𝖝𝖝𝖝. «𝖊𝖑𝖑𝖆 𝖓𝖔 𝖊𝖘 𝖉𝖊 𝖓𝖆𝖉𝖎𝖊»

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-¡Ay! ¡Ah, ah! ¡Au, duele!

Marlena chilla, protesta. Patalea en el aire, doblada de dolor, aterrorizada. Sus manos crispadas, tensas luchan contra el oxígeno, la gravedad y tratan de zafarse del agarre brusco, violento. Está perpendicular, suspendida a medio camino del suelo. El Innombrable la tiene sujeta por el pelo y, también, la pierna. Tira de su cuerpo, de su piel; la zarandea con saña.

-¡Cállate, zorra!

-¡Suéltame, suéltame! -Suplica, rota de desesperación. -¡Socorro!

-¡Por Dios, cállate! -Ordena, hastiado. -¡Callate, joder! ¡No haces más que complicar las cosas! ¡Eres tan patética como cuando te deje! ¡Pero eso va a cambiar! ¡Va a cambiar aunque sea lo último que haga, Marlena! ¡Tú de aquí sólo vas a salir con las piernas por delante!

El Innombrable reitera su brusquedad, la violencia de su agarre: agita su cuerpo, aprieta el pelo alrededor de su mano y, con crueldad, la arroja contra un arbusto. Cae, rueda por encima de las hojas, las ramas. Sus terminaciones afiladas, rotas resquebrajan la piel reseca, maltratada de su cuerpo. Marlena se atraganta con su propia respiración y, aunque rompe a toser, medio asfixiada, se pone en pie. Tiembla, se tambalea. Está débil, mucho. Apenas puede enfocar el camino retorcido, escarpado que se abre paso frente a sus pies. Tropieza varias veces. Da a parar con las rodillas contra las hierbas muertas, salvajes que crecen a su libre albedrío por aquella zona oscura, mal iluminada. Ni siquiera la luz plateada, escasa de la Luna puede colarse a través de aquella parte perdida, tan inhóspita como aterradora. Por detrás de sí, en adición a su corazón tarquicárdicos, Marlena escucha los pasos regulares de su ex pareja. No puede evitar gimotear, lloriquear de dolor, de puro agotamiento.

-¡Vuelve! -Ruge, a sus espaldas. De una forma u otra, consigue aventajar a su agresor.

Avanza a duras penas, a tientas e inclusive hiere sus manos. Emplea las palmas, los dedos para tenerse en pie, avanzar gracias a las piedras, árboles o arbustos que encuentra a su paso. Con una mano débil, temblorosa, extrae el teléfono del bolsillo y prende la pantalla.

Ethan ha contestado.
Es incapaz de averiguar el contenido del mensaje, dado que la vista se le nubla por gruesos, contundentes lagrimones. Llora, llora de felicidad, pena o estrés; es incapaz de saberlo. Desbloquea el teléfono para escribir un simple, contundente SOS que consigue hacer llegar también al grupo de sus amigas. Marca el número de los Carabineri, aunque jamás llega a ponerse al teléfono. El Innombrable se arroja a sus espaldas, la golpea contra el suelo y, lo siguiente que Marlena recuerda es rodar, rodar colina abajo entre gritos e improperios. Se defiende como puede, demasiado débil para pensar. Sólo chilla, grita incoherencias y, también, el nombre de Ethan, de Gina, de Damiano. Cualquiera que le sirva, que ayude a sus amigas a localizarla.

-¡Eres mía! -Grita, henchido de rabia.

Tiene los ojos desorbitados, la mirada poco clara y, con la rabia sobre sus pupilas, la aguijonea. Marlena siente miedo, un pánico atroz y, frente a su indefensión, chilla. Grita cuanto puede, hasta el límite. Sólo cesa su llamada de auxilio para aspirar el aire, a grandes bocanadas. Pronto, la garganta se le llena de ese sabor metálico e inconfundible, la sangre.

-Ella no es de nadie -irrumpe a la escena la voz familiar, suave y cálida de Ethan, cargada de una sorda indignación.

ñCon la mano grande, musculosa agarra al Innombrable por el cuello de la camiseta y, gracias a su experiencia recién adquirida, lo arroja de cualquier forma contra los arbustos. Oyen el cuerpo rodar de cualquier forma y, luego, el golpe seco, vehemente. Un gemido lastimero, ronco emerge de la ex pareja.

-¡Marlena! -La llama Gina, alarmada.

Apunta a su rostro con la linterna del teléfono para descubrir un aspecto físico lamentable, atroz: pálida, deshidratada, desconsolada. Ella entrecierra los ojos, cegada y agotada. Ni siquiera es capaz de deshacer la incómoda postura que la obligaron a mantener. Contempla, a través de las lágrimas, a su grupo de preocupadas amigas. Alivio en el rostro de Victoria, rabia seca en los ojos de Gina, dolor en la mueca de Damiano y frustración, amor, consuelo en el iris profundo e intenso de Ethan.

-No podemos movernos -advierte la bajista. -Los carabineri están por llegar.

-Ethan -susurra, ronca de gritar.

Arroja los brazos hacia adelante, hacia la oscuridad. Tiembla tanto que es incapaz de controlarse. Las lágrimas calientes, de alivio ruedan por su rostro, pues toda su pesadilla ha terminado. Y, por descontado, el amor de su vida ha salido en su rescate. Está a un par de metros de ella, nada que no pueda arreglarse en varias zancadas amplias.

-Marlena -murmura él, ebrio de añoranza. -Marlena, ¿puedo acercarme?

-Oh, cariño -rompe a llorar de nuevo, aunque sin lágrimas. Está muy deshidratada. -Oh, cariño, ¡no te alejes nunca de mí!

Desesperado, sediento por ella, el baterista se deja caer al suelo, de rodillas. Crepita hacia su cuerpo inestable y, en sus brazos cálidos, protectores, la envuelve. Las manos heridas de la chica se aferran a su ropa, a su piel y dejan un reguero de dolor, de sufrimiento en su piel. Marlena apoya la cabeza en su pecho duro, fibroso para escuchar el latir fuerte, vital de su corazón. Lleva la palma de la mano a su pectoral y, con los ojos cerrados, aspira el aroma de su amado. Todas las sensaciones, los recuerdos, el amor regresan a ella y, entonces, gime.

-¿Qué tienes, mi niña? -Pregunta.

Es un tono dulce, cuidado que la consuela. Marlena aprieta su cuerpo contra el del joven. De soslayo, distingue las inconfundibles luces de los Carabineri.

-Agente -indica Damiano. -Por aquí, por favor.

-¿Podría llamar a una ambulancia? -Pide Gina. -Está muy débil.

-¿Quiere interponer una denuncia?-Pregunta la agente, directa y sin contemplaciones. -Porque se lo recomiendo.

-No tienes por qué hacerlo -susurra Ethan, al oído. -Ante todo, tu paz.

-Voy a interponerla -sorprende a todos los presentes. Con la voz rota, ronca de dolor, alza la cabeza y clava su pupila en la de su protector. -Merezco poder amar en paz.

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