Lágrimas

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Narra Thranduil:

Cinco lunas habían pasado desde aquel fatídico día en el que su pecho se vistió de carmesí. Todos estaban al tanto de la salud de Gilliel, aunque solo los cercanos sabían la verdad. La herida parecía cerrar perfectamente, por fortuna aquella daga solo había atravesado muy poco, y aunque su corazón solo tenía un rasguño, yo sabía que en realidad estaba destrozado.

Las noches carecían de diferencia al día para mí, dormir era cosa del pasado en tanto solo deseaba volverte a ver sonreír.

- Mi señor, debería ir a descansar – Comentó una de las curanderas.

- No me perdonaría dejarla... -

Pronto culminaría otro día sin cambio alguno y no podía sentirme más frustrado.

Comencé a caminar por la lúgubre habitación que solo iluminaba el cuerpo de Gilliel, su silueta seguía tan tiesa y pequeña como aquel día, nadie lo confesaba, pero yo sabía que, si seguía en ese estado, traerla de nuevo a la luz tras tanta oscuridad sería una travesía sin rumbo certero.

Narra Gilliel:

Negro, negro era todo lo que podía divisar. ¿Qué había sucedido?, no lo recordaba y eso me aterraba. Podía moverme con total libertad en aquel negro tan pesado y profundo, pero el miedo me dejaba petrificada, tanto que creí que me volvería una estatua. No podía oír, no podía hablar, solo vagaba ante aquello que ni sabía cómo describir. Solo podía pensar.

- Yo quise morir... -

Los recuerdos volvían lenta y dolorosamente a aquel lugar donde no existía el tiempo. Quería llorar, quería abrazar a Thranduil, pero no podía siquiera ponerme en pie. Mi corazón se sentía pesado, con mucho esfuerzo logre tocar mi pecho que goteaba sangre. Un fugaz recuerdo del metálico sonido de una daga caer al piso volvieron a mi como el aleteo de un colibrí. Mi mano comenzó a gotear cada vez más, aquello no tenía sentido, era como una pesadilla.

- Ayuda...-

Clamaba entre lágrimas gritando al silencio piedad, pero aquello no existía y mi voz era una mentira.

Una pequeña luz se podía divisar a lo lejos, o quizá simplemente era pequeña o quien sabe con exactitud, aquella pequeña gota de esperanza se sentía cálida, se sentía hermosa. Parecía ser cada vez más amplia, o quizás estar más cercana, cuando una infantil vos comenzó a susurrar.

- Yo soy tu destino... - aquella dulce voz me envolvía. Ese infante me sonaba extrañamente familiar, yo ya había escuchado a ese niño. Era el mismo elfo que había visto cuando tuve aquella premonición sobre el abismo.

- ¿Mi destino? – Consulte algo confundida.

- Si mamá, yo soy tu destino... - Aquel bello ángel se sentó en mi regazo y pronto pude recuperar todos mis sentidos. Tuve que abrazarlo y sin dar crédito de mi misma tratar de comprender que decía aquel niño.

- ¿Soy tu mamá? –

- Serás mi mamá... - Respondió con una sonrisa. El pequeño acariciaba mi cabello y con cuidado poso su mano en mi pecho. La herida que hace momentos parecía tan fresca como la de una batalla, ahora no existía ni en la memoria. ¿Cómo era posible?

- El dolor te invade madre, lo entiendo... pero pronto solo será dicha y felicidad tu vida y la de... -

- ¿La de quién? –

- Eso debes descubrirlo... ya quiero conocerte... -

El pequeño se separó de mí y sentí un dolor tan inmenso como el que yo misma me había ocasionado, el niño emprendió el camino hacia el mismo lugar del que había provenido, la misma nada y yo no podía impedírselo. Volvía a caer en aquello que no conocía una vez más.

Narra Thranduil:

El frío se hizo evidente en el ambiente y preocupado ante la comodidad de la rubia busqué una manta con la que cubrirla. Estaba entre lágrimas cuando volví a verla tan inexpresiva y hermosa mientras la cubría.

Mi mano se posó en su mejilla cuando sin previo aviso abrió sus ojos y volvió a llenar mi alma más que cualquier rayo de sol.

Sus ojos llovieron levemente y sin mediar palabra la envolví en un necesitado abrazo.

- No tengan miedo a ser felices... -

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