Capítulo 10

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«No hay mayor dolor
que recordar la felicidad
en tiempos de miseria»
~Dante Alighieri

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No sé que era mejor, si pasar un par de horas con Alan en el trabajo, si pasar un par de horas con mi madre después de discutir, si hablar con mi hermana pequeña sobre lo imposible que es adoptar un perro o ignorar mis sentimientos respecto a todo.

Nada es fácil y todo suele ser una jodida mierda.

La vida... es otra de las muchas injusticias poco deseadas, es algo que no pedimos e igualmente recibíamos como si fuera un maldito regalo de navidad.

De verdad, suena muy suicida, muy melodramático y demasiado exagerado, pero nadie nos ha enseñado a lidiar con nuestros problemas. No hay un maldito manual para ello.

Ojalá lo hubiera.

Sinceramente, no me sorprende que el mundo vaya así de mal.

—Jeder.—escucho la irritante voz de Alan—Limpia la mesa dos y cinco, ya.

Musité alguna maldición muy propia de mi, y cogiendo las cosas para limpiar las mesas llenas de basura, pensé en lo mucho que odiaba a Alan.

Que irónica es la vida.

Todo comenzó hace aproximadamente dos años. Ambos estábamos en la universidad y compartíamos algún que otro amigo en común.

No fue hasta un día que iba de camino a la cafetería para reunirme con mis compañeros, que lo vi en la misma mesa charlando con una sonrisa socarrona en los labios.

En fin, ahí estaba Alan, y debo admitir que me pareció a primera vista muy guapo. Es más, él no es feo, solo que su personalidad de mierda le resta lo poco que tiene.

Lo nuestro no fue de película. No hubieron primeras citas, ni presentaciones formales a nuestros padres. Simplemente hubo... sexo.

Sí, posiblemente por eso duramos casi dos años.

Creo... que me pidió ser su novia en una fiesta. Sí, estábamos ebrios y cuando me presentó a alguno de sus amigos, dijo: «Ey, esta es mi novia» Y así, sin más, Alan me pido ser su novia.

Sigo sin entender como permití aquello.

Mis padres lo conocieron gracias a Ethan, por su lengua larga y ganas de molestar. Así que un día cualquiera tocó el tema, dejándome con la mierda encima.

Tampoco es que a mis padres les hubiera impresionado la noticia, posiblemente ya se lo olían. A ellos nunca les cayó bien Alan. Ni después, ni antes de dejarlo.

Sin embargo, no digo que todo fuera malo. Claro que hubieron momentos bonitos, y noches especiales, días de risas y regalos sorpresas... Un día me dijo «te quiero», y una semana después yo repetí esas mismas palabras. 

En fin, la Jeder de hace dos años solo veía a un chico que la aguantaba día y noche, que soportaba su carácter imposible cada hora del día y que no se molestaba por corregir o cambiar su actitud respecto a eso.

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