Prólogo

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Solo aquellos capaces de retener grandes cánticos en su memoria saben quién realmente es el Sindar rey Thranduil. Hijo de Oropher, rey del bosque verde; quien desde sus más inocentes años ya denotaba en sí una grandeza semejante a la de su padre.

Nacido en Meregrot, el pequeño elfo Thranduil tuvo la típica infancia de todo Sindar, claro que sin ignorar ni por un momento el linaje real del cual provenía.

Desde sus más tierna infancia, como les es costumbre, todos los niños elfos comienzan a interesarse en los otros como en aquello que no conocen, a pesar de que sus amistades se mantenían reducidas y controladas.

Sin duda alguna, su más fiel acompañante de travesuras era Gilliel, una elfa un poco más pequeña que él. También les seguía su hermana mayor Elliel, aunque esta no lucía tan interesada en las aventuras en las que solían embarcarse los otros dos.

Ambas niñas también provenían del linaje real, pero mientras que Elliel se tomaba muy en serio lo anterior mencionado, Gilliel cargaba un espíritu más libre y curioso que la mayor que siempre prefería mantenerse al margen. 

Claro estaba que dadas las circunstancias, se presumía que a su tiempo, una de ellas se transformaría en la futura reina del bosque y mujer de Thranduil.

Gilliel y él disfrutaban de la mutua compañía, eran muy parlanchines y risueños cuando estaban juntos. Ambos crecieron igualmente sabios y dotados de belleza y mientras lo hacían, sus lazos se afianzaban cada vez más.

Mientras él daba orgullo a su padre con él fulgor de su espada, ella se dotaba de las artes del arpa, las lecturas, junto con los cánticos y bailes. Elliel por el contrario, estaba obsesionada por escuchar y comprender los grandes misterios sobre la codicia y las guerras entre enanos, elfos y hombres. Mientras sus amigos paseaban por las praderas camino a la cascada, ella se preocupaba por las necesidades del pueblo, solía desobedecer desde muy temprana edad y observar las vivencias del mundo humano. Quién no le conocía le acusaba de carecer de cualquier encanto o punto de interés, pero esto era hasta que se acercaran a conocerla, pues si de algo estaba dotada Elli, era de magia y sabiduría. Sin duda alguna, era la elfo más empática de todo el reino y estaba brindada de un don increíble y fuera de lo común, las palabras.

Los años pasaban y cuanto más tiempo Thranduil y Gilliel pasaban juntos, las nupcias sonaban a gritos eufóricos, pero llegado el momento, las cosas se tornaron al revés de la forma inesperada.

Pocos meses antes de que Gilliel pudiera confesar su amor, Thranduil se había comprometido con Elliel.

El viento susurraba muchas cosas, pero la mayoría coincidía con que Gilliel no daba la talla para el puesto, en cambio su hermana, que era una líder nada, era claramente la opción indicada para el puesto. Comprendía a su pueblo, lo amaba, sus necesidades, sus fortalezas, ella las conocía y era respetada por todos como una autoridad.

Al saber la noticia y sin más que dolor en el alma, Gilliel acompañó a su hermana hasta los últimos días de las ceremonias nupciales sin decir nada al respecto. Fingió sonrisas donde solo deseó el llanto, y luego de un tiempo prudente, partió a Rivendell con la excusa del saber.

Sin rencor en su corazón, emprendió un viaje del cual no pretendía volver y acompañada por algunos elfos, las lágrimas y lamentos se disiparon hasta poder contar sin miedo alguno su pena a Elrond.

Thranduil tomó la partida de Gilliel con mucho dolor, pero era un dolor que taparía en indiferencia. Tantos años no se olvidan a la ligera aunque así lo pareciera, tomarse un duelo sería inapropiado debido a lo precoz de su unión, Elliel también estaba dolida, pero entendía sus motivos.

Los años pasaron para ambos y lo que una vez fue un gran dolor, se transformó poco a poco en una tenue nostalgia y un pequeño anhelo en sus corazones. Más que un momento doloroso, pronto solo fue un recuerdo.

Ahora ambos reyes dirigían con gracia el bosque, los animales abundaban, el panorama era verde y las plantas florecían como así su gran amor. Un amor de respeto, cariño y trabajo diario. Mentiríamos si dijéramos que el rey no guardaba sentimientos, pero su esposa lo había enamorado de una forma que jamás se vio capaz de amar a nadie. Ahora su vida solo le pertenecía a su esposa y pensó que así sería hasta el final de su larga eternidad.

Una mañana de brisa ligera y aventurera le dio la bienvenida al heredero del trono a quien ambos reyes recibieron dichosos llamándole Legolas.

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