Roja, rosa. Lánguida, la flor yace en el pecho. Viva, vibrante, semejante al color de la sangre. Golpetea, rítmica, la piel y sigue al corazón, agitado. Martillea al esternón, que imita a las costillas. Aire, aire, aire. Oxígeno. Marlena corre, calle abajo. Íntegra, lúgubre y solemne, de negro entera. Viste formal, cómoda y, rebeldes, las ondas al aire. Retiene las pancartas contra su tórax. A cada paso, a cada esfuerzo, las afiladas grapas rasgan su piel, pero lo ignora. Mantiene el ritmo. Galopa contra el tiempo, ese inexorable tic-tac; los minutos, las horas. Llega tarde. Sabe que llega tarde. Desde su posición, valiente, vuelve el cuerpo y, a pesar del movimiento, atisba la hora. Las manecillas funcionan, síncronas y, así le sobreviene el mediodía. Frío, distante, invernal. Alejado del calor, la pasión que, en el centro de la Ciudad de Roma, comienza a cocerse.
Feminismo, ocho eme. Reivindicación. Porque fuimos, somos y, porque somos, serán.
— ¡Marlena! — Le chillan, al lateral.
Atenta al estímulo, tuerce la cabeza y allí la encuentra, a Giorgia Soleri. Imponente, elegante y de riguroso luto, estilizada por el negro de pies a cabeza. Sus prendas lucen cómodas. Va plana, va ancha. Lleva la cara lavada y, en ese instantáneo cruce de miradas, comunican todo. La interpelada frena en seco y, brusca, por poco no pierde sus carteles.
— Hola — le sonríe, tímida. La reciprocan de inmediato. — ¿Vienes?
— ¿Adónde?
— Victoria, Gina y yo hemos quedado un poco más abajo, a la altura de la parada del autobús. — Le explica y, a la vez, hace malabares para evitar una posible caída. — Vamos a la manifestación.
— ¿Te importa que me una? Mis amigas me han dado plantón en el último momento.
— Claro, ¿me ayudas?
Giorgia acepta la mitad de las pancartas y, a un ritmo sosegado, más lento, las dos mujeres se encaminan al punto acordado. Doce horas, cinco minutos.
Poco a poco, el ruido ambiental aunenta de intensidad. A los coches, el transporte público o las hojas de los árboles, movidas por el viento, se lo engullen las múltiples voces femeninas. Centenas, sino millares de mujeres ataviadas, vestidas para la ocasión rodean a las jóvenes. Transportan pancartas u otros objetos simbólicos, como ropa interior ensangrentada o un ataúd, con el nombre de las víctimas mortales de violencia machista escrito. Están en plena manifestación.
Y su epicentro es un par de kilómetros más adelante.
— Dios mío — Giorgia, asustada, masculla.
Con cierto temor, su frágil mano se aferra al antebrazo cubierto, pero tatuado de Marlena, quien no puede evitar girar la cabeza.
— Joder — la corea.
Los carabineri.
Hay una horda de carabineri armados, protegidos que, estratégicamente, ocupan las callejuelas secundarias, contiguas y auxiliares, de salvoconducto para escapar. Los furgones taponan los accesos y, con ello, imposibilitan el acceso o la huida a vehículo de motor. A pie será complicado sin ser vista, ni identificada, reflexiona, amarga, Marlena. Ella también establece contacto físico con Giorgia, desconsolada.
— Ya era hora, ¿no? — Las interpela Victoria, al divisarlas entre la multitud. — Uy, hola.
— Mis amigas me han dado plantón.
— ¿El ocho de marzo? Búscate otras — sugiere Gina, sin siquiera contemplarla. En su lugar, va directa a Marlena y comienza a repartir las pancartas. Van en grupo y no sólo ellas tres porque cuantas más, mejor.
—¿Vamos hacia adelante?
—¿A la muchedumbre?
—No hay sitio más seguro para nosotras que una llena de mujeres —repone Marlena y, brusca, las toma a ambas por las manos.
Las arrastra al centro, en medio de la muchedumbre violácea, negra e indistinta. Pronto, comienzan los cánticos y, pancarta sobre las cabezas, el grupo los sigue. Chillan con la rabia en los pulmones. Saltan, gritan, agitan los brazos y, a su alrededor, la brisa fría del invierno que muere las mece, protegiéndolas.
Parece que la concentración transcurre de forma pacífica, como se había previsto por los distintos colectivos que la convocaban. Avanzan un par de kilómetros. La presencia atronadora de la otra mitad de la población por las calles de Roma acalla el vaivén habitual de la ciudad que, en silencio, acoge los cánticos feministas. Mujeres de todo tipo hay. Blancas, negras, asiáticas, con discapacidad, heterosexuales. Lesbianas, bisexuales. Transgénero, quienes encabezan la marcha. También, trabajadoras sexuales, las del hogar, pobres y alguna de clase media, pero ninguna rica. Es una protesta marcada por el feminismo interseccional, de clase, en la que los hombres se excluyen a sí a la parte trasera y, en la delantera, durante kilómetros, sólo se las atisba a ellas.
A la una menos cuarto, el halo pacífico, utópico que había recaído en la marcha se resquebraja en mil pedazos. Les realizan una contramanifestación (autorizada) un colectivo de hombres que reclaman la vuelta de las tradiciones. Ellas responden, fieras. Modifican los cánticos, pero no emplean la violencia. Ésta llega mediante la autodefensa. Cuando comienzan a arrojarles botellas, tapones, cartones e, incluso, piedras. Entonces, se convierten en turba y esta oportunidad es aprovechada por los carabineri. De forma aleatoria, retienen a mujeres. Las cachean, las golpean, las detienen. Marlena ve con horror cómo se les aproximan. E, implícitas, Giorgia, Carmen, Victoria, Gina y ella unen, espalda con espalda, en señal de absoluta protección y lealtad. Miran en todas las direcciones posibles. Peleas, objetos que vuelan, la policía. Sobre todo, la policía.
—¿Qué vamos a hacer? —Carmen pregunta, con la voz atenazada de puro miedo.
—Huir, es evidente.
—Empieza a desarrollar los planes, Victoria, porque estamos rodeadas —contesta Marlena quien, en un arranque de ira, desgarra la pancarta. Se queda con los trozos afilados de madera en las manos, a modo de arma; sus amigas la siguen. Gina emplea uno de ellos para esquivar una botella de cristal que iba directa hacia ellas.
—Yo creo que quedarnos paradas no es una buena opción —interviene la amiga pelirroja. Todas asienten.
—Pero no nos podemos separar. —masculla Giorgia. —Si tocan a una, nos tocan a todas.
—¡Señoras!
La policía.
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phone number
أدب الهواةA Marlena la han dejado por WhatsApp. Desesperada, intenta escribir a su novio, pero éste le ha bloqueado. Entonces, lo intenta con sus amigos. Todos la ignoran, hasta que alguien responde. ethan torchio x female oc