Visitas furtivas

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Luego de un monólogo de argumentos, el espíritu del bosque le hizo acceder en dar señales de vida en el palacio.

Se mantenía al tanto, en el fondo, Gilliel quería que aquello sucediera, no podía mentirse, había sido un largo año a solas y el otoño ni siquiera olía a castañas tostadas.

Radagast dio un último beso violáceo a las moras frente sí y emprendió camino al bosque; la elfo extrañaría el calor de sus preciosas liebres.

La noche la tuvo en vilo contando las estrellas que podía reconocer, su hermana siempre había sido la de los astros, ella apenas si recordaba lo básico, ojalá pudiera recuperar los libros del palacio.

No podía relajarse, no podía dejar de pensar en él al observar el brillo del firmamento. Sú rostro se dibujaba en la cúpula azul, el viento susurraba su nombre, el bosque era él y lo quería consigo en ese preciso instante.

Rítmicamente golpeaba los pies en la madera, estaba casi acostada sobre la mesa mientras como una pequeña niña humana no podía contener las ganas al observar la puerta caoba frente a si, observo su capa, las botas, estaría preparada para salir en un pestañeo si quisiera.

- Al demonio -

Cerro su capa, calzó las botas, ya no aguantaba más estando ahí, un año sin verle había sido suficiente y con solo la dicha de su reflejo en el mármol se consideraría bendecida.

Era tarde, plena madrugada, así que cargar la espada no estaba de más, las arañas, a pesar de los esfuerzos reales, seguían rondando la extensión del bosque, pero era silenciosa, además de que sabía algunos trucos para acceder al castillo que solo muy pocos conocían. Estaba al norte, muy alejada del complejo, pero a pocos metros al oeste había un atajo bajo la cascada camino al pueblo del mar. Thranduil llevaba recorriendo todos esos caminos diario, inclusive los días tempestuosos, su mirada analizaba aquella montonera de raíces gigantes que apenas podía recorrer a pie, envidiaba un poco al elfo que cuidaba de su caballo, pues sabía que estaba en las manos del rey.

Caminar de nuevo en tal panorama le hacía brotar una sonrisa mientras se cubría el pecho de la fría noche, en el exterior se dislumbraba el firmamento en su mayor esplendor, renegó a si mismo, ojalá cargara sus lienzos, para así poder registrar las constelaciones.

Un trote proveniente del oeste se escuchaba leve pero firme, no eran los caballos del palacio, sonaban diferente a cualquier criatura que ella hubiera escuchado antes, no eran rítmicos y organizados, eran desiguales y pesados. Sonaba metálico, a cadenas, chapas, espadas, ¿Que podría ser? Ninguna caravana se movía de ese modo, pero en caso de que pudiera ser peligroso, prefirió estar en alerta y adelantar su camino lo más posible entre los sauces que ocultaban la entrada a la cascada.

Ya dentro de la roca, los túneles del palacio se sentían más afables que aquel ruidoso estruendo en la tierra, estruendo que le había mantenido la mente alejada de la presión de ocultarse.

Tan solo metros más adelante ya podía verse el brillo del complejo que había abandonado, aquel túnel en particular daba a uno de los pasillos junto al salón principal, sus padres lo habían ideado como método de escape para la realeza en caso de necesidad, pero fue borrado de los mapas ordinarios del palacio pars proteger la integridad del mismo.

Podía sentir las flautas, el aroma a pan, todo aquello que tanto añoraba, no tenía que verlo para sentir el crujir de la miga, la destreza del músico o la luz de las cúpulas del trono, estaba en casa.

Escabulléndose entre las columnas, su suerte fue amena, nadie pasaba por allí en ese momento y el que había sido su cuarto estaba cerca.

Llegó tan rápido como pudo, había luz en la habitación del frente, sin dudas Thranduil estaba allí.

Sus pies se movieron sin voluntad camino a la puerta, su mano acarició el pestillo frío pero simplemente se contrajo a sí misma de aquella decisión, no podía quitarle su reino, el lo daría todo por ella, pero no podía permitirle dejar su linaje por algo tan vano como ella.

Volvió en sus pasos para ingresar a la habitación que solía ser suya, quería simplemente tomar algunas cosas y husmear por la ventana de su amado, pero el cansancio y la pena de estar tan lejos y tan cerca de él le partió el alma en mil pedazos. Quedó de rodillas frente a la cama, observando su reflejo al otro lado de la habitación, estaba arruinada, con sus mejillas frías y violáceas, el cabello echo nudos en sus puntas, ella no solía ser así.

No solo estaba rota por dentro, aquello había salido hasta hacerse visible para todo ser portador de ojos. En un momento de vanidad pensó que podría arreglarse allí, pero tampoco le veía motivo, ya no había nadie a quien le hiciera feliz su imagen, no siquiera ella misma.

Con mucho esfuerzo ignoro el espejo y comenzó a buscar sus libros, claro que no podía evitar recordar todo lo que allí había pasado, Thranduil lo había dejado todo exactamente como ella recordaba el día que se fue.

Las plumas, su ropa, el cuero en cada libro, las joyas de su cofre, todas traían consigo un recuerdo fortuito de ambos a su alma. La falta de una pieza en particular llamo su atención, una de las orquídeas de cristal faltaba, la única que era diferente de tamaño, ¿Alguien la abría robado? Imposible, ¿Entonces? Ruidos de frustración en la habitación de frente la sacaron de sus pensamientos, debía apurarse o sabrían que estaba allí. Procuro no dejar en modo muy evidente su paso por el lugar y salió por la ventana camino a otro túnel.

- Mi amor, dame el tiempo -

Logro susurrar al verle por la ventana, estaba allí, en carne y hueso, con su túnica azul y sin corona. Meditaba de palmas cruzadas apoyando los codos en la mesa y su rostro escondido detrás de las manos. Tenía la mirada hinchada, sus ojos irradiaban ese brillo que contrastaba al rojo de la sangre.

Quería correr a abrazarlo, su pecho parecía salirse al verle, quería estar a su lado, no soportaba saber cuánto sufría por su causa, pero sufriría más al ser destituido por estar encaprichado con ella. Gilliel había tomado sus decisiones hace muchos años ya, se había comportado inocente al pensar que algo como el amor podría arremeter contra eones de tradición y honor familiar.

- Mi amor -

Los labios le jugaron una mala pasada, o quizá solo hicieron lo que debían. Su pose se levantó, dijo su nombre y sacó su cuerpo fuera de la ventana buscándola con desesperación. No era el momento, no sabía si habría alguno, pero no podía, debía ser fuerte y aguantar.

Espero a que el rey volviera a la habitación, el alba comenzaba a mostrar su esplendor cuando sintió seguro su retorno a casa, que, entre lágrimas traicioneras y suspiros eternos la devolvieron a su pequeño hogar.

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