Capítulo 25.

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Río mientras remuevo los fideos del wok con los palillos, Nuria me mira fijamente sentada en mi cama con las piernas cruzadas como un indio. Diego está sentado con la espalda pegada al mueble e Irina en la silla del escritorio de cualquier manera.

— Entonces, ese mismo año, casi acabamos expulsados — comento llevando a mi boca un poco de comida, Diego asiente masticando, levanta la mano antes de decir cualquier cosa.

— Es más, ahí dónde la ves, casi acabamos expulsados por su culpa — me río, Nuria suelta una carcajada dándole la razón al chico—. Era muy caótica en su época mala — asiento agachando la cabeza.

— Eso fue antes de que empezara a fijarse en cierto chico los veranos — resoplo notando cómo el color rojo toma mis mejillas—. No lo niegues, empezaste a ser una niña buena poco después de que empezase a andar con mi hermano — se gira hacia Irina con una sonrisa—. Tengo un hermano, mellizo, nada relevante en esta historia — suelto una carcajada, Diego la mira fijamente, aguanto un comentario al notar un brillo en sus ojos—. Diego estaba con ellos, pero luego se pasó al lado bueno de los hermanos.

— De hecho, me raptasteis, ¡cuando éramos pequeños me metieron la cabeza en el váter del colegio!

— ¡Nos tiraste una regadera!

— ¡La cabeza en el váter!

Reímos, unos golpes en la puerta hacen que Irina y yo mandemos callar a todos entre risas. Me levanto de la cama dejando en la pequeña encimera el paquete del chino, abro la puerta ligeramente, la figura de la madre Águeda se presenta ante mi, sonrío manteniendo la pequeña apertura.

— Buenas tardes, madre — escucho una risa por detrás, aprieto los labios—, ¿pasa algo?

— Espero que respete las horas de oración, aunque no se presente a ninguno, Varela — asiento dándole la razón, ella aprieta los labios negando—. Jóvenes, ¡dios mío lo que queda después de nosotros!

Aguanto la risa mientras cierro la puerta, los tres me miran fijamente, me encojo de hombros y vuelvo a coger mi comida. Me siento en el mismo sitio en el que estaba antes y vuelvo a comer.

— ¿Estás lista para mañana? — asiento fijando mis ojos en Diego — Vas a hacer la actuación de la noche, y de tu vida — sonrío, le doy en la cabeza con cariño—. Vais a flipar, es una concertista alucinante.

— Yo hace mucho que no sé cómo va la pieza — comenta Irina, él se encoge de hombros con una sonrisa de suficiencia.

— Privilegios de ser una de las cuerdas que la acompañan — agarra mi mano con fuerza, siento un dolor en mis mejillas de sonreír —. Y he tenido que aguantarla a la hora de hacer los arreglos florales y elegir las corbatas que mejor quedaban con su vestido, cuanto menos poder escucharla — le doy un golpe suave en la nuca, él ríe llevando las manos ahí —. Bruta, cómo seas así siempre...

— ¡Diego! — me pongo roja al instante, me alejo de él y agarro un cojín, con el que le doy en la frente.

Se ríe de una manera tan contagiosa que solo puedo recordar la manera en la que se reía cuando éramos pequeños, la misma sonrisa algo torcida que tanta inseguridad le provocaba, pero que ahora luce con orgullo.

— ¿Qué? — me dice con una sonrisa, bajo de la cama hasta llegar a su lado, me recuesto en su pecho y dejo que su brazo rodee mi cintura — Mi niña.

Veo el reflejo de un flash, Nuria tiene una cámara entre sus manos. Sonríe bajando el aparato y mirándonos.

— En cuanto la revele os la doy.

— ¿Y tú no te haces una foto conmigo? — Nuria alza una ceja, Diego sonríe con suficiencia.

— ¿Debería?

Firefly · Nico GonzálezDonde viven las historias. Descúbrelo ahora