𝖝𝖝𝖛𝖎. 𝖇𝖗𝖚𝖒𝖆

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Está sentada en medio de la arena, a la orilla del imponente mar Mediterráneo. Suave, calmado baña la espuma sus pies, las piernas y parte del trasero, recubierto por el bañador. Permanece callada, quieta y con la barbilla entre las rodillas. Abraza sus piernas y, con los ojos clavados en el horizonte, reflexiona. Parpadea la tristeza, la desazón e, incapaz de verbalizar su tristeza, cuela el ensordecedor ruido de las olas romper en su psique.

—¿Por qué te has alejado del grupo? —Quiere saber Damiano.

Está a espaldas de ella, con los brazos en jarras y, curioso, la contempla. Sobre su piel, brilla la arena, diminutas gotitas de agua y todo el esplendor, la luz del atardecer. Tiene un aspecto romántico, atormentado y, también, dulce. Marlena se encoge de hombros. Cuando él se sienta y, suave, echa un brazo sobre sus hombros, ella rompe a llorar, desgarrada. Apenas es capaz de retener los sollozos en el pecho y, sobre la inmensidad del mar, vierte su pena.

—Oh, Damiano, oh —comenta. Deja caer su cabeza en el hombro de él. La besa en la sien, muy preocupado.

—Cuéntamelo, por favor —la anima.

—Le echo de menos —niega con la cabeza. —Pero supongo que era lo que tenía que pasar. La burbuja llena de cuidados, de afecto y de luz reventó de la peor forma posible, ¡oh! Qué desdicha más grande.

—No es cierto, Marlena —la corrige. —Su comportamiento fue horrible.

—¿Por qué no vi venir que haría algo así antes de enamorarme de él? —Pregunta, llena de dolor. —Oh, dime, ¿por qué me siento así? Tengo la extraña sensación de que no le conozco, de que no sé quién es y, aún así, le sigo queriendo, ¿cómo es posible? ¡Esa sensación tiene que morir!

Damiano emite una mueca triste, solícita y, desde el afecto de la profunda simpatía, cariño que siente por ella, la estrecha contra sí. Es incapaz de consolar, pero ofrece sus brazos. Acomoda en su hombro, en el hueco de dos de sus tatuajes, a su amiga y, con los ojos fijos en el horizonte desdibujado, reflexiona. Marlena, Ethan. Ethan, Marlena. Dos almas torturadas, dolidas que estaban destinadas a encontrarse, a amarse y que, ahora, yacen en medio de las cenizas de su historia. Siente una punzada en el corazón, de puro dolor.

—Bajo mi punto de vista —comienza, después de carraspear. La torpeza es evidente en su voz. —Creo que tienes dos opciones: darte tiempo para recuperarlo o hablar con él.

—¿Hablar con él es una opción?

—Estás enamorada de él.

—Inconvenientemente.

—Yo no estoy de acuerdo —contradice. Marlena hiperventila y, contrariada, lo fulmina con la mirada. —Ethan te trató bien hasta el asunto de la violencia policial.

Aguarda en silencio, pensativa. Respeta su espacio.

—¿Por qué no me habla, ni me busca, ni siquiera me da like a los posts de Instagram?

—Dado que le dijiste que no querías volver a saber nada de él, entiendo su actitud —comenta, con un deje de ironía amargo. —Sigue al pie de la letra tus instrucciones, ¿por qué te quejas?

—Lo dije enfadada —protesta.

—Es posible que mi argumento en contra sea objetivamente horrible —remata. Omite mirarla.

—¿Crees que tú puedes ser la causa? —Pregunta, de golpe. La insinuación que lleva implícita sobresalta a Damiano, que se aleja medio milímetro para poder mirarla a la cara. Lee su seriedad.

—¿Marlena?

—Puede que nuestra amistad sea leída como una relación romántica desde fuera —confiesa. Parpadea muy seguido su interlocutor, como si la mera idea fuese un objeto molesto e intruso en su ojo. —La única información que tienen ellas, todas, inclusive Ethan es que fuiste mi primer amor. Puede que se hayan quedado con la sorpresa de mi reacción, pero no han entendido nada de lo que viene después.

—A mí me encantaría que me explicaras todo esto.

—Somos amigos, Damiano —afirma. Él asiente. —Hemos hablado de lo que pasó, hemos llegado a una conclusión y nos hemos limitado a pasar cantidades de tiempo industriales juntos para fortalecer nuestra amistad, ¿tú le has hablado de esto a alguien? Yo sí, a Gina y a Carmen, y te aseguro que, al principio, estaban confusas y creyeron que pretendía levantarle el novio a otra chavala.

Por la expresión facial del interpelado, cruzan emociones de distinta intensidad, nombre o profundidad. Está impertérrito, helado. Permanece un minuto íntegro de reloj callado, con la vista clavada al frente.

—Esa idea es machista.

—¿Que nos haya leído como pareja?

—No, no esa —la corrige. Sacude la cabeza. —La idea de que no te habla, ni se dirige a ti no porque no respete la orden que le diste, sino porque piensa que somos pareja, ergo me respeta a mí, no a ti. Ethan no tiene esa visión tan arcaica de las cosas.

—Ethan tampoco es que sea Angela Davis —comenta de vuelta, medio en serio, medio en broma. —Y en momentos de desesperación, si crees que el cielo es verde, ves el cielo verde, aunque sepas que las reglas de la lógica no funcionan así.

phone numberDonde viven las historias. Descúbrelo ahora