«La habilidad de Clara para mover objetos sin tocarlos no se pasó con la menstruación, como vaticinaba la Nana, sino que se fue acentuando hasta tener tanta práctica, que podía mover las teclas del piano con la tapa cerrada, aunque nunca pudo desplazar el instrumento por la sala, como era su deseo».
La Casa de los Espíritus, por Isabel Allende. Silencio absoluto, diáfano a su alrededor, sólo interrumpido por el constante pasar de las páginas. Consume, uno a otro, los pasajes de la novela. Lee a toda velocidad. Sus dilatadas pupilas saltan, engullen las frases y, a su paso, arrastran los signos de puntuación. La cadencia de las oraciones la guía y, tanto la atrapan, a pesar de ser una traducción al italiano, que ha olvidado el mundo que la rodea. Pierde la noción del tiempo, del espacio; hace rato que dejó de oír el incesante tic-tac y, por supuesto, olvidó tomar notas. Que se examine en dos días de los contenidos de la novela, en estos momentos, le trae sin cuidado. Sólo quiere avanzar, descubrir la historia de Clara del Valle.
Está inclinada. Las tapas del libro descansan sobre el mostrador. A su alrededor, el caos. En su inmediata izquierda, un bloc de notas, abierto y lleno de garabatos, letras retorcidas o dibujos, a modo de esquema; a su derecha, el ordenador, que está apagado. Los más diversos instrumentos la rodean: tenazas, tijeras, un pétalo perdido o trozos minúsculos, inservibles de lazo del anterior ramo que hizo. A Marlena no le desagrada el caos, sino que la acomoda. Lo siente propio, inherente a sí. Ella siente que es un desastre y, a menudo, su mente la maltrata por ello. Devora el libro y, a la vez, reflexiona. La pequeña voz que habita en el fondo de su mente no la deja descansar. Le susurra barbaridades acerca de Steffano y, de vez en cuando, regresa a la imagen de Ethan. La foto de perfil de su WhatsApp. Por un momento, sobrecogida, cierra los ojos. La evoca, sin tocar el teléfono móvil. Que la ha memorizado. Esta sola afirmación, aunque nunca en voz alta, es suficiente para ruborizarla violentamente. Reconoce, entre murmullos sofocados, que le resulta atractivo.
En la imagen, aparece sentado. Deduce, por el fondo que será un hotel o un dormitorio el espacio en que se halla, aunque esa idea no persiste en su psique. Ethan sí. Él, aureolado, misterioso. Su rostro no aparece, pero sí las mechas brillante y oscuras de su interminable cabello. Le rascan el vientre. Se deleita, Marlena, en su cuerpo alto, delgado y tonificado, perfilado por su innegable masa muscular desarrollada. La piel aceitunada y, también, las manos fuertes, firmes y segura hacen de sus piernas, gelatina. Tiemblan, se agarra al mostrador. Recuerda que, además, en la imagense ven en movimiento, provistas con baquetas que golpean un mini-tambor. Enganchado al muslo, le llama la atención respecto al pantalón acampanado, de talle alto y violáceo que porta. Le sienta de maravilla. Con un ligero rubor, Marlena reconoce que cualquier prenda se vería espectacular en él. Se le asemeja a un Dios.
Golpe. El suave tintineo de las campanillas de la ventana llegan hasta su tímpano y, con aire despreocupado, abre los ojos. Parpadea. Un hombre la observa, solícito.
Del susto, a Marlena se le caen el lápiz, su bloc y la novela. La Casa de los Espíritus da una voltereta espectacular. Sus páginas, las cubiertas se agitan en el aire e, irremediables, golpetean el suelo. Un ruido sordo, seco. A su propietaria se le queda el grito atrapado en los pulmones. Acaba de perder la concentración, su punto de lectura y, también, la dignidad. Con los ojos llorosos, se dirige al desconocido.
- ¿En qué puedo ayudarle? - La voz le sale pastosa, extraña. Como si hubiera olvidado vocalizar o cómo se forman las palabras. Se intenta aclarar la garganta, aunque termina tosiendo. Él se muestra cortés, atento. Abre la boca, coge aire y, antes de formular una sola oración, se agacha; recupera la novela y, con mimo, la ubica en el viejo mostrador. La expresión estupefacta de la muchacha le arranca una sonrisa sincera.
- ¿Podrías hacerme un arreglo floral? - Pide. Su voz limpia, pero rasgada provoca escalofríos en la pequeña estudiante, quien asiente, robótica. De inmediato, abandona su posición y, con extrañeza, vuelve a caminar. Tantas horas inclinada, con las piernas sosteniéndola, la han convertido en una extraña en esto de mantener el equilibrio. Pero se las arregla. El hombre, que la sigue, no se percata de los cómicos tambaleos, ni los amagos de chillido por previsibles caídas. Recorren parte del local y, de nuevo, se ubica detrás de una mesa. Esta es la de los arreglos florales, con los utensilios ya dispuestos.
-¿Para quién es?
-Un amigo.
-¿Un amigo? -Pregunta, extrañada. Al fruncir el ceño, el desconocido se obliga a reprimir otra sonrisa. No puede ocultar el hecho de que la presencia de la muchacha le resulta una mezcla de comedia, dulzura e inocencia. Resuelve que es natural y, también, responsable. Milimétrica, si le apuran. Por su forma de recortar el papel la reconoce profesional, intransigente.
-Sí, discutimos. Quiero arreglar las cosas.
-Permíteme decirte que es un gesto muy, muy inusual. -Se sincera. De inmediato, gira sobre sus talones. Los diferentes canastos, macetas o estantes le ofrecen la más variada gama de colores, fragancias, esencias o aromas, pero nada definido. Marlena necesita inspiración.
-Soy consciente. Pero quiero que se sienta considerado, ¿sabes?
-¿Podrías hablarme de tu amigo, por favor?
-Sí, claro. -Se rasca la parte posterior de la cabeza. De espaldas, reconoce, por el cabello rojizo, la muchacha le recuerda a alguien, aunque no sabe a quién. Quizás, la haya visto en fotografía. -Es un chico muy introvertido, tímido y reservado, pero con sentido del humor. Adoro estar con él. Tiene mucho talento. Toca la batería, ¿lo sabes? Estar a su lado es una bendición porque, además, es muy comprensivo. Siempre puedo acudir a él cuando tengo un problema o me hace falta un hombro en el que llorar. Es muy sensible. A medida que el chico habla, Marlena maquina. Cierra los ojos, incluso y, a esas palabras, asocia colores. Y, sin saber muy bien por qué, asocia al susodicho que le describen con Ethan. Decide a favor del azul, el lavanda, por puro instinto, permite que sus pasos la guíen. Recoge tallos de orquídeas, dalias y violetas.
-¿Quieres que ponga alguna nota? -Inquiere. A la vez, sus manos trabajan. Corta imperfecciones, las envuelve y, habilidosa, anuda el pequeño ramo.
-Sí, sí, me gustaría. Aunque preferiría que lo escribieras tú, mi letra es horrible.
-Claro, ¿qué pongo? -Marlena ha sacado una de las tarjetitas, de color hueso, del cajón y, tras haberla enganchado al lazo, destapa el bolígrafo. Su punta se halla a milímetros de la superficie cuando termina la frase.
-Ethan, nunca me faltes. Te quiero como eres. Tu luz siempre ilumina mi camino. -Dicta. Con letra cursiva, ella copia. -Firmado, Damiano David.
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phone number
FanficA Marlena la han dejado por WhatsApp. Desesperada, intenta escribir a su novio, pero éste le ha bloqueado. Entonces, lo intenta con sus amigos. Todos la ignoran, hasta que alguien responde. ethan torchio x female oc