𝟪. 𝓌𝒽𝑒𝓃 𝒾𝓉'𝓈 𝓈𝓉𝒾𝓁𝓁 𝓉𝒽𝑒𝓇𝑒

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𝓖𝓲𝔀𝓸𝓷

En realidad, los años que coincidimos en Busan no hubo un cumpleaños de ninguno de los cuatro que no fuera celebrado, aunque, tal y como nuestras personalidades, los festejos eran totalmente distintos. En mi caso almorzaba con mamá, recibía un regalo costoso de parte de papá quien pocas veces solía estar presente por su trabajo, y en la noche, con los chicos, bebíamos algo los cuatro mientras cenábamos comida chatarra y mirábamos la última película romántica que hubiera visto la luz. Jimin y Jungkook solían marcharse a mitad de esta.

El cumpleaños de Hyesun por otra parte, era todo un lío. Su familia siempre le organizaba cenas finísimas a las que obviamente nosotros no asistíamos. Tras eso solíamos encontrarnos y entonces Hye rogaba por emborracharnos hasta la estupidez. Normalmente solo era ella la que llegaba a tal punto, y ese día ninguno de los tres se quejaba, ni por eso ni por llevarla a rastras hasta nuestro piso.

Jimin, contrario a su presuntuosa vida universitaria, festejaba su cumpleaños en casa, sonriendo como un chiquillo frente a un festín de sus platillos favoritos cocinados por su madre, junto a su hermano menor, su padre, Jungkook, y los últimos años, también nosotras. Ese era el día del año en que nuestra charla antes de dormir solía acabar con Hyesun murmurando en la oscuridad de nuestra habitación cuánto quería que su futura familia se pareciera a la de Park Jimin, dulce, sencilla; y ni un poco a la suya, que nunca se atrevía adjetivar. Ese era el día del año también, en que confirmaba cuán enamorada mi amiga estaba de él.

Y entre el cumpleaños de Hyesun y el de Jimin, ocurría el de Jungkook. Aún recuerdo su cumpleaños número 22, el primero tras la muerte de su padre. Su rostro al abrir la puerta de su casa en Gamcheon y vernos a los tres allí de pie. Recuerdo la hora de viaje de ida entre nuestro piso en Geumjeong y su vecindario. Cómo todo el camino hacia allí pensé que aquello era una mala idea, que había que tener mucho tacto con el dolor ajeno. Ya había cruzado esa línea la tarde de otoño en la que aparecí en la floristería, y me apenaba pensar en repetir algo de ese calibre. Recuerdo también, igual que esa vez, cómo hice el camino de vuelta a casa aliviada de la decisión.

Fue en ese momento, en esa charla conmigo misma mientras Busan desfilaba por la ventanilla del autobús y Hye dormía en mi hombro, que reconocí cuánto cariño les guardaba estas tres personas, incluido Jeon Jungkook, el chico que a primera vista me causó recelo y a segunda nerviosismo. Y cuánto, también, deseaba que fueran felices.

Supongo que sería mentirme a mí misma el decir que estos años han cambiado las cosas, aunque es algo que puedo confirmar ahora, que estoy aquí, que los escucho reír ruidosamente y aunque no entienda la gracia del asunto no pueda evitar la mueca tonta de mi cara.

Bueno, puede que sea por el alcohol.

Los empaques vacíos se amontonan sobre la mesa. Me he zampado tres cervezas, ya me pesan los ojos y no entiendo de qué me rio. Jungkook es dueño de seis de los bollos de aluminio que allí descansan pero sigue igual de enérgico que siempre, recordando, como cada cumpleaños, anécdotas entre él y Jimin que abarcan básicamente toda su vida y de las que ya hemos escuchado la mayoría. La tristeza que creí encontrar en sus ojos cuando le busqué en el pasillo, ha desaparecido. Eso me alivia.

Sentada en el suelo junto a Jimin y descansando en su pecho, Hye parece estarse quedando dormida aún entre medio de las carcajadas. Sus ojos se abren de golpe cuando su novio lanza un eructo y se soba el estómago con la mano con la que no está aguantando el peso de ambos.

—¿Qué tal si la próxima vez cocina Gi? —dice él.

—¿Por qué yo? —me quejo, abriendo mis párpados con esfuerzo.

twenty seven ▶ jjkDonde viven las historias. Descúbrelo ahora