome detrás de sus gafas de cerca.

—Me encanta. ¿Cómo la has titulado?

—La caída del verano—dijo orgulloso.

El mejor título que le podría poner. Sonaba melancólica, como si se fuera algo que amas, y las vacaciones de verano son una de ellas...

—Es preciosa, papá—le sonreí.

—Gracias, ratita.—Besó mi sien.

—Voy a saludar a mamá.

—Ve.

Corrí hasta la cocina de mi casa. Encontré a mi madre leyendo un libro de pie, reí y me miró con una sonrisa burlona.

—¿Ester? ¿De qué te ries?—dijo cerrando su lectura.

—¿No te gustaría más sentarte?—arqueé una ceja.

—Es más fácil decirlo que hacerlo—me guiñó un ojo.

Mi madre también daba Historia en la misma universidad que mi padre, allí se conocieron. Ella también adoraba la música pero no tocaba el piano. ¿Su pasión? Leer, sin ninguna duda.
Al ir hacia mi cuarto encontré a Guillermo, mi hermanito, con mi móvil.

—¡Guille! ¿Qué haces?—Arranqué el móvil de sus pequeñas manos.

—Cotillear—salió corriendo.

—Ya verás cuando se lo diga a mamá—canturreé.

Me duché, cené y me fui a la cama, estaba demasiado cansada y solo deseaba que fuera el día siguiente para volver a ver a Daniela, o, como yo la llamaba, Dani. Ya hacía varios meses que se había mudado a Londres y la echaba de menos.

Ella era delgada y alta, 1'70 más o menos (era.una.estúpida.jirafa.) tenía el pelo carbón—aunque anhelaba teñírselo de rojo o rubio—, largo que le llegaba a la cintura y unos profunfos ojos pardos que enamoraban a cualquiera.

Y yo... bueno era yo. Normal para mi edad, 1'57. Era delgada y morena. Mi pelo me llegaba por debajo de los hombros y era fino y ondulado. Mis ojos eran cafés y almendrados, lo único llamativo en mí.

Teníamos trece años en ese entonces, éramos totalmente normales, o eso creía yo hasta que un vídeo nuestro se viralizó en la red social favorita de nuestros ídolos.

Do it for the Vine (OldMagCon, Cameron Dallas) EDITANDODonde viven las historias. Descúbrelo ahora