𝑒𝓅𝒾𝓁𝑜𝑔𝓊𝑒: 𝓂𝑒𝓂𝑜𝓇𝒾𝑒𝓈 𝑜𝒻 𝓉𝑜𝓂𝑜𝓇𝓇𝑜𝓌

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Con el paso de los meses, Jeon Jungkook entendió que era un devoto de los pequeños placeres. Que más que en cumplir con grandes planes, su felicidad se hallaba en las nimiedades de una vida ordinaria.

Terminó de comprenderlo cuando quitó la vista del horizonte y supo fijarla donde estaban sus pies. Y aunque tenía la seguridad de que Giwon había sido su guía en aquel encantador encuentro con lo anodino, para él, ella continuaba ocupando el calificativo de extraordinario.

Tal vez fue esa nueva satisfacción de vivir la culpable de que recibiera aquella oferta de trabajo en una renombrada empresa. Después de todo, el destino no tiene más capacidad de obrar que la que nosotros le ofrecemos.

Sin embargo, había rasgos de su personalidad de los que Jungkook jamás podría desprenderse. Su decisión era parte de estos. Abrazarse a aquello que le hacía feliz con la vehemencia de siempre.

Por eso, tras dos meses de su ascenso y un par de proyectos exitosos, se encontró rechazando un empleo por el que en otra ocasión hubiera dejado todo. Hizo lo que mejor sabía hacer, aferrarse a lo que quería, en este caso, su nuevo puesto en la pequeña Keypub, que por fin le había dado la oportunidad de crecer y también, la posibilidad de crear a su antojo. Se quedó allí, trabajando codo a codo con la señora Gyo, quien resultó sonreír más de lo anticipado y tener ideas más férreas de lo que aparentaba.

Ni la adrenalina de sus más precipitadas decisiones había tenido a Jeon Jungkook tan encantado como lo estaba ahora con la sencillez de su vida. Las cenas con sus amigos, las charlas ocasionalmente trascendentales que tenía con Park Jimin, y que acaban en sus típicas groserías. Las llamadas telefónicas con su madre y esas escapadas esporádicas que Giwon y él hacían a Busan, y que vivían como fugaces vacaciones. Ese pequeño apartamento, que adoraba incluso más desde que lo compartía con ella y sobre todo, el insondable placer de amanecer a su lado y dormirse cada noche escondido en el hueco de su cuello.

Había una sola cosa que a Jungkook lo desestabilizaba de vez en vez, y lo preocupaba con más frecuencia en las últimas semanas: los ojos perdidos de su amigo.

A diferencia de Jimin, Taehyung podía navegar con facilidad en charlas trascendentales, a veces hasta ocultas en triviales asuntos. Pero a pesar de eso a Jungkook le estaba costando trabajo tirar del hilo de esa conversación, la que explicara a fondo la causa de su mirada extraviada; Kim Taehyung tenía la habilidad de cortarlo antes de que la madeja se desarmara.

Así que Jungkook aguardó. A esas alturas Giwon lo tenía bien entrenado en el arte de la paciencia. Pensó que tal vez demasiado, cuando aquella tarde de principios de primavera Taehyung lo tomó por sorpresa con su pregunta.

—¿Qué piensas de Liechtenstein?

Acababan de cruzar la puerta de salida del edificio e internarse en el fresco aire de abril, y por un momento, buscó la conexión entre la conversación que mantenían antes y su reciente pregunta, pero no la encontró.

—Liech... ¿Qué?

—Liechtenstein... Ya sabes, ese pequeño país en Europa.

—No... tengo una idea preestablecida de Liechtenstein ¿debería? —respondió Jungkook, su entrecejo contrastando con la sonrisa confusa de su boca.

—Yo tampoco. Tal vez eso es lo mejor ¿no?

—Lo mejor... ¿de qué?

—De Liechtenstein, hombre, ¿de qué estamos hablando?

—Honestamente, no tengo idea.

—Leí que parece sacado de un cuento de hadas. No quise saber más porque de nuevo, no quiero ideas preestablecidas. Aunque ahora ya tengo esa. La sed de conocimiento parece ser la maldición del hombre eh...

twenty seven ▶ jjkDonde viven las historias. Descúbrelo ahora