Capítulo 13

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«No siempre el que sonríe es feliz, porque existen lágrimas en el
corazón que no llegan a los ojos»
~Jane Austen

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Hoy, desde que llegué a casa, estuve encerrada en mi habitación hasta que llegó la hora de irme a trabajar.

Cargaba con una resaca horrible, y el dolor de cabeza iba en aumento por el esfuerzo que estaba haciendo para poder recordar cualquier cosa. De verdad, con lo más mínimo me conformaba.

Hice una línea del tiempo mentalmente y poco a poco fui recomendado cosas. La mayoría eran buenas, recuerdos de una noche que marcaría como "inolvidable" Pero, gracias a mi estúpido descontrol, la palabra se volvió muy literal.

¿La... buena noticia? Había recordado a medias el como le había confesado a Jayce mi... ¿Mi secreto? Bueno, no tenía mucho que contar respecto al tema, pero en resumen: fue... extraño, porque la sensación de libertad y confianza que recuerdo me hace sentir muy íntima con Jayce...

Mientras pasaba el día hasta ahora, había recibido múltiples mensajes de Jayce, alguna que otra llama y mucho más. Me sentía... culpable. Él no debería de estar angustiado o como se estuviera sintiendo solo por... esto, joder.

Me sentía muy cansada.

Atendí a un par de chicos e ignoré categóricamente a Alan, el cual había pasado a un segundo plano irrelevante, pero, aún así, no pude pasar del todo sus órdenes. Era un asqueroso de mierda.

Así que la noche fue transcurriendo con ausencia, yendo y viniendo del almacén,—la parte fea que nadie cuenta, el lugar donde todo se guarda y los niños que vienen a comerse la boca ignoran...—En fin, haciendo lo mismo de siempre y encontrándome con clientes que su única misión en el mundo era complicarme el trabajo...

Cuando menos quise darme cuenta, la noche ya había pasado y Ethan estaba entrando por la puerta del local con cara de preocupación.

«Bien hecho, Jeder», pensé. Hasta con esto tengo atormentado al pobre Ethan.
¿Alguna vez dejaré de complicarle la vida a otros con mis problemas? No, al parecer no.

Cuando sus ojos se conectaron con los míos, sentí un gran alivio por dentro, un respiro que necesitaba después de aquel día tan agotador.

Sus ojos verdes oscuros me comprendieron, así que abrió sus brazos y caminé en su dirección, prácticamente arrastrando los pies. Dios, lo quiero tanto. Él ha sido la única persona que siempre a estado ahí, con algunos baches, pero siempre a mi lado.

—¿Qué pasa?

—Yo...—tragué con fuerza—Me siento... fatal.

Y era verdad, además de la situación, de lo poco que había dormido y las secuelas de la fiesta, no había comido nada, no podía.

—¿Quieres ir al médico?—su tono sarcástico con un deje de burla con intención de animarme fue lo que me hizo apretarme más a su cuerpo. Él me abrazo más fuerte, dándome un beso en la sien—Venga, te llevo a casa.

Sin embargo, necesitaba un apoyo, necesitaba unos brazos que me sostuvieran para cuando me derrumbara. Y eso no sería en casa, viendo la cara de Naomy y la de mis padres, con sus múltiples ganas de joderle la vida a una cría de seis años.

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