Capítulo 3

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«No hay que apagar la luz del otro
para lograr que brille la nuestra»
~Mahatma Gandhi

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¿Quién dijo que el dinero no da la felicidad? Vamos a ver, no es que el dinero sea la felicidad, simplemente es una vía para llegar a la plena y absoluta gloria.

Por ejemplo, si tomar fotografías me hace feliz, ¿necesito una cámara, verdad? ¿Que necesito para conseguir una cámara? Exacto, dinero.

A eso me refiero: El dinero es uno de los muchos caminos para llegar a lo que a ti te hace feliz.

Pero, lamentablemente, para conseguir dinero necesitas trabajar, y no siempre es en lo que quieres. En mi caso, trabajo en un bar no muy cerca de mi casa. Por lo menos me dejan quedarme con las propinas.

Punto positivo.

Pero, aunque tuviera todo el dinero del mundo, nunca podré borrar la decisión de haberme dejado convencer de trabajar en el mismo lugar que mi novio, y nunca haber pensado en las consecuencias, como por ejemplo, romper y terminar trabajando con mi  queridísimo ex.

Por si no ha quedado claro: Trabajo con el capullo de mierda de mi ex, Alan.

Alan estaba ahora mismo dándome órdenes—cosa que odio—y, dándome instrucciones de que debo llevar a cada mesa del local.

—Llevo trabajado aquí el tiempo necesario para saber que tengo que hacer.—lo miré mal.

—No está de más recordártelo.

¿En que momento empezamos a salir? En serio, que alguien me lo explique con dibujitos, si es posible.

—...Gilipollas.—murmuro con la intención de desahogarme.

Alan alza una de sus muy comunes cejas marrones.

—¿Qué has dicho?

—Que eres un gi-li-po-llas.

Y sordo por lo que veo.

—Jeder...—habla con paciencia.

Hago cara de asco al ver como suena de mal mi nombre en su voz. Y, para finalizar esta estúpida disputa, lo miro para dejarle claro algo.

—Limítate a ignorar mi presencia, yo la tuya, y todos felicidades.—le propongo con entusiasmo y un sarcasmo inconfundible.

—¿Así de importancia te das?—parece confuso.

¿Este tío es bruto o se hace?

—No, cariño, así de importante le doy a mi poca paciencia.

Me giro suspirando y sujeto la bandeja con mi mano izquierda. Con agilidad me dirijo a la mesa número cinco, donde una pareja de adultos charlan plácidamente.

Dejo un par de jarras de cerveza, unos aperitivos y vuelvo a iniciar esa misma ronda unas quince veces. Pasan las horas, lo pedidos y limpio la barra un trienio de veces, donde lógicamente me pregunto: ¿La gente sabe comer? Al parece no, ya que comen como unos malditos cerdos...

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