𝖝𝖝𝖛𝖎𝖎. 𝖇𝖗𝖔𝖓𝖈𝖆

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-¡Cabrón! ¡Mamón! ¡Sin vergüenza!

Ethan irrumpe en el estudio, colérico. La puerta golpea la pared en un ruido sordo, ronco y, al zapatear, gime el mugriento parqué. Recorre el exiguo espacio en un par de zancadas amplias, mal disimuladas y, antes de que nadie pueda reaccionar, agarra a Damiano por las solapas de la camisa. Está furibundo, fuera de sí. La sangre le bulle dentro de las venas, quema su piel, desgarra su fina paciencia. Sin dar tiempo a que el cantante se pronuncie, lo arroja contra la pared. Varios cuadros caen al suelo, se rompen en mil pedazos. La columna vertebral del agredido se resquebraja, chirría y a él no le queda otra que gruñir, ciego de dolor. Cierra sendas manos en puños, dispuesto a clavar un derechazo a Ethan, aunque no llega a hacerlo.

Victoria es la que más rápido reacciona. Salta por encima de la batería y, con la pierna, arroja todas las baquetas al suelo. De un brusco tirón, separa a ambos. Ethan cae sobre la mesa; a continuación, rueda por ella y cae al suelo, sin poder evitarlo. Incapaz de retener su ira, Damiano obliga a Ethan a ponerse en pie, de nuevo, por el pelo. Tira de su larga cabellera con una brusquedad tal, que lo desplaza en el espacio físico. Lo lleva contra la pared.

-¡¿De qué cojones vas, Torchio?! -Escupe sobre él, molesto. -¿Dónde están tus modales?

-Podría preguntarte lo mismo -ruge su interlocutor. Aprieta la mandíbula hasta el límite de su capacidad. -Eres un cabrón.

-¿Ah, sí? -Repone, burlón. Sigue muy, muy cerca. Tanto, que puede oler su perfume, su desesperación y su aliento fresco, limpio. Acaba de lavarse los dientes. -¿Y eso por qué? ¿Qué cabronada he hecho ahora?

-¡Marlena!

-¿Qué pasa con Marlena?

-¡Y tienes la cara tan dura de replicarme a la cara! -gruñe.

Sin previo aviso, proporciona un cabezazo espectacular al cantante. Este retrocede, mareado. La cabeza le da vueltas, la nariz le sangra y, por el tubo digestivo, una masa caliente, espesa y ardiente le sube. No puede evitar vomitar. Expulsa el exiguo contenido de su estómago sobre los cristales rotos, varios bolígrafos y papeles que, de paso, se ensucian con el líquido caliente, rojo que emana de sus fosas nasales. Otra violenta arcada lo sacude, de pies a cabeza e, incapaz de sostenerse en pie o hacer equilibrios, se agarra a cualquier cosa. A la mesa, al aire, a Thomas, que acaba de correr la carrera de su vida.

-¡Ethan, tío! -Protesta, muy molesto. -¡¿De qué vas?! ¡Te has pasado! ¡Te has pasado mucho!

-Ayúdame -implora Victoria, angustiada.

Traga saliva de forma constante, en seco y muy preocupada, culpable por los hechos acontecidos. Sostiene con las manos frías, temblorosas el cuerpo de Damiano, que convulsiona por la potencia de las arcadas. Entre los dos, lo sujetan y él se vacía, por tercera vez, en el suelo del estudio. Aterrado por la magnitud de los hechos, Ethan se echa hacia atrás. Choca con la pared, con los. cuadros rotos e, incrédulo, parpadea. Entonces, se percata de lo que acaba de suceder, de lo que ha hecho e inclina el cuerpo hacia adelante, con la pretensión de ayudar.

-¡No, no! ¡Largo! -Ordena Victoria. -¡Largo, Ethan! ¡Vete!

-¡Lo siento! -Gimotea, cual animal herido. -¡Yo no quería!

-¡No querías, pero lo has hecho! -Le reprende Thomas, muy disgustado.

Sobre sus ojos claros, profundos, cae un manto de tristeza desgarradora. Por un momento, Torchio cree de forma sincera, seria que va a romper a llorar, desconsolado. Con las manos temblorosas, se aferra al borde de uno de los muebles y, a sus espaldas, irrumpe la mánager, un par de asistentes y el personal de limpieza. Damiano todavía convulsiona.

-¡Yo lo siento! -Reitera, sin argumentos, ni fuerza.

-Sentirlo no basta, Torchio -interrumpe el cantante, aún mareado.

Reparte el peso de su cuerpo herido, enfermo entre la bajista y su guitarrista quienes, entre tumbos exagerados, procuran llevarle al sofá. Las piernas también le tiemblan.

-Ethan -la mánager lo llama, él gira medio cuerpo. -Va a ser mejor que te marches.

-Yo quiero ayudar -repone, con la voz estrangulada. -Lo siento, lo siento mucho. Yo no sabía qué hacía. No me he dado cuenta hasta que lo he hecho.

-¿Por qué lo has hecho, Ethan? -Lo interroga Thomas.

Avanza por encima del vómito y, con más fuerza de la necesaria, lo agarra por la camiseta. Éste retrocede, algo asustado.

-¡Le ha hecho daño a Marlena!

-¿Qué? -Verde, medio descompuesto, Damiano se levanta del sofá, de golpe. -¡¿Daño?! ¡¿De qué forma le he hecho daño yo a Marlena?!

-¡Tú no sales con Marlena, Ethan! -Chilla Thomas, al oído. La frase reverbera por el interior de su oído hasta su cerebro sobrecargado. -Ella no es asunto tuyo más. Ni siquiera lo era cuando salíais. Sigue siendo un ser humano, no un objeto. No tienes por qué pedir justicia por ella, joder.

-¡¿Qué daño?! -Ruge Damiano.

Alguien se le acerca para curarle la nariz, que duele, palpita, sangra y ha doblado su tamaño en los últimos cinco minutos de trifulca. Él amarga el gesto ante el desinfectante, pero no protesta, ni aparta a la ayudante. Escruta con los ojos llenos de rabia, de ira e inyectados en sangre al baterista.

-¡La agrediste!

-¡¿Qué?!

Giorgia chilla desde la puerta, llena de descrédito. Retrocede un par de pasos, como si la hubieran apuñalado. Sus ojos marrones regresan la atención a su pareja, a quien escruta de pies a cabeza, incapaz de encontrar las palabras correctas para preguntar.

Y, en ese instante, producto del estrés, el dolor o su estómago enfermo, Damiano se desmaya.

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