𝖝𝖝𝖝𝖎. 𝖆𝖒𝖆𝖓𝖉𝖔𝖙𝖎

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Pum, pum, pum.

Respiración lenta, regular. E hincha los pulmones, muy suave, muy profundo. Cerca de su esternón, de su corazón, está Marlena recostada. Permanece su cuerpo laxo, agotado en reposo, pero ella está activa, vivaz. Rodea su torso con un brazo. Suspira, de cuando en cuando y, a menudo, inhala sobre su piel, su ropa, incapaz de creer que él esté ahí, junto a ella. Ethan sonríe al techo, en medio de la oscuridad. Afuera, en la calle, es mediodía, atardece y bajo un cielo limpio, despejado, cae un sol cegador. Su luz inconfundible, mediterránea recubre hasta el último recoveco de Roma, salvo el dormitorio fresco, protegido de ella. Están tumbados en la cama, en silencio. Abrazados. La casa está muy quieta, casi desolada.

—Te quiero —suspira Marlena, sin voz. Aprieta el cuerpo relajado, anhelado de su novio. —Te quiero mucho.

—Yo también te quiero, cariño.

—Nunca voy a perdonármelo —agrega, vehemente.

Encierra su tono de voz una dureza brutal e inflexible, rígida. Cierra la mano en un puño y, con la suya, Ethan la destensa. Acaricia con suavidad, dulzura la piel, los nudillos. Retiene en su interior un suspiro de adoración, de puro éxtasis de tenerla entre sus brazos de nuevo. Algo que él creía que jamás sucedería. Besa su cabeza.

—Yo no estoy enfadado —añade, para rebajar la tensión. —Y tú tampoco deberías, Marlena. Es absurdo, ¿vale? Yo cometí el error de creer que podía decirte qué hacer. No tenía, ni tengo derecho a mandar sobre ti o a «poseerte» de ninguna forma. Hice un comentario cruel que castigaste como era debido.

—Nunca quise haber roto contigo —confiesa, veloz. Casi que lo interrumpe. —Estaba furiosa, me salió decirte aquello, pero jamás lo sentí, nunca. Luego quise deshacer mi acción.

—Jamás deberías estar con un hombre que entiende la violencia policial como un castigo proporcional a algo. Es una idea tan ridícula.

Nota que ella se desplaza, se despereza. Marlena rompe el contacto físico estrecho, agradable entre los dos y, por tercera vez en la mañana, se sienta. Obra bien al contener el suspiro que le sobreviene y, en su lugar, acaricia su muslo. De arriba hacia abajo. Suave, sin apretar. Necesita adorarla.

—Cariño —repone. —Yo sé que no lo decías en serio, ¿vale? Estabas preocupado por mí, te asustaste. Hice algo insensato.

—Enfrentarse a los Carabineri no es insensato, sino valiente —afirma, en voz baja. Su susurro es casi una caricia. —Creo que te lo he dicho ya varias veces, pero estoy orgulloso de ti. Que seas tan valiente, tan inteligente, tan feminista hace que quiera quererte cada vez más, que yo quiera ser mejor persona, ¿lo sabes?

—Sí —admite en un susurro, velado, casi sin voz. —Pero hay que dejar las cosas claras, Ethan. Necesito que esto quede hablado.

—Te escucho.

En medio de la oscuridad, Marlena carraspea varias veces. Su pareja se incorpora un poco en la cama y, de nuevo, lleva la mano al muslo. Irradia una calidez perfecta, pacífica que la ayuda a pensar con más calma.

—No quiero volver a romper contigo —verbaliza, rota de pena. —No quiero que una trifulca o un malentendido por falta de comunicación trunque esto tan bonito, tan tierno que tenemos. Aunque lo peor de todo no ha sido mi tozudez, mi orgullo, sino que no sabía cuánto te quería hasta que me vi perdida, sin ti.

—Marlena, mi amor, una relación es cosa de dos —reitera. —Rompimos, pero no fue culpa tuya sólo, yo tuve algo que ver, yo lo provoqué, ¿de acuerdo? Los dos deberíamos trabajar en cómo comunicarnos mejor, sobre todo yo. No quiero perderte nunca, jamás. Estos meses han sido los peores de mi vida.

—Deberías odiarme —repite, angustiada.

Ethan deja escapar un suspiro largo, sentido y, en la oscuridad, la arrastra hacia sí. Coloca a Marlena entre sus piernas, sus brazos y, lleno de mimo, de amor, la envuelve con ellos. Besa su rostro, la línea de su mandíbula y, cuando llega al lóbulo, se detiene.

—Yo jamás podría odiarte.

—Fui una insensata, ¿cómo no me di cuenta de que te amaba antes? —Tiembla de rabia. Él la acaricia en círculos, vuelve a besarla. —Tú siempre has sido muy bueno conmigo.

—Es básico, Marlena —protesta. —Cuidar a la otra persona, respetarla, quererla, ayudarla, todas esas cosas son básicas en una relación. Sé que tú no lo sabes por culpa del Innombrable, pero te prometo que voy a luchar por ser mejor persona, por ser mejor por ti, para ti. Quiero protegerte más, mejor. Quiero que estés conmigo toda la vida. Y no, no estoy enfadado porque tardaras en darte cuenta de lo que sientes por mí, sólo estoy feliz de ver que estamos a la misma altura.

Ella deja escapar un suspiro sentido, enamoradizo y, más relajada, echa el cuerpo hacia atrás. Apoya la espalda en el pecho de Ethan y, exigente, solicita un beso en los labios que él le da. Es concienzudo en su tarea, cuidadoso. Besa con cariño, con pasión y, sobre sus labios, murmura un par de «te quiero» que la hacen reír.

—Por cierto, ¿qué hay de Måneskin?

—Damiano no iba en serio —aclara. —Tuvimos una conversación muy, muy larga sobre esto. Dice que me perdona, que entiende lo que ha pasado.

—No me puedo creer que el Innombrable estuviera detrás de la dichosa cuenta de Instagram.

—Lo tenía todo planeado —besa la punta de su nariz. —Damiano dice que no querría ser mi amigo si yo no hubiese reaccionado como lo he hecho. Es todo un feminista.

—Que tiemble el patriarcado —bromea Marlena. Vuelve a reírse.

—Dios, adoro tu risa —suspira Torchio, contra su oreja. —Adoro todo de ti, por fin estamos juntos. Nunca vuelvas a dejarme, por favor.

—Jamás —reitera ella. —Hasta que mi corazón deje de latir.

—Hasta que mi corazón deje de latir —repite él. Luego, la besa.

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