La acritud inicial no tarda en descomponerse. A la pareja le basta con ponerse de frente, cara a cara para olvidar cualquier reproche por emitir.
—¿Para qué la quieres? —Cuestiona.
Sus ojos oscuros atraviesan las pupilas dilatadas de su interlocutora quien, todavía, no ha derramado una sola lágrima. No obstante, éstas se forman y, poco a poco, se acumulan en el lacrimal. Desorientada, ella gira la cabeza y, entonces, toma consciencia. La realidad la golpea, como un bofetón. En su cabeza, una sucesión de imágenes desordenadas, dolorosas y poco limpias rompen con el perturbado aire ligero que había mantenido desde que llegara. Ahora sí se derrumba. Lo mira, deshecha y, antes de emitir una sílaba, la barbilla comienza a temblarle. Las lágrimas le descienden, solemnes, por las mejillas.
—¿Nadie te ha dicho qué es lo que ha pasado? —Repone, rota.
—No sé qué otra explicación le das al hecho de que me haya plantado en la floristería de tu tía un sábado a las dos de la tarde, Marlena —contesta. El ligero toque de humor queda ahogado por el repentino sollozo de ella que, temblando, se arroja a sus brazos.
Él no duda un instante de acogerla y, de hecho, la acuna. Poco le importa su pelo recién lavado o que la ropa no sea suya, sino de la discográfica. Entre la suciedad de la calle, el agua de la lluvia y, ahora, sus lágrimas, lo es que la camisa vaya a quedar blanca, pura. La retiene contra sí, paternal.
—Tenía que hacerlo, tenía que hacerlo —se justifica. La voz le llega atragantada. —¿Lo pidió tu abuela?
—No. —Sostiene y, a pesar del maremágnum emocional, busca el contacto visual. A Ethan lo destroza por completo la visión que ella le ofrece. Palidez mortecina, ojeras. En contraste, los ojos rojos e hinchados, la nariz que no cesa de sorber y, también, las lágrimas. Porque llora lo que no está escrito. A cántaros. Como si la pena que aconteciera a su corazón no tuviera consuelo.
—¿Por qué lo has hecho? —Insiste.
—Porque no sé qué más puedo hacer para agradecérselo, Ethan. —Aclara. Con un gesto de tristeza infinita, Marlena acaricia uno de los extremos de la cinta, sin saber cómo continuar. —Ella me dio todo. Su vida, sus sueños, su dinero. Mi abuela me regaló lo que tenía, sin pedir nada a cambio y una puta corona de flores, llueva o nieve, es lo mínimo que puedo hacerle. Dios, ¡es horrible!
—Es preciosa, cariño. —La corrige y, con dulzura, retiene su mano, para evitar que lesione su propia obra de arte.
—Es insuficiente —añade, con odio.
—Eh, eh, oye —llama su atención. Con un mimo extraordinario, Ethan enmarca su rostro. Las lágrimas riegan sus pulgares.
—Eso no es cierto.
—¿Cómo que no? Míralo, es horrible.
—Marlena, no hay nada que agradecer. —La corta. —Es tu abuela, te quiere. Hubiera preferido cortarse un brazo antes que permitir que estuvieras desamparada, sola o sufriendo, junto a tu madre. No puedes torturarte a ti misma de esta forma, con estas ideas.
—Nunca hay que dar nada por sentado.
—Estoy de acuerdo —replica. —Pero no puedes lesionarte a ti misma con la excusa del agradecimiento, ¿vale? Es una línea roja que no voy a tolerar que cruces.
—¿Herirme?
Él ni siquiera se molesta en responder de palabra. En su lugar, sostiene sus manos, palmas al techo y, uno a uno, señala todos los cortes. Por culpa del cúter, de los alicates o de las tijeras. Con estoica paciencia, le muestra sus propios pies. Amoratados, llenos de incisiones. A Marlena, que no se había percatado de ello, la recorre un escalofrío.
—Vámonos, por favor.
—¿A dónde?
—A casa, con Gina. —Responde. —Ella fue quien me llamó, desesperada. Por poco no la matas de un infarto. Cuando han visto que has salido corriendo, sin dar explicaciones, ni coger una triste mascarilla, se han asustado muchísimo. Me ha llamado directamente al teléfono, llorando.
Explica, a la vez, le aparta los mechones húmedos, rojizos de la cara y, también, la cubre con su propio abrigo. El frío no le importa lo más mínimo, no cuando ella está al borde de la hipotermia. De uno de sus bolsillos, extrae una mascarilla y se la coloca, con suavidad. —Yo lo siento.
—No te cuento esto para que te sientas culpable, sino para convencerte de que vuelvas a casa. —Explica. Con suavidad, le lleva el brazo a sus hombros. —Tengo entendido que hay un baño caliente esperándote.
—¿Y la corona de flores?
—Damiano está avisado. —Replica, sin respirar. —Deja la llave donde está, en el mostrador y él se encarga de todo. Llevará la corona al velatorio o donde haga falta.
—¿Damiano?
—Quiere ayudar. —Lo justifica.
Autómata, Marlena comienza a caminar aunque, esta vez, sí es consciente de sus pasos. Ve dónde ubica sus pies y, también, cuenta el pasar de las aburridas losetas debajo de sus calcetines. La lluvia, que parece haber amainado, sigue cayendo. A Ethan no le importa lo más mínimo colarse debajo de su trayectoria para, como un auténtico caballero, abrir la puerta del copiloto. Marlena se acomoda de inmediato en el interior del vehículo.
—Está a dos minutos de aquí —confiesa.
Cierra la puerta del coche tras subirse y, de inmediato, prende el motor. Un chorro de aire caliente se ve dirigido al cuerpo gélido de Marlena. Ella lo agradece con un imperceptible suspiro de placer que, a pesar de involuntario, provoca una satisfacción desmesurada en su acompañante.
—¿Por qué Damiano? —Quiere saber.
—Porque quiere ayudarte. —Completa la más lógica de las suposiciones.
Pisa el embrague y, muy atento, inicia la conducción. Las calles empinadas, estrechas y de pavimento irregular son las más traicioneras. Sólo por respeto a la maniobra que requiere salir de aquel sitio de difícil acceso, Marlena guarda silencio.
Por su espejo retrovisor, ve detenerse a un coche pequeño frente a la floristería. De él, sale Damiano. Se dirige, decidido, al interior del local, pero no va solo. Una chica de su estatura, morena y de piel blanquecina le acompaña. Supone que esa será Giorgia. Contempla toda la operación que quiere el sacar la inmensa corona de flores intacta, inmaculada de la florería. La muchacha ofrece asistencia técnica con un paraguas y, también, al abrir el maletero. El local es cerrado y, en menos de un minuto, el cantante regresa a su coche.
Entonces, Ethan pisa el acelerador y cambia de marcha, rumbo al hogar.
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phone number
Fiksi PenggemarA Marlena la han dejado por WhatsApp. Desesperada, intenta escribir a su novio, pero éste le ha bloqueado. Entonces, lo intenta con sus amigos. Todos la ignoran, hasta que alguien responde. ethan torchio x female oc