Capítulo 21.

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Siento el frío en mi cuerpo pero no me muevo, el aire del otoño hace bailar las hojas de los árboles que hay rodeándome. Escucho mi respiración agitada, llevo una mano a mi pecho y me cercioro de que sigo existiendo. Está a punto de amanecer, pero quiero alargar lo máximo posible estar sin que nadie más se de cuenta de que existo.

Mantengo mis ojos en la cúpula celeste, por suerte despejada, y delineo las pequeñas constelaciones que soy capaz de delinear. Noto la presión en el pecho más fuerte, pero me mantengo quieta. Mi labio inferior comienza a temblar, una lágrima cae por mi mejilla, que el resto las siga es cuestión de minutos.

No soy capaz de descubrir cuál es la razón de que todo esté saliendo ahora, quizás si un detonante, pero no por qué estoy llorando tanto. Se me cierra la garganta, es imposible que deje de respirar ahora. Me rodeo a mi misma con fuerza, sintiendo mi propio calor cómo coraza.

Inspiro profundamente y cuento desde diez hacia atrás, recordando cómo mi psicóloga me lleva ayudando este último mes. Me intento visualizar de un color azul cielo, pero soy incapaz de dejar de prestar atención a las estrellas.

Me siento en la hierba, el mar rompe de manera intensa con la costa. Inspiro profundamente sin dejar de apretarme el pecho, cómo si eso fuera realmente algún tipo de llave que abriese la cerradura. Siento que me ahogo.

Noto un cosquilleo en el labio, que me pone aún más nerviosa de lo que ya estaba. Vuelvo a buscar las estrellas. Me dejo caer de nuevo en la hierba, no sé cuanto tiempo pasa hasta que me suena el teléfono. Las estrellas ya no están, a pesar de que podría dibujar perfectamente el sitio en el que se encontraban hace horas. Me sigue temblando la mano, pero no tengo ese dolor en el pecho.

Descuelgo casi sin pensar, ni siquiera hablo.

Parabéns, meu sol! — la voz al unísono de mis padres, hace que sonría, carraspeo antes de responder con la mayor normalidad posible— ¿Cómo estás? Queda nada para vernos — su voz alegre me produce escalofríos, a pesar de estar trabajando en eso, sigue imponiéndome demasiado.

— Gracias, papás — ellos ríen—. No queda nada, no — respondo pensativa.

— ¿Estás nerviosa? Nosotros un poco, hace mucho que no te escuchamos.

— Sí, un poco también, es algo importante — sonrío, siento la calidez del sol en mi mejilla e intento ignorar el temblor de mi mano.

— Lo vas a hacer genial, princesa — la voz de Manuel me da tranquilidad, más grave que la de Víctor, me hace sentirme segura—. No tengo ninguna duda — asiento a pesar de que no me ve, siento de nuevo ese miedo irracional a fallar.

— ¿Dónde estás tan pronto? Se escucha el mar.

— He salido a dar un paseo — evito mencionar el hecho de que llevo aquí desde la madrugada—, costumbres que tiene una — río intentando que no pregunten más.

— ¿Tú sola? Ten cuidado, cielo — murmullo afirmativamente, ellos comentan algo en susurros —. ¿Y sabes qué vas a llevar para el pase de grado? — aprieto los labios, con miedo a responder.

— Sí — posiblemente no sea de su agrado, a pesar de todo tienen unos gustos muy característicos—, Nala me comentó que no hay un código de vestimenta en específico, por suerte no tendré que ir en falda de tubo negra y americana — río buscando su complicidad.

— ¿Qué tienes pensado llevar entonces?

— Un vestido lavanda bastante discreto, la falda es de tul, bastante caída. Los violinistas van a llevar la corbata del mismo color y un pañuelo igual — sonrío, pensando en lo bien preparada que está mi parte del certamen—. Además el escenario va a tener una decoración especial, lavandas, orquídeas y rosas blancas.

Firefly · Nico GonzálezDonde viven las historias. Descúbrelo ahora