Capítulo 11.

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Paso la partitura con la mano que tengo libre antes de seguir tocando, muevo los dedos con rapidez tratando de seguir el ritmo que marca el metrónomo y con la intensidad que la pieza pide. Inspiro profundamente durante los segundos de silencios, pero vuelvo a mover mis manos con rapidez sobre las teclas. Me imagino la historia que cuenta la pieza, voy paseando por ella durante los siete minutos que suele durar la partitura. Hacer los armónicos es, posiblemente, mi parte favorita, tanto al tocar como al solfear. La parte final reina con unos arpegios. Acabo de tocar con un agudo y un bajo, suspiro al posar por fin mis manos sobre las teclas sin tener que hacer nada más.

— Qué pasada, Sab — miro hacia la pantalla del ordenador, en videollamada con mi compañera de habitación en la residencia, Irina—. Van a flipar contigo cuando prepares el pase de grado.

— No sé si tocaré el nocturno, he pensado en prepararme algo menos clásico — la rubia alza una de sus cejas al otro lado de la pantalla, veo como sube una de sus rodillas hacia su pecho y da un mordisco a la galleta.

— ¿En qué has estado pensando?

— In Un'Altra Vita, Ludovico Einaudi — ella alza ambas cejas sorprendida—, con cuerdas — suelta un grito de emoción que me hace sonreír.

— ¡¿Con orquesta?! — asiento con energía— ¡Nala va a flipar cuando se lo cuentes! — aprieto los labios y entrelazo mis manos con felicidad — Sab, va a ser flipante, además las cuerdas y tú, dios... — unas lágrimas se agolpan en mis ojos pensando en mis padres en el Kursaal— ¿Lo sabe alguien más? — niego, mordisqueo mi labio inferior mientras llevo la botella de agua a mi boca.

Un par de golpes en la puerta hacen que me gire, le hago un gesto a mi amiga para que espere mientras voy a abrir. La figura alta y sonriente de Nico se presenta ante mi, alzo ambas cejas mientras escucho a Irina toser. Me fijo en las manos del chico, y veo que trae una bandeja en una de ellas.

— Begira! Que callado se lo tenía — le hago un gesto al chico y me giro hacia mi amiga con el ceño fruncido—. Perdón, ¡hola! — me giro hacia Nico de nuevo, señalo la pantalla del ordenador y él saluda con la mano con una sonrisa— Soy Irina, su compañera de residencia, bares y conservatorio — la rubia ríe, provocando en mi una risa—. Flauta.

— No creo que sea importante lo que tocas, Irina... — mi amiga rueda los ojos al otro lado de la pantalla y resopla—. Es Nico, un amigo — sonrío señalando al chico mientras recojo las partituras del atril del piano—, hablamos luego, ¿si?

— Piénsate bien eso, sería una pasada — resoplo y asiento, le mando un beso antes de cerrar la llamada.

— ¿Interrumpo? Venía a buscarte para irnos al rastrexo y tus padres me mandaron con esto — extiende hacia mi la bandeja con un bol de yogur y varios botes al lado—. También me han dicho que me asegure de que comes, así que — una vez sostengo la bandeja, lo veo caminar hacia el banco del piano, sobre el cual se sienta con cuidado—, come.

— No tengo demasiada hambre... — dejo a un lado la bandeja y voy hacia él—, ¿quieres tocar algo? — señalo el piano antes de que sobreentienda otra cosa, lo veo negar.

— No hasta que comas — me mira serio—, ¿cuánto tiempo llevas aquí metida? Hace días que no se te ve el pelo, casi.

— Pues desde que llegamos de Cíes, más o menos, no puedo dejar tanto tiempo de tocar, es mi trabajo, mi pasión y mis estudios — sonrío sentándome en uno de los pufs que hay ahí, en los cuales se sentaban mis padres antes de que decidiera que no quería que nadie me escuchase tocar—. ¿Tú cuanto tiempo puedes estar sin jugar al fútbol o prepararte físicamente? Porque cada vez que yo estaba aquí tocando, te veía pasar corriendo por la carretera.

Firefly · Nico GonzálezDonde viven las historias. Descúbrelo ahora