Porque todo sucede lento, muy lento. Despacio, deprisa. A cámara lenta, en un latido. Inhala, sístole, al suelo. Golpe. Crac, crac. Las costillas, mueca. De nuevo, el policía. Esa mano enguantada, bruta, dura la engancha y, de un tirón, obliga al cuerpo a cambiar de postura. La levanta. Trastabilla, cae. Quien la sostiene, le desgarra la camiseta, la arroja y, a continuación, la inmoviliza. Lucha, se revuelve. Con los pies, se defiende. Lo pisa, golpea su cuerpo; se defiende, en definitiva, pero el carabineri tiene otro plan. La lanza contra un escaparate y, dado que es de un material frágil, Marlena lo atraviesa.
Crash.
Aterriza de costado. La caja torácica da a parar contra el banco, el suelo y, también, los cristales. Cientos de ellos, miles. De un tamaño exiguo, diminuto, ridículo pero que, contundentes, desgarran su maltratada piel. Astillitas brillantes, chiquitinas que dibujan una línea recta desde su axila hasta la cadera derecha. Incrustadas, clavadas. A ella no le emerge ni chillido de dolor.
Está semidesnuda, derrotada y al borde de las lágrimas, derramada en un suelo frío de un establecimiento romano. Y sola.
—¡Marlena, Marlena!
Los pasos angustiados de Victoria repiquetean contra el pavimento y, en medio de una carrera desesperada por llegar, sin empeorar su estado físico, tropieza, cae y se golpea la espalda contra una farola centenaria. Gime de dolor, agotada.
—¡Esto es intolerable! —Chilla Gina, muy airada. —¡Iremos a los tribunales, claro que sí! ¡Sádico, pervertido, loco! ¡Te vas a arrepentir de haber maltratado de esta forma a mi amiga!
—Señora —responde, a su vez, el policía, algo confuso. Ladea la cabeza, se la rasca y, en su conciencia, cuestiona lo que acaba de hacer. La chica está inmóvil. —Es un sujeto disruptivo. Había que neutralizarla, ¡la seguridad es lo primero!
—¡Sabandija!
—No discutas, por favor —solicita Carmen, al borde del ataque de pánico. Con los ojos desorbitados, las manos púrpuras y las mejillas sonrojadas por la rabia, se permite a sí tomar asiento en el bordillo de la acera. Los oídos le pitan. Giorgia engancha su pierna a la de su nueva amiga y, temblorosa, extrae su teléfono. Llama a su novio. Ni medio tono sucede.
—¿Dónde estás?
—¿Cariño? —Lo oye, fatigado. —¿Qué es lo que ha pasado?
—Un policía le ha dado una paliza a Marlena —responde, a través de las náuseas incipientes. —Está inconsciente, creo.
—No te muevas de donde estás —y cuelga.
Sin explayarse en sus explicaciones, recluta a Ethan, su bajista, Thomas, el guitarrista y un amigo de Carmen, al que conocen de haber tomado un par de cervezas, sin más. Sea como sea, los convence y, juntos, de la mano, atraviesan el tumulto. Llegan sin un sólo rasguño a la zona de la discusión.
—¿Cariño?
La voz débil de Giorgia lo interpela, casi en un susurro. Esa especie de batalla campal en la que se ha convertido la manifestación ruge a su alrededor y es ensordecedora pero, todavía, la oye. Se las apaña para hacerlo, escanear la escena y hallarla. Está al borde del desmayo, horrorizada. Vislumbra a Gina, Carmen y Victoria; resultan la viva imagen de la perturbación. Agitadas, despeinadas, púrpuras de la ira y, también, marcadas en la preocupación. Él se acerca. Y grita nada más vislumbrarla.
—¡Por el amor de Dios! —Abronca, sin saber bien a quién. —¿Es que pensáis dejarla que se muera de frío o qué?
Damiano se adentra en la sopa descompuesta de cristales y, con cuidado, se inclina sobre ella. Ni se le ocurre desplazarla. Sólo la contempla, muy de cerca y resuelve estimularla a través de una caricia. Marlena reacciona. A sus espaldas, un suspiro de alivio recorre la escena.
—Voy a buscar a la ambulancia —anuncia el amigo de Carmen. Corre a una gran velocidad. Rebasa a las chicas, a Gina y a los carabineri que discuten con ella. Sabe dónde hay una. Radiografía la escena en búsqueda de los prototípicos colores y, a su misión, se une la hermana de la joven malherida, que detesta sentirse inútil.
—Dime dónde te duele. —Él se arrodilla, con cuidado, a su lado, pero en una zona libre del material desperdigado. Acaricia el cabello de la joven con una dulzura natural e impropia a la violencia de la escena que viven.
—Todo, todo —ella susurra.
—No deberíamos moverla. —repone Victoria, nerviosa.
—Yo voy a hacerlo.
—¡Damiano, no!
Pero es demasiado tarde.
La carga, estilo nupcial. Es impulsiva, temeraria e, incluso, contraproducente la acción realizada, pero no la ha podido evitar. Porque ver temblar a su antiguo amor de puro frío, miedo y desesperación es algo que le supera. A ella le regala el cariño, respeto y ternura que nadie más es capaz de proporcionarle. Eso parece calmarla y, cuando se rozan, el llanto apagado de la joven cesa, pero no sus suspiros hastiados, revestidos de un dolor que es incapaz de explicar.
—¿Qué piensas hacer con ella, Damiano? —La voz de Ethan los interrumpe.
—No lo sé. —Admite. Gira su cuerpo poco a poco, con la conciencia de la vulnerabilidad de la chica que carga. Podría marearla con su brusquedad inconsciente. —Supongo que esperar a que llegue una ambulancia o acercarla yo mismo. Hace demasiado frío para dejarla ahí, ¿es que ninguno de vosotros piensa?
—¡¿Sabías que podrías perforarle un pulmón si la mueves mal?!
—¡Nunca se debe mover a alguien que ha tenido un accidente, Damiano! ¡Es peligroso!
—Tampoco hay que permitir que se muera de frío y ahí estabais las dos, de pie plantón y mirándola como si ya estuviera muerta.
—Espera, espera, por favor. —Solicita Ethan. Caballeroso como él solo, se retira la chaqueta de cuero y, con ella, abriga a su novia de pocos meses.
—Gracias, gracias a los dos —ella murmura.
—¡Paramédica! ¡Es aquí! —Thomas, el más alto de todas, agita los brazos para hacerse ver.
El personal sanitario no tarda en llegar.
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phone number
ספרות חובביםA Marlena la han dejado por WhatsApp. Desesperada, intenta escribir a su novio, pero éste le ha bloqueado. Entonces, lo intenta con sus amigos. Todos la ignoran, hasta que alguien responde. ethan torchio x female oc
