Capítulo 2

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Aprieto mis sienes con los ojos fijos en las puertas de la iglesia, trago saliva tratando de pensar en que momento me pareció una buena idea venir aquí. Suspiro mientras me coloco mejor en el banco de piedra, buscando la mayor comodidad posible mientras espero por mi amiga. Por suerte, las gafas de sol cubren mis ojos y evitan que el dolor de cabeza sea mayor que el que ya tengo.

Escucho las campanas de la iglesia y cierro los ojos, murmullo algo casi inaudible hasta para mi, si no supiera justamente de lo que me estaba quejando. Abro los ojos sin moverme al escuchar el sonido de algunas hojas al pisarse. Observo la espalda de Nico y trago saliva, vuelvo a cerrar los ojos mientras lo escucho en la lejanía hablar con Hugo.

— Hostia, esta es Bels — la voz del hermano de mi amiga entra en mis oídos, pero no me muevo tratando de conciliar un poco el sueño —, ¿acabó aquí anoche? — Nico responde un no sé en bajo, casi un susurro —. Sabela — la mano del chico se amolda a mi hombro y lo acaricia con cuidado, sonrío de manera inconsciente.

— Buenos días — abro los ojos bajo las gafas, veo cómo él lleva las manos hacia ellas para quitármelas —, ¿Qué haces? ¿Qué haces? — intento arrebatárselas, él suelta una carcajada al ver, posiblemente, mis ojeras.

— ¿Sabes lo que es dormir o únicamente eres buena haciendo lo contrario? — ruedo los ojos y resoplo, cruzándome de brazos y dejando mi cabeza caer hacia atrás despacio de nuevo.

— Esto es culpa de tu hermana, no sé por qué me ha dicho que era super importante que viniese. Pero yo le expliqué que nunca entraba en las iglesias, y aún así insistió — me encojo de hombros—. Aquí llevo cerca de una hora replanteándome mi existencia.

— Supongo que ese es el propósito de venir a misa, Sabela — niego con los ojos cerrados, el de pelo negro ríe frente a mi—. Toma, anda, como el Padre Manuel te vea con esa cara, no vuelves a pisar el pueblo porque te destierra.

— Para ti es muy fácil decirlo, a mi casi me destierran cuando dije que me iba a San Sebastián por el conservatorio... — lo dejo un poco en el aire, abriendo los ojos y enfocando mi mirada en Nico, que se distrae con el teléfono, trago saliva negando—. Me voy a casa, dile a Nuria que sobre las seis nos vemos en donde siempre.

— ¿Dónde siempre? — asiento— ¿Sabe ella dónde es? ¿Debería saberlo yo?

— No tiene pérdida, niño — él ríe, hace un seis con las manos y le guiño un ojo a pesar de que no lo puede ver.

Me giro ligeramente antes de subir por las escaleras en dirección a casa de mis padres, mis ojos se clavan en la mirada castaña de Nico y suspiro de la manera más leve posible. Sonrío y lo saludo con la mano abierta, él me devuelve el saludo serio. Me giro de nuevo y subo las escaleras a ritmo.

El viento de la ría mueve mi pelo, agacho la cabeza para contar las escaleras musgosas que subo con cuidado para no resbalarme. La iglesia se encuentra en la zona baja de una especie de acantilado, pegada al mar. El cementerio también está relativamente cerca.

Recuerdo al Nico que conocía y no puedo evitar compararlo con el que he visto entre ayer y hoy. El de ahora parece más centrado, más mayor que yo a pesar de serlo solo por un par de días.

Me giro y me siento de cara al mar; coloco un mechón de mi pelo detrás de mi oreja, noto como en mi cabeza retumban las campanas que suenan en la iglesia. A pesar no estar demasiado lejos, sé que por aquí no vienen Nuria y Hugo, por lo tanto es complicado que alguno de ellos me aborde antes de poder ir a descansar.

— Sabela — alzo la mirada, Mario se sienta a mi lado—, sigues teniendo la costumbre de escaparte de tu mejor amiga y sus fanatismos eclesiásticos.

— Bastante irónico el hecho de que tenga fanatismos eclesiásticos, pero sí, siempre relegada.

— Pasarán los años y seguirás siendo la misma — veo cómo extiende hacia mi una bolsa blanca, con marcas aceitosas que traspasan el papel —, y después de fiesta, lo de siempre.

— Si supieras lo mucho que te quiero — meto la mano en la bolsa y llevo a mi boca uno de los churros, mastico notando cómo se me manchan los labios y paso ligeramente la lengua por estos—. ¿Dónde dejaste a tu chica?

— En casa, con mis padres — alzo una ceja observándolo de lado.

— Cuanta oficialidad, quién lo diría — sonrío aún con mis ojos fijos en él de reojo.

Nos quedamos en silencio, nada realmente incómodo a decir verdad. Escucho el mar sobre mis propios pensamientos, cierro los ojos ignorando la existencia de estos.

— Está muy cambiado — frunzo el ceño, él parece darse cuenta—, Nico— asiento intentando que la incomodidad no se note demasiado—. ¿No os conocíais?

— Sí, pero bueno... Las cosas cambian, la gente también.

Algunos deciden olvidar un verano entero.

— ¿Estás bien, Bels?

— Sí — me fijo en la figura alta caminando por la playa con el teléfono en el oído, desde aquí percibo su sonrisa—, tengo que irme antes de que Nuria de señales de vida y tenga que hacer acto de presencia en su casa o en el restaurante de sus padres.

— Aprovecha, mona — asiento, me sacudo los pantalones y resoplo.

— Saludos a tus padres.

De nuevo, sus ojos con los míos, pero no hay ningún tipo de brillo reconocible en estos. Trago saliva antes de girarme e irme escaleras arriba con rapidez, ignorando el nudo que siento en la boca del estómago. Mario le grita, apuro mi paso.

Lo peor de todo es ver cómo, de nuevo, no encuentra su luz.

Firefly · Nico GonzálezDonde viven las historias. Descúbrelo ahora